Conoce a Eloísa Rojas, la madre de Nairo Quintana
Conoce a Eloísa Rojas, la madre de Nairo Quintana
25 / 01 / 2020

Conoce a Eloísa Rojas, la madre de Nairo Quintana


Por Señal Colombia
Señal Colombia
25 / 01 / 2020
Conoce a Eloísa Rojas, la madre de Nairo Quintana
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Allí está ella, sentada en una de las sillas amarillas de la tienda que tiene en su casa. La tarea de abastecerla ya no es suya como solía ser. Para eso está Sandra, su sobrina, quien en un cuaderno anota detalladamente lo que le hace falta en la vitrina. Mientras toma el sol, saluda a uno que otro vecino que pasa por la carretera. Cuando alguno se detiene, hay un diálogo corto y espontáneo.

Primero se pregunta por la familia, después se indaga por los animales de la finca, las penas y altercados recientes se resumen y llegan los buenos deseos. Así se hace aquí. El transeúnte sigue su camino y ella continúa contemplando el paisaje, ese que conoce de memoria y que observa detenidamente para ver si hay algo nuevo. Esas charlas le permiten a doña Eloísa mantenerse informada de lo que sucede kilómetros arriba y kilómetros abajo de El Moral, la pequeña loma en la vereda Concepción de Combita, Boyacá, donde está su hogar.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Disfrutando en familia de la mejor compañía.

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Es casi el medio día y Doña Eloísa espera con calma. El almuerzo es tarea controlada. El arroz, a fuego lento, la carne no tomará más de 20 minutos y las papas están listas. Hablar con la mujer que dio a luz a uno de los mejores ciclistas de la historia en nuestro país es un proceso largo pero no difícil. Hay que aplicar a la paciencia de la gota de agua que perfora la roca para que las palabras salgan con mayor fluidez. A diferencia de lo que muchos dicen, no se molesta con las preguntas pero si es prudente y recatada. Le cuesta hablar y al parecer prefiere los silencios largos. Por lo menos ya sabemos de dónde sacó Nairo su timidez.

-Yo a usted la he visto en televisión- le dice un hombre que se detiene por la curiosidad que suscita las dos pancartas que cuelgan en la fachada de su hogar.

-¿Es la mamá de Nairo Quintana, cierto?-

Ella asiente. Responde con el característico "si señor" de la región. El fanático la abraza mientras le pide a su esposa que le tome una foto con el celular. Doña Eloísa sonríe. Posar ante las cámaras ya es algo habitual. Aun así se sonroja un poco. Lleva una camiseta del equipo Colombia es Pasión, escuadra en la que estuvo su hijo durante dos años, una gorra de Fedepapa y una sudadera Nike. Usa medias calentadoras y unas chanclas rosadas. Es su indumentaria diaria, con la que se levanta a las cuatro de la mañana para ordeñar la vaca (le saca poco más de cuatro litros) sin necesidad de un despertador. Su vida es un tejido de hábitos que no piensa cambiar. Sigue trabajando con la misma disciplina y entrega que hace 15 años, sólo que hoy sus manos tiene que multiplicarse para cumplir las metas.

"Recuerdo que habían jornadas en las que teníamos tanto por hacer que nos acostábamos a las dos de la mañana para levantarnos a las cuatro. Todos, sin excepción", comenta. También rememora que a Nairo le gustaba más atender la tienda que ayudar con las labores del campo. Sin embargo, cuando tenía que ir a recoger el sembrado, ordeñar las vacas, darle de comer a las 60 gallinas que llegaron a tener, o a los perros que vigilaban la casa, lo hacía sin refunfuñar. “Porque en el campo el niño aprende desde muy pequeño a ser obediente”, afirma como si sus ojos color avellana, transparentes y casi que milenarios, le dieran vida a cada palabra.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Del origen del nombre de su hijo habla poco. Dice que nunca se realizó una ecografía para saber el sexo por lo que siempre estuvo a la expectativa. Con don Luis querían un hombre y Dios les cumplió. “Yo había visto en un periódico que un deportista famoso se llamaba Nairo entonces decidimos con mi esposo ponerle así. El Alexander es por un sobrino mío”. Pero, a pesar de hacer una búsqueda minuciosa, quien suscribe no pudo encontrar registro de dicho atleta.

***

El campesino boyacense es precavido y aún más con quien no conoce. Su sabiduría se basa en la prudencia y en la economía de las palabras. Por eso cuando a Doña Eloísa se le pregunta por Nairo o Dayer sólo mueve su cabeza aludiendo que no ha hablado con ellos. Ante un nuevo interrogante, desvía la mirada y cambia el tema. “No me iría a la ciudad por nada del mundo. El tráfico, los pitos de los carros y el afán de la gente no me gustan. Si así veo yo Tunja, imagínese Bogotá. ¡Qué caos!”. A medida que la charla se extiende la confianza florece un poco, y es ella quien lleva los hilos de la conversación, eso sí divagando de un tema a otro.

Primero dice que siempre procura tenerle agua caliente a sus hijos para que se bañen después del entrenamiento (usualmente hacen la ruta Tunja-Barbosa, pasando por al frente de la casa), seguido comenta la triste historia de cuando le robaron sus dos vaquitas mientras dormía. No hay lapso para la contrapregunta, no le gusta que la interrumpan.

De repente se coloca de pie. Por la rapidez con que lo hace, parece que algo le ha molestado. Entra en la casa sin decir nada. Unos cuantos minutos hacen dudar que vuelva a salir. Pero, súbitamente, aparece con sus manos llenas de ciruelas, rojas y jugosas, recién bajadas de uno de los árboles que tiene detrás de su hogar. Las reparte equitativamente, porque para ella todo se debe dar en partes iguales, así como el amor que les tiene a sus cinco hijos. La charla vuelve a iniciar. Ahora habla de los comienzos de sus hijos en el ciclismo. “Hubo una época en la que un corredor, no recuerdo cuál, tuvo un triunfo importante y la afición por el deporte se disparó. A los niños les regalaban dulces y gaseosa si reclamaban una monareta. Obviamente, todos iban con tal de comer”.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Desmiente que Nairo haya montado bicicleta por necesidad. Si bien es cierto que durante gran parte del bachillerato recorrió los 16 kilómetros que separan su casa del colegio Alejandro de Humboldt en Arcabuco, la ruta escolar siempre fue la primera opción. “A veces los dejaba y Leidy, la hermana mayor, peleaba en el colegio porque el conductor no los había esperado. Esa es más pequeña que yo y habla hasta por los codos. Por esos reclamos le empezaron a decir que era la defensora del pueblo y hasta la abogada de los pobres”, cuenta.

Aunque el corredor del Arkéa Samsic se ha caracterizado por ser una persona calmada y tranquila, doña Eloísa recuerda uno que otro momento en el que su temperamento explotaba. “Cuando niño era cansón como cualquier otro. Algunas veces más que Dáyer. Mire que cuando servía el plato de comida, Nairo se ponía bravo porque pensaba que el pedazo de carne que le daba a su hermano era más grande que el de él. Lo cambiaban y seguía viendo el suyo más pequeño”, dice.

Celos o no con su hermano menor, era lo único por lo que renegaba. Y ese es el último recuerdo del día. El sol de la tarde pegando en su cara le dice que es hora de seguir sus labores. Sabe leer la hora directamente de la naturaleza. Esta vez, se levanta con más calma, se despide y se resguarda de nuevo en su casa no sin antes decir: “Sumercé, me gustaría quedarme a hablar más pero tengo que seguir haciendo oficio”.