Desde Ciudad Bolívar Ángela Figueroa ya superaba obstáculos / EFE
Desde Ciudad Bolívar Ángela Figueroa ya superaba obstáculos / EFE
31 / 03 / 2017

Desde Ciudad Bolívar Ángela Figueroa ya superaba obstáculos


Por Señal Colombia
Señal Colombia
31 / 03 / 2017
Desde Ciudad Bolívar Ángela Figueroa ya superaba obstáculos / EFE
0

Como cualquier niño, Ángela Figueroa era muy inquieta. Unos días jugaba yermis con sus amigos de la cuadra. Otros, cuando no encontraban las tapas de gaseosa necesarias, tocaba cambiar a las escondidas y ocultarse detrás de los postes y las esquinas. Y en el momento que un niño aparecía con el balón, todo se dejaba a un lado por el fútbol. Así pasó su infancia en Ciudad Bolívar, una localidad de Bogotá que aprovecha el descuido de cualquier pequeño para sumergirlo en un mundo de violencia y drogas. Eso lo sabía doña Marlén, una mujer estricta y amorosa que intentó inculcar la actividad física como mecanismo de defensa a una realidad inevitable y que circunda ese sector olvidado de la ciudad.

“Tuvimos una infancia feliz a pesar de las dificultades porque mi mamá sólo ganaba lo suficiente para mantener la casa. No había espacio para los lujos. Aprendimos a valorar las cosas y entender que en la vida todo se consigue con esfuerzo. La admiro mucho porque quedar viuda y con cuatro hijos debe asustar a cualquiera. Pero ella no. Luchó y trabajó por darnos un mejor futuro”, cuenta Ángela.

De niña aprendió a interpretar la magia de lo sencillo; a tomar las cosas simples y magnificarlas, y aceptar a regañadientes, pero al fin de cuentas aceptar, cuando una de sus pilatunas era descubierta. “A nosotros nos gustaba mucho jugar maquinitas en la tienda. Era una de vaqueros si mal no recuerdo. Y un día, cuando unos tíos estaban de visita en la casa, nos volamos. Duraron buscándonos más de dos horas y cuando nos encontraron el ‘vaciadón’ fue monumental. Y la cosa no paró ahí. Llegamos a la casa y nos pegaron. Lloré mucho, pero después me enteré de que por ahí cerca había matado a un señor horas antes entonces entendí la angustia de mi mamá”.

Maduró más rápido de lo habitual. Entendió el mundo de los grandes cuando aún hacía parte del de los pequeños. Empezó a preocuparse más por su apariencia física, a maquillarse y a tratar de ser mujer cuando aún era una niña. “Un día mi hermana mayor, quien era la que nos cuidaba mientras mi mamá trabajaba, me dijo: 'Usted ya está como grandecita y puede ayudar. Venga le enseño a hacer el arroz'. Ese fue mi primer contacto con la cocina”, cuenta.

Hoy lo sigue haciendo. Ya no para sus hermanos sino para su esposo Jaime y su hija Nicole. No se considera una gran chef. Su fuerte son las pastas y siempre le han criticado su falta de imaginación a la hora de implementar nuevas recetas. “A mi hija le gusta el sudado de pollo que le preparo. Mi marido no se puede quejar”, dice entre risas.

***

En el colegio Arborizadora Baja, el test de Cooper era algo rutinario en la clase de educación física. Todos hacían esa prueba que dura doce minutos y cuyo objetivo es recorrer la mayor distancia posible a una velocidad constante. Los resultados no sorprendían y eran un número más para el archivo escolar.

Sin embargo, Antonio Rincón notó que una niña resistía mucho más que sus compañeros. Que tenía la contextura perfecta para dedicarse al atletismo y el temperamento que requiere un deporte de sacrificio. “Después de ese test me dijo que si quería entrenar con él después del colegio. Lo pensé un poco. Pero al final me animé y comenzamos a trabajar”.

Primero fueron unos juegos distritales. Después unos nacionales en Medellín. Salir de Bogotá la motivaba a seguir entrenando. Del colegio, a la pista del Tunal y de allí a la casa. Ese era el recorrido diario. La disciplina llevó a la rutina y esta al hábito. Con los años la costumbre no se pierde. Por el contrario, se afianza. “Sigo madrugando mucho. Me levanto a las cinco de la mañana para alistar a mi hija, entreno de seis a nueve y después llego a la casa para hacer el almuerzo. Cuando terminamos tareas me voy a entrenar, alrededor de las cuatro de la tarde”.

Pero, por más estricta que pueda llegar a ser la vida, siempre hay espacio para el esparcimiento. Para correrle al deporte y dejarlo botado unas cuantas horas. “Me gusta mucho ir a cine. Casi todos los fines de semana procuramos ver una película. Es una gran distracción”, comenta Ángela, quien participó por primera vez en los tres mil metros obstáculos en una exhibición en la capital de la República.

Agradece cada vez que puede al atletismo. Sabe que de haber estudiado ingeniería de sistemas, como su hermana quería, no podría compartir tanto tiempo con su familia. Espera poder entrenar hasta los 40 años, siempre y cuando no descuide su hogar. Toda una heroína en casa y en las pistas.