Personaje de la serie documental Ancestral Colombia.
13 / 09 / 2018

¿Es cierto que la industria destruye a los artesanos?


Por David Jáuregui Sarmiento
David Jáuregui Sarmiento
13 / 09 / 2018
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La serie Ancestral estará a las pantallas de Señal Colombia y por eso quisimos preguntarnos qué tan cierto es que la industria se ha encargado de acabar con las manos artesanas.

Las economías avanzan sin pedirle permiso a nadie, en parte por la cultura del consumo y la innovación, los modelos industriales de producción en masa para saciar dicha cultura, y porque las industrias culturales y creativas se han convertido en motor de millonarios negocios de productos y servicios.

Por el camino, aquello que hacían antes los artesanos, hoy en día se hace en serie y, mientras se convierten en hitos del diseño, otros interpretan esto como una forma de apropiación cultural nociva para quienes desarrollaron originalmente las técnicas de producción.

En las pantallas de Señal Colombia tendremos la oportunidad de ver las dos primeras temporadas de Ancestral, un programa que cuenta la historia de parejas que a pesar de los embates del tiempo siguen sobreviviendo de sus trabajos artesanales, como el trabajo del vidrio soplado, los telares, la producción de panela o la alfarería pero que, con el paso del tiempo, se han convertido en oficios cada vez menos rentables por la aparición de mercancías similares importadas, producidas en masa, y de menor calidad del trabajo en su producción.

Pues bien, se trata de un fenómeno que no es nuevo en el mundo, pues desde la aparición de la revolución industrial, por el siglo XVIII en Inglaterra, muchas mercancías que antes se producían en pequeños talleres familiares pasaron a producirse en grandes fábricas que producen en un día lo que las manos artesanas producirían en varios meses. Ante este panorama, muchas personas optaron por abandonar sus oficios y trabajar para las grandes compañías, pues competir se hace cada vez más difícil y el dicho dice que “si no puedes con el enemigo, únetele”.

 

Ahora bien, la discusión sobre el dinero que podrían llegar a perder los artesanos frente a este modelo en comparación con la producción en masa se ha discutido ampliamente, pero lo cierto es que los grandes capitales tienden a ganar el pulso precisamente por eso: quien tiene más dinero tiene la razón, según la lógica del capital que gobierna al mundo.

Pero, además, hay una nueva discusión que lleva varios años en las academias pero que con la globalización y las redes sociales se ha hecho más latente por estos días: la “apropiación cultural” y el proteccionismo de los saberes ancestrales.

 

Para quienes alegan la apropiación cultural, ejemplos como el boomerang australiano de la prestigiosa casa de diseño Chanel (ver imágenes abajo), los productos con motivos de la etnia Wayuú de la diseñadora colombiana Silvia Tcherassi, o algunos diseños recientes de la casa Michale Kors con motivos y diseños autóctonos de comunidades mexicanas, esta tendencia es nociva en tanto los creadores originales a veces no reciben a cambio de sus ideas ni el reconocimiento de ellas, y tampoco los réditos económicos que estas grandísimas casas de diseño alcanzan a pesar de no ser las creadoras originales de los diseños, sino simples modificadoras.

Boomerang de lujo de la casa Chanel.

 

Como ejemplo del reclamo podemos ubicar una publicación que hizo recientemente el fotógrafo y arquitecto mexicano Santiago Pérez Grovas, quien dejó una foto en la red social Instagram -que retiró rápidamente- en la que compara el diseño de una prenda que compró en las tiendas de artesanías de Coyoacán (México) frente a una nueva colección de la casa Michael Kors, argumentando que el producto de la casa de diseño estadounidense puede llegar a costar varios miles de pesos mexicanos mientras los artesanos venden la misma pieza, hecha a mano, por apenas unos cientos de pesos.

 

El mismo reclamo se ha presentado en casos como el del tradicional sombrero vueltiao, original de la cultura indígena Zenú, cuando según se dijo empezaron a llegar imitaciones desde china por precios muy por debajo de la capacidad de ofrecer de las artesanías zenú, y con todo tipo de productos que van desde la alfarería y comestibles como el bocadillo, el café o la panela.

Pero, la discusión va más allá, pues así como quienes atacan estas actividades que utilizan los diseños y conocimientos artesanales, también están quienes dicen que no necesariamente es un proceso tan nocivo, pues por un lado muchas veces los artesanos se ven involucrados en los procesos y se les paga por ello, y también que también es válido que un diseñador parta de diseños artesanales para innovar.

 

¿Cómo se ha planteado la polémica y qué se ha hecho al respecto?

Si quisiéramos ubicar en los últimos años un título para la pelea entre quienes quisieran que los conocimientos ancestrales se mantuvieran intactos y alejados de la industria de masas y los que no, tendríamos que pensar necesariamente en Apocalípticos e integrados, del filósofo y semiólogo italiano Umberto Eco.

Aunque es una discusión que parece reciente, este estudioso condensó dicho enfrentamiento desde 1964, cuando salió la primera edición de su texto. En él, Eco enfrentó a quienes están en contra de la cultura de masas (apocalípticos) con quienes no lo ven como un proceso contrario a la originalidad humana y no ven mayor problema en este proceso sino más bien aspectos positivos (integrados).

 

En resumen, Eco, a partir del análisis de pensadores como los de la escuela de Frankfurt (apocalípticos) y muchas otras corrientes de pensamiento, llegó a la conclusión de que quienes se oponen se temen que el proceso de masificación de los procesos culturales genera un gusto medio (mediocre) porque sacrifica la originalidad, provoca emociones pre construidas, está dominada por las leyes del mercado (que pueden llegar a ser despiadadas), promueve el pensamiento superficial así como degrada la cultura y el arte.

Por otro lado, los integrados sostienen que la masificación no puede ser reducida a un fenómeno exclusivamente capitalista pues también encarna expresiones populares, permite el acceso a ciertos productos culturales que antes eran vedados a algunos sectores de la sociedad (menos favorecidos), satisface las necesidades del entretenimiento y permite la difusión a bajo costo de obras culturales (productos creaciones).

Ahora bien, quién tiene la razón no es algo que ha importado mucho pues, como ya dijimos, el mundo, pero especialmente el mundo gobernado por la economía de capital, es un animal con vida propia que no pide excusas a quien se lleva por el camino y, por eso, los gobiernos han empezado a intentar proteger las creaciones autóctonas de la mejor manera que lo pueden hacer: con leyes.

 

La forma más reciente en la que se ha intentado proteger la actividad productiva de los artesanos y la originalidad de sus creaciones se ha amparado en la propiedad intelectual, que no es más que los derechos de autor. Hoy, la iniciativa de proteger las técnicas originales, así como sus diseños y particularidades que imprimen los artesanos en sus creaciones, se protege en derecho bajo el nombre de Denominación de origen.

De acuerdo con la marca oficial del país, que se encarga de promover el comercio con Colombia, hoy en día figuran al menos 18 productos amparados bajo esta norma, dentro de los que se encuentran las variaciones de café del Cauca, Nariño y colombiano; los biscochos de Achira del Huila, el queso Paipa, la tejeduría Wayuú, la cerámica artesanal de Ráquira, entre otros.

Sin embargo, de acuerdo con la Superintendencia de Industria y Comercio (SIC), la entidad oficial de conceder y legitimar dichas denominaciones en Colombia, existen al menos 27 productos entre artesanales y agroalimenticios protegidos, dentro de los que se encuentran incluso el bocadillo veleño y las rosas colombianas.

Esta protección, sin embargo, depende de que cada gremio artesanal o incluso las mismas alcaldías de las poblaciones donde se ubican los artesanos tomen la iniciativa de hacer los trámites para que nadie más pueda explotar la denominación y, si lo hace, tenga que o dar el reconocimiento o pagar por los productos originales para luego darles su valor agregado en diseño industrial.

 

¿Qué dicen los expertos?

De acuerdo con Iván Franco, diseñador industrial especialista en gestión de diseño, y magíster en gestión de la Cultura y en Mercado del arte, el término de apropiación puede ser injusto con los diseñadores actuales, porque no en todos los casos de trata de apropiaciones abusivas porque desconocen la fuente y no hacen el debido reconocimiento, y porque muchas veces lo que se hace es que las formas artesanales son puntos de partida para hacer nuevas creaciones narrativas y códigos estéticos a partir de valores particulares bien sea de la técnica o de los materiales, pero siempre reconociendo la fuente.

 

“Algunos diseñadores, por ejemplo, compran los productos directamente a los artesanos y hacen una intervención propia sobre ellos y por eso cobran. De todas formas, hoy hay un sistema de protección para evitar esos inconvenientes, que son las denominaciones de origen y las marcas colectivas, dos formatos de propiedad intelectual que de alguna forma protegen las expresiones culturales y además les dan respaldo y visibilidad. Por ejemplo, la cañaflecha ya tiene denominación de origen, y cuando empezaron a llegar los sombreros vueltiaos chinos se tuvo que frenar esa mercancía porque ya había un tema de propiedad intelectual que impedía que se comercializaran estos productos a la ligera”, explicó Franco.

Para el experto, desde el diseño, lo que se hace es reinterpretar códigos para generar propuestas diferentes. En esas reinterpretaciones, afirmó, aparecen los referentes o los puntos de inspiración y, así como alguien se puede inspirar en la naturaleza o en la arquitectura, también se puede inspirar en códigos culturales específicos de una comunidad o ancestrales. “En ese proceso lo que se hace es identificar elementos que se conviertan en atributos de diseño que luego se manifiestan en obras plásticas, en físico o digital, el panorama ahí es muy amplio. Un buen ejercicio de diseño debe aportar un nuevo código estético frente a esa inspiración o referente inicial de tal manera que haya una nueva propuesta y no una copia, que a veces suele suceder, incluso mal hecho”, concluyó Franco.