Se dice que algunas historias nacieron para ser libros y otras para ser películas. Sin embargo La ciudad y los perros, del Nobel de literatura (2010) peruano Mario Vargas Llosa, es uno de esos escasos ejemplos en los que el libro es tan bueno como la película. No dejes de verla en Señal Colombia.
Las adaptaciones cinematográficas de la literatura latinoamericana no son escasas, y desde La Mansión de la Araucaima (1986), dirigida por Carlos Mayolo y cuya historia original pertenece a la novela del mismo nombre escrita por Álvaro Mutis; hasta la afamada novela corta Pedro Páramo, del mexicano Juan Rulfo y cuya historia en el cine llevó el mismo nombre (Pedro Páramo (1976)) o María (1972), del título original del escritor Jorge Isaacs, han sido proyectadas en las pantallas de cine por el interés que generaron en los lectores de los libros con mayor o menor éxito en algunos casos.
Podemos recordar la novela La pregunta de sus ojos (2005) del escritor Eduardo Saccheri, que en su adaptación cinematográfica obtuvo más reconocimiento en su adaptación al cine, y el largometraje del libro, protagonizado por Ricardo Darín y dirigida por Juan José Campanella pero titulada El secreto de sus ojos (2009), llegó a obtener el máximo galardón de la Academia Estadounidense, por lo que pasó a figurar en la de películas latinoamericanas en ser premiadas a mejor película extranjera en los premios Oscar.
Caso contrario sucedió, por ejemplo, con la representación fílmica de la novela del Nobel de literatura peruano Mario Vargas Llosa, Pantaleón y las visitadoras (1973), que desde su nacimiento ha visto dos veces su historia proyectada en las pantallas de cine, aunque sin mucho éxito.
Por un lado, la primera adaptación de esta novela fue filmada dos años después de publicado el libro, y aunque contaba con la codirección del mismísimo Vargas Llosa y el cineasta José María Gutiérrez, el largometraje fue duramente criticado y no gozó de ningún éxito.
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Lo mismo sucedió con la segunda adaptación del libro, esta vez dirigido por uno de los cineastas más prolíficos del Perú: Francisco J. Lombardi. En la segunda versión de la película en 1999, protagonizada por el actor peruano Salvador del Solar y la colombiana Angie Cepeda, aunque las críticas fueron menos mordaces, sí pasó a la historia como una adaptación que se alejó demasiado de la historia del libro y no registró el éxito que la historia original del texto.
Sin embargo, Lombardi ya había demostrado su capacidad para encontrar el punto de encuentro entre el séptimo arte y la literatura y años atrás había realizado con éxito una muy buena adaptación de la primera novela de Mario Vargas Llosa: La ciudad y los perros. Por esta película, además, Lombardi se llevó el galardón a mejor dirección en el Festival de cine de San Sebastián.
Para esta adaptación, que podrás ver en Señal Colombia, Lombardi no estuvo solo, pues el guion del largometraje fue elaborado por Vargas Llosa y José Watanabe, por lo que al menos el desarrollo de la historia fue casi elaborado por el mismo autor de la novela.
En este caso, diferente a lo sucedido con Pantaleón y las visitadoras, el filme destacó en festivales como una adaptación que, en general, hizo honor a la historia escrita por el Nobel peruano.
El buen resumen audiovisual de Lombardi
Así como en una importante cantidad de famosas adaptaciones de literatura al cine (El Señor de los anillos, Harry Potter, El Padrino), si bien el trabajo de elevar las palabras a imágenes en movimiento se hizo con todo el rigor posible, resulta casi imposible por limitaciones técnicas o de tiempo en el screen contar todo lo que sucede en las páginas, y La ciudad y los perros (1986) no es la excepción.
Sin embargo, la colaboración del autor del libro se nota en el desarrollo de la película de Lombardi y, aunque las minucias de los personajes no son relatadas con fidelidad, así como muchos apartes que para la sociedad peruana resultaron escandalosos, todo lo acontecido en el largometraje es una fiel construcción de la historia de la novela.
El argumento de la novela y la película se podrían condensar, entonces, en la trama principal de la obra literaria: en un colegio militar ubicado en la ciudad de Lima, uno de los alumnos del quinto grado de bachillerato acabó con la vida de un cadete por hacer las veces de soplón del salón. La historia, que gira alrededor de los alumnos Alberto Fernández (El poeta), El Jaguar, Ricardo Arana (El esclavo) y Teresa, una chica limeña de la que los tres son pretendientes, dará cuenta de los límites de lo que significa la verdad en un régimen castrense (militar) y de cómo, incluso, el orden de la vida puede limitarse a que siempre prevalece el más fuerte.
A lo largo de los 135 minutos del largometraje el eje central se cuenta sin muchas alteraciones y con suficiente fidelidad como para que quien ha tenido la oportunidad de ver leer el libro y ver la película pueda afirmar sin temor que lo acontecido en la lectura pasa en la cinta.
Además, las actuaciones de Gustavo Bueno, como el teniente Gamboa, supervisor de la cuadrilla y uno de los personajes más correctos de toda la novela es acertada, así como la de Juan Manuel Ochoa como El Jaguar; Eduardo Adrianzén como El Esclavo y Pablo Sierra como El Poeta, interpretaciones bastante convincentes y que se aferran a la esencia de los personajes en la novela, o al menos lo suficiente como para que pueda valérsele el mérito a una muy buena adaptación cinematográfica.
De esta manera, podemos decir que al menos frente a muchas otras adaptaciones de la literatura cinematográfica La ciudad y los perros de Lombardi se lleva una muy buena calificación y por eso la recomendamos para todos nuestros televidentes y lectores.
Lo que no cuenta la película
Ahora bien, como se trata de una adaptación, la película sería el desencadenante perfecto de una masacre de notas bajas en un examen de literatura. Por eso, si un docente de bachillerato o universitario quisiera sorprender a sus alumnos por no leer la novela y recurrir únicamente a la película no le quedaría demasiado difícil.
La novela de Vargas Llosa levantó bastantes ampollas en los militares del Perú, así como en quienes sentían aprecio por el Colegio Militar Leoncio Prado, donde estudió un par de años el escritor, y en donde se desarrolla la novela. Desde el inicio el escritor tuvo problemas para lograr su publicación, pues las editoriales españolas estaban supeditadas a la censura del régimen franquista (del dictador Francisco Franco).
Efectivamente, miembros de la cúpula militar peruana se manifestaron en contra de la narración y se cuenta que el general José Carlos Marín, uno de los fundadores del Colegio, llegó a decir que la obra era un instrumento por el cual se ataca a las instituciones armadas, es decir, una “táctica típica del comunismo”.
Las cosas tal vez llegaron tan lejos que, aunque no se ha confirmado, llegó a producirse el rumor de una quema de los ejemplares de la novela por obra de los militares en el patio del colegio Leoncio Prado.
Como fuere, lo que pasa en la película es tan solo la punta del iceberg de lo que acontece en la novela, y la muerte del Esclavo, el misterio de su fallecimiento, las palizas y los abusos entre cadetes, el licor, los cigarrillos, las escapadas, los robos y las novelitas pervertidas del cadete Fernández son sólo lo necesario para desarrollar la trama principal.
Sin embargo, al comparar el libro y la película algunos detalles saltan a la vista: el colegio representado en la película no se llama Leoncio Prado, sino Colegio Militar de Lima, y algunos de los acontecimientos más perturbadores al interior del Leoncio Prado no son contados en el largometraje, así como no se desarrollan las historias de otros personajes que acompañan a los protagonistas.
Por ejemplo, no se detalla en lo más mínimo la historia de los demás integrantes del “círculo”, la pandilla del Jaguar. Se puede citar -aunque se lea gracioso- el miembro viril de tamaño espectacular de “El Boa”, pues nunca es mencionado para justificar su apodo, así como tampoco las relaciones sexuales de este personaje con "la malpapeada”, una perrita que acompaña siempre al personaje, así como tampoco las relaciones sexuales con las gallinas que sostenían los cadetes, ni tampoco las reuniones clandestinas de los alumnos para consumir pisco, fumar cigarrillos, jugar a las cartas y masturbarse colectivamente en frente de todos.
Tampoco, por ejemplo, se da cuenta de las implicaciones de la expulsión del cadete Serrano, llamado así por venir de la Sierra y sus características físicas de “cholo”, por el que siente un desprecio tácito de sus compañeros, así como tampoco cuenta que tal vez era el único de los cadetes de esa cuadrilla que auténticamente tenía vocación militar. En determinado punto, su expulsión, devastadora para él, podría ser motivo suficiente para que algún cadete amigo hubiese decidido matar al soplón de la clase.
Tampoco se cuenta la historia de “la pies dorados”, una prostituta en la zona roja de Lima, el jirón Huatica, que atendía a cuanto alumno del Leoncio Prado por 20 soles, y uno de los motivos por el que los cadetes viven en la constante búsqueda de dinero, además de las noches de licor y la compañía del cigarrillo en las imaginarias (guardias nocturnas).
Solamente por mencionar otro ejemplo podemos citar al personaje Paulino que aparece sólo unos segundos en la película y quien ingresa el pisco y los cigarrillos al colegio, otra de las dudas que se mantiene latente en la película.
En la cinta se sabe que el círculo distribuye el contrabando, pero nunca se da a explicación cómo se ingresa a las instalaciones educativas. Sobre este personaje, además, hay apartados aún más oscuros, que si bien no podrás descubrir en la cinta, sí podrás hallar en el libro.