“Salón de cerámica”, se lee en el pequeño letrero que tiene el aula que circunda con la cancha de fútbol del colegio Alejandro de Humboldt. Es un lugar bastante grande, en comparación con los demás ¿lo recuerdas Nairo? Parece desordenado por la cantidad de caolín que hay pero no; es la sensación que da ver este tipo de arcilla. De seguro a ti también te causo esa impresión cuando en noveno ingresaste por primera vez, lleno de expectativas, después de tomar la decisión de irte por las artes aplicadas a la cerámica y no la electricidad.
¿Por qué? Eso sólo lo sabes tú. Puede que los neutrones y protones no te hayan seducido tanto como la posibilidad de crear, imaginar y soñar. Aún están los dos hornos viejos con los que tenías que lidiar para no quemarte en el proceso de fabricación de las obras. La temperatura no ha variado: 900 grados centígrados para el bizcochado y 1200 para el vidriado.
La hilera de estantes metálicos sigue evitando que la luz entre con facilidad. Se hace necesario prender todos los bombillos para poder caminar sin tropezarse con algo. Tú no debiste preocuparte por eso pues eras pequeño, delgadito y bastante cuidadoso. Así te describe Mercedes Mayuza, tu profesora en ese entonces. La misma que ponía música de Mozart y Chaikovski para que trabajaras sin presiones y olvidaras, aunque fuera por unos instantes, el resto de tus obligaciones. Era un mundo aparte ¿cierto?
Recuerda con claridad esos ataques de risa, esporádicos, que te daban después de un intercambio de susurros con los Reyes Yaquive, tus compinches de travesuras, tus más fieles seguidores y compañeros de competencias. Una vez fue tanta la algarabía que ella pasó de la represión a la recocha. No era habitual verte reír, pero cuando lo hacías esparcías alegría hasta contagiar a los demás. Nunca fuiste problemático, cansón y desjuiciado como tus amigos. Mucho menos contestón.
Ni siquiera el día que estuvo a punto de tumbar tu proyecto de grado porque no veía muy claro cómo podías aplicar las bases de la corriente futurista al ciclismo. “Profe ya sé lo que voy a hacer”, fue lo único que dijiste. Desde ese momento ya dabas muestra de seguridad, carácter y determinación. “Hágale, siempre y cuando respete y mantenga los elementos que hemos hablado”, te respondió.
Supiste dejar atrás lo tradicional, lo monótono y lo lento para ingeniar una escultura que reflejara la velocidad y el cambio. El ciclismo era en lo único que pensabas, lo único de lo que hablabas y lo único que soñabas. Y cómo no hacerlo ¿Cómo culparte por tratar de llevar la bicicleta a cualquier espacio de tu vida?
“Nairo no se le olvide que lo que acaba de dibujar es lo mismo que tiene que crear con la arcilla”, enfatizó la profesora cuando le mostraste un bosquejo que más bien parecía un jeroglífico. La advertencia no mató la confianza, por el contrario motivó aún más a materializar la idea. Así eres tú, así te recuerdan, como un joven que frente a los obstáculos se crecía, que sentía alegría durante la lucha, a través del esfuerzo, y no tanto en la victoria misma.
Duraste todo el año haciendo tu 'Ciclista Futurista'. Primero, tomaste el caolín proveniente de las minas que quedan a las afueras de Arcabuco y lo mezclaste con una serie de químicos para formar una pasta uniforme. Después, jugaste a ser panadero con tus amigos y la amasaste una y otra vez hasta que tomara una consistencia fácil de moldear. Eso sí, no sin antes golpearla varias veces contra la mesa de trabajo para asegurarte de que había quedado bien hecha. Y cuando te dieron la aprobación procediste a prepararla.
Con la materia prima hecha, fue la hora de transformarte en artista. No hiciste como muchos compañeros que ante la dificultad inventaron alguna excusa para tener la compasión de la maestra. Tú no. Te apegaste a las reglas, jugaste bajo su mandato y las seguiste de manera sacrosanta. ¿Así te enseñaron en casa, cierto? A obedecer sin refutar y a asumir tus decisiones.
Comenzaste con el casco, por supuesto, aerodinámico para cortar bien el viento. Sabías perfectamente cómo moldearlo pues ya utilizabas uno similar en tus primeras competencias como juvenil. Seguiste con el rostro ¿Por qué sólo le pusiste un ojo? Ni la ‘profe’ lo entiende. Eso sí, bastante grande, con gran alcance para ver todo lo que sucede alrededor. Después vino la boca, totalmente abierta, emulando algún momento en el que el cansancio estuvo a punto de superarte en tus largas jornadas de entrenamiento y tu lengua se quiso escapar en un gesto de rebeldía.
Luego te dedicaste al torso, en el que sobresalen cuatro costillas hechas de manera descendente logrando un gran efecto visual. Los orificios parecen de diferentes tamaños a pesar de que tiene las mismas medidas. “Imagino que las hizo así porque quería reflejar la presión que deben soportar estos huesos cuando un ciclista se cae o cuando el viento golpea sin compasión”, dice la ‘profe’. ¿Fue esa la razón o una simple coincidencia del momento?
El brazo derecho lo dejaste inclinado hacia atrás y perfectamente doblado, formando un ángulo de 45 grados. Es necesario mirar de cerca para darse cuenta de que hubo una fragmentación. Los acabados disparejos y los picos de la cerámica, casi cortantes, la evidencia de que allí no era el fin de tu escultura. “Iba una ‘cicla’ con su respectiva caramañola. La hizo en crudo y cuando salió del horno se explotó”.
- ‘Profe’ mire lo que me pasó- dijiste
-Lo siento, sin la bicicleta no se la puedo valer. Usted la pintó así y así debe quedar-
Todos se burlaron de tu obra, la tildaron de mamarracho y te la montaron porque no tenía gracia, además de que estaba incompleta. “Qué costillas tan feas… Quintana qué es eso… Va a perder la materia”, algunas de las cosas que te dijeron quienes optaron por algo tradicional y no por la innovación. El riesgo, tú camino al éxito desde ese entonces.
Esa relación con el peligro casi te lleva a perder la asignatura como tu hermano Dáyer, pues la ‘cicla’ era crucial para entender la figura; para que los demás la entendieran. Sin embargo, más que el resultado, te evaluaron el proceso. Trabajaste con juicio en cada bloque, casi no faltaste a clase y demostraste entrega y dedicación para sacar adelante tu 'Ciclista Futurista'. Lastimosamente, los compromisos deportivos te llevaron lejos y no alcanzaste a pintarla. De seguro hubieras disfrutado el esmaltado, la parte más divertida del procedimiento. Tu construcción quedó en una bolsa negra, en medio de vasijas, poporos, máscaras autóctonas que formaron un arrume en uno de los rincones del salón.
Hasta hace algunos años estuvo ahí, en el olvido, llenándose de polvo hasta que la profesora Mayuza la encontró y la sacó para que otros alumnos la pintaran y la decoraran. Casualidad o no, el color escogido fue el amarillo, el mismo que distingue al campeón del Tour de Francia. Además, uno de los jóvenes sugirió poner en la base algunas flores que crecen en la región para resaltar tu fascinación por la naturaleza. Porque, eso sí, la fauna y los paisajes de tu tierra no los cambias por nada.
La escultura quedó tan llamativa que hace algunos meses un coleccionista francés vio por las redes tu obra y se consiguió el número de tu profesora para hacerle una oferta, una jugosa propuesta casi imposible de rechazar. “Me dijo que me daba 10 millones de euros. Quedé fría. Ni siquiera sé cuánto es eso en pesos”, afirmó Mercedes. El tipo insistió pero ella se mantuvo firme. Ahora, el colegio piensa construir un vitral en toda la entrada, al lado de la tesorería, para que tu figura resalte junto al escudo y las estrofas del himno de la institución.
Nairo, el escritor irlandés Oscar Wilde dijo alguna vez que ningún gran artista ve las cosas como son en realidad; si lo hiciera, dejaría de ser artista. El 'Ciclista Futurista' es el reflejo de tu realidad, la que te hace único en un mundo de muchos. Por ahora, tu escultura quedará guardada en el salón de cerámica, esperando por su pedestal, uno que se ganó gracias a tus pedalazos.
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