La Providencia de Rodney Hawkins
La Providencia de Rodney Hawkins
24 / 11 / 2015

La Providencia de Rodney Hawkins


Por Señal Colombia
Señal Colombia
24 / 11 / 2015
La Providencia de Rodney Hawkins
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Rodney Hawkins especula sobre el origen de su apellido, también el de su nombre. Antes de comenzar su relato frunce el ceño, hace una pausa y empieza a hablar con un acento que bien podría camuflarlo como extranjero. Vocales mochas y sílabas truncas, el repertorio a lo largo de la charla. Su teoría tiene como base los rumores que ha escuchado en la isla, rumores que al fin y al cabo han cimentado una historia. “Providencia fue colonizada por los ingleses antes de que llegaran los españoles. Cuando se acabó la esclavitud, los negros quedaron con los apellidos de sus amos. Por eso ahora tenemos nombres refinados”.

Su casa está ubicada en el barrio Pueblo Viejo, el primer centro que tuvo Providencia cuando había todo tipo de mercancía regada por la calle debido a la afluencia de barcos, legales y no legales, que atracaban en el único puerto de aquel entonces. Desde su hogar alcanzaba a ver el mar y el estadio de béisbol Emos Duffis. Aprendió dos cosas de manera simultánea: a saber la hora exacta dependiendo el color del agua (en esa zona dicen que el mar tiene siete tonalidades diferentes) y a estirar su pierna izquierda al máximo para lograr un out en la primera base.

La tradición que promulga que el hijo debe asumir la profesión del padre lo llevó al océano, bien adentro, detrás de los arrecifes, donde su abuelo Edwin intentó enseñarle a pescar cuando era niño. El mareo de altamar obligaba a cambiar la rutina, a que el viejo tuviera que hacer un doble esfuerzo para regresar a la playa, a pleno rayo de sol, para dejar al pequeño que no toleraba el meneo incesante de las olas. “Aún así aprendí y bien. Si me das una red te cojo pargo, mero, salmón, lo que sea”. Mientras esperaba al abuelo, se iba con sus primos al cayo Cangrejo a coger caracoles para cocinarlos en la noche en una sartén con mantequilla.

Supo del español cuando en la escuela se lo enseñaron por mandato constitucional. “Es el idioma que se habla en tu país”, la explicación que le dieron. Hasta ese momento, en su casa todo era inglés ‘criol’, una mezcla del anglosajón con algunas lenguas africanas y ciertas palabras del castellano. Todo un revuelto. Así como su plato preferido: el rondón, una especie de sudado con leche de coco, langosta, pescado, caracol y el rabo del cerdo. “Si nos fuéramos ya para la isla de seguro mi mamá lo prepararía”.

A Rodney le gusta hablar de la gastronomía de Providencia. Recuerda que cada enero su padre compraba un cerdo y lo alimentaba todo el año hasta navidad. Antes del 24, sus tíos sujetaban el inmenso animal y con un afilado cuchillo su papá le daba la puntada final como un torero al cierre de una faena. “El cerdito no sufría; era algo rápido”, dice acerca de la maniobra casi quirúrgica con la que hacían el procedimiento. Después, Darna, su madre, adobaba la carne, la metía al horno para luego fritarla y así lograr el crocante perfecto. La guarnición: arroz con coco y guandú, y torta de verduras. Al agasajo llegaban más de 30 personas entre familiares que venían de San Andrés y vecinos que pasaban a desear felices fiestas. “Todos nos metíamos en el patio de la casa, con música a todo volumen hasta que salía el sol ¡Qué buenas rumbas!”.

***

Aún en silla de ruedas Hawkins se ve inmenso. Luce igual de imponente como antes del accidente que sufrió en 2005 y en el que perdió su pierna izquierda debido a la imprudencia de un conductor borracho que lo atropelló en una calle de San Andrés. Mantiene esa contextura de gigante (mide dos metros y pesa 96 kg) que lo alejó del béisbol y lo metió de lleno en el baloncesto cuando tenía 18 años (está a punto de cumplir 34).

Todavía puede tomar la pelota de 73 centímetros de diámetro con una mano como si fuera una de tenis. Quitársela es casi imposible, más cuando levanta sus brazos y el balón se hace inalcanzable en las alturas. Da indicaciones en inglés a sus compañeros. Ahí mismo, con una sutil malicia, recuerda que debe hacerlo en español. “Se te enreda la cabeza y ya no sabes en que idioma hablas”, afirma.

Rodney ha viajado más con el baloncesto de silla de ruedas que con el convencional. Jugó en Estados Unidos, logrando cuatro títulos con los Dallas Mavericks, después pasó a Turquía, donde hizo parte de Galatasaray, y ahora está radicado en España conformando el quinteto Ilunión, el más importante en la península ibérica.

Voy adonde me lleven”, dice sin vacilación, como si estuviera leyendo un libreto. Su silla parece un carrito chocón, pues en la parte delantera tiene un chasis diseñado para recibir y dar golpes. “Deben ser sutiles sino te cobran falta”, añade. Cuando está de ánimo, se pone su prótesis, una pierna robótica que le recuerda el pasado, y se ubica en la línea de libres para lanzar un rato. Cuenta que tiene un compañero de su misma talla al que le hace falta la extremidad derecha y con quien comparte las zapatillas de juego.  “Estas Jordan rojas las compré yo y le di una a él. Ahora debe traerme unas negras que salieron al mercado hace poco. Ese es el trato”.

Con una especie de dominio repasado se pone su reloj dorado y el último anillo que ganó con Dallas en el mismo dedo que tiene la argolla de matrimonio. “Míralo, es igual de ‘fancy’ que los que dan en la NBA”. Antes de irse tras una nueva práctica con el conjunto de Cundinamarca, delegación que comanda en estos Juegos Paranacionales, se queja del tráfico bogotano y del desorden de la capital. “Por eso me gusta mi isla; es el mejor lugar para vivir”.