Foto: tomada de las redes sociales de El autocinema.
Cronica autocinemas bogota
16 / 09 / 2020

¿Cómo es ir a cine en la nueva realidad?


Por David Jáuregui Sarmiento
David Jáuregui Sarmiento
16 / 09 / 2020
Foto: tomada de las redes sociales de El autocinema.
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Ir a cine es una de las actividades recreativas más golpeadas por la pandemia. La experiencia de disfrutar una comida frente a una pantalla gigante decayó dramáticamente y pasamos de 73,1 millones de espectadores en 2019 con 352 películas estrenadas en cartelera a prácticamente nada, pues las salas de cine -como casi todo salvo los bancos y las superficies de abastecimiento- tuvieron que cerrar sus puertas durante varios meses.

Sin embargo, pronto la esperanza de volver a la época de los autocinemas se hizo tangible y la industria de la distribución fílmica se animó a reabrir esta forma de ir a cine. Las películas de Hollywood -sobre todo - nos habían puesto en el imaginario que los autocinemas eran también una forma entretenida y ciertamente más privada de ver las producciones en estreno, así como la respuesta al golpe de realidad que ahora llamamos nueva realidad: la pandemia llegó y no se va para ningún lado, mucho menos en este continente, y lo mejor es que nos acostumbremos.

Timelapse del proceso de ingreso al autocinema.

No hay duda de que se trata de una experiencia nueva, sobre todo para las nuevas generaciones, pues en Colombia no se veían autocinemas desde que dejaron de ser populares a principios de la década de 1990, cuando las salas de cine ganaron la puja por los aficionados al séptimo arte.

Hoy, con la tecnología disponible, a diferencia de los autocinemas populares de la década de 1970 en el país, el contacto entre personas es casi nulo y se trata de una forma segura (al menos en lo que respecta a las posibilidades de contagio de Covid-19) de regresar frente a la pantalla gigante.

Lo primero con lo que se encuentra un interesado en acceder a dicha experiencia, sin embargo, es que para que el valor de la escapada a cine no sea tan costosa, lo ideal es ir con toda la familia, o por lo menos con tres personas para que valga la pena el precio que hay que pagar. Por otro, para este momento de la humanidad contar con medios digitales de pago es fundamental, porque es lo que garantiza las medidas de bioseguridad y porque parece que todo puede dejar de funcionar (incluso el tradicional efectivo) salvo el sistema financiero.

Para comprar las entradas, por extensión, hay que tener internet y suficiente dinero en la cuenta bancaria, además de un automóvil. Para comprar las entradas hay que hacer una rápida inscripción en alguna de las plataformas de boletería y luego continuar con el proceso de compra. Eso quiere decir que debe hacerse una revisión de la cartelera y los horarios disponibles con antelación, un trabajo adicional que hace poco no era obligatorio, pues a veces la aventura en la sala de cine era saber qué habría de nuevo, escoger el horario y listo. Ahora todo este proceso debe estar bien planeado y toma unos 20 o 30 minutos de acuerdo a la avidez del usuario con la tecnología.

Una vez ya está comprada la boleta, con tiempo suficiente porque no son muchos los autocinemas y el cupo es limitado, te diriges hacia el autocinema elegido. La llegada debe ser con mínimo 40 minutos de antelación. Por el camino, si la experiencia es nueva, empiezan a surgir preguntas sobre la forma en la que ponen el sonido: ¿habrá superparlantes digitales? Imposible, a los automóviles entra muy poco sonido y las ventanas abiertas sería un riesgo de bioseguridad. ¿Se tratará entonces de unos parlantes bluetooth para cada automóvil? ¿Será eso seguro en una pandemia, en todo caso?

Al llegar al lugar, después de casi una hora de viaje con un peaje para salir de Bogotá (eso depende donde viva cada ciudadano, y de qué autocinema haya escogido), los operadores de logística solicitan ver la boleta en el celular y aclaran algunas dudas básicas de entrada. "Siga por aquí, parquée donde se le indique. Prenda las estacionarias si requiere de algún servicio, puede revisar el menú en la página web". Un cartel con otras aclaraciones se puede ver cuando los carros en línea se acomodan para llegar al parqueadero de espera. Cuando uno apenas llega, es obvio, otros ya están disfrutando de una función previa.

El cartel anuncia, entre otras cosas, que para la función debe sintonizarse una emisora especial en la frecuencia modulada (fm). Una pieza de información nueva y casi obvia: el sonido de la función proviene del interior del carro, cuya fuente es su propio radio. Eso quiere decir que no sólo hay que tener el carro tanqueado, internet, dinero en la cuenta y paciencia, sino también buen sonido dentro del automóvil. Al menos si queremos que la experiencia sea lo más cinematográfica posible.

Unos 35 minutos antes de ingresar a la función se escuchan pitos eufóricos que provienen del autocinema, como en una celebración o una manifestación. El sonido del claxon son los nuevos aplausos. A la vieja usanza de aplaudir a la pantalla como si allí estuvieran realmente el director, los actores y el crew de producción de la película, los conductores de los carros celebran el séptimo arte y la experiencia a punta de pito.

Cinco minutos después los operadores de logística aparecen con señalizadores lumínicos como los que usan los señaleros aeroportuarios (también conocidos como marshals) y empiezan a dar ingreso. Un par de automóviles siguen dentro del autocine: parece que sus baterías no funcionan y los operadores de logística solucionan el problema con celeridad.

"Buenas noches", dice uno de los operadores con el rostro apenas visible detrás del tapabocas, el uniforme y la careta de bioseguridad. "¿Cuántos pasajeros vienen en el carro?". Tras la respuesta, el hombre grita a otro de los señaleros el número, nos indican el lugar donde debemos ubicar el automóvil, y esperar a que entre la totalidad del aforo. Media hora tomó ubicar 90 automóviles en diez filas de a nueve carros. A la primera hilera de autos los ubican sobre unas rampas para que la trompa de sus vehículos apunte unos 35 grados hacia arriba, y así no genere molestia la cercanía con la pantalla.

Las luces, como solía hacerse en las salas de cine, se apagan cuando empieza la función. La emisora, de repente, emite sonido a través de los parlantes del carro. "Recuerde encender su automóvil algunos segundos cada media hora para evitar que se descargue la batería durante la película", anuncia la emisora que ha cobrado vida repentina. Ahora tienen sentido los automóviles rezagados. Tal vez pitaron de más, quién sabe.

Poco antes de ver los créditos iniciales de la película se acerca al carro uno de los operadores, pero esta vez del servicio de comida. Se hace la transacción casi sin tocar incluso el datáfono para pagar por los productos y en cuestión de minutos vuelve con el pedido. "Este paquete y su contenido fueron previamente desinfectados para traerlos a ustedes", anuncia esta vez una mujer, también muy protegida de cualquier infección por el aire. "Revise que tenga todo lo que solicitaron, por favor", prosiguió mientras al interior del carro vemos la asepsia que manejan.

Al recibir el pedido ofrecen una nueva desinfección de las manos con alcohol y se retiran. No es tan cómodo, o no me lo pareció, ver la película dentro del carro, comer allí, y tener que encenderlo cada tanto para evitar el trabajo del desvare. Sin embargo, es probable que así sean muchas cosas en la nueva realidad: incómodas. A lo largo de la película las luces de los automóviles más modernos enceguecen durante breves segundos la proyección, pues muchos olvidan apagar el encendido automático de luces al prender el carro.

La experiencia se hace agradable a medida que nos sumergimos en la película, y por un momento es posible olvidarse de que ahora esta es la forma de ir al cine. Se hace un rato agradable, los comentarios del público se quedan al interior de los autos y no molestan a nadie. Si alguien suelta un gas ya no hay tanta gente para levantar sospechas y eso también puede ser gratificante. Allí habrá un culpable y no una masa de posibles culpables, como solía ser en las salas de cine. "La cercanía con la gente también tiene un precio", pienso.

Casi tres horas después de llegar al lugar, esta vez somos los de adentro quienes escuchamos los pitos alegóricos de quienes se morirían por aplaudir a "la experiencia" y la "gran obra maestra" que acaban de ver proyectada en la pantalla gigante. Cinco minutos después ya el recinto ha quedado desocupado para otra tanda de automóviles y nosotros volvemos directo a casa a continuar la cuarentena voluntaria, porque así es la nueva realidad. Llegamos a casa casi cinco horas después de salir hacia el autocinema, con la satisfacción de habernos sumergido un poco en la nueva realidad, con la barriga llena y los bolsillos un poco más vacíos.