Bogotá, capital de Colombia
Bogotá y su arquitectura: fachadas desdibujadas por el tiempo
06 / 08 / 2025

Bogotá: del ladrillo inglés al concreto soviético, un siglo de transformación arquitectónica


Por Tomás Pianeta
Tomás Pianeta
06 / 08 / 2025
Bogotá, capital de Colombia
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A lo largo del último siglo, Bogotá ha sido un lienzo cambiante, una ciudad donde la arquitectura ha servido como espejo de los tiempos: de las aspiraciones, las influencias extranjeras, los modelos de ciudad y las decisiones políticas que han esculpido su fisonomía.

Lo que alguna vez fue una capital con marcado estilo europeo, en especial de corte inglés, hoy se encuentra envuelta en un mar de estructuras modernas, pragmáticas, a veces despersonalizadas, que poco tienen que ver con los antiguos caserones de tejado inclinado, ladrillo oscuro y delicado trabajo en hierro forjado.

Bogotá, calle 3ra, de Florian.

 

Una Bogotá con acento londinense

En el corazón de La Candelaria, y en barrios como Teusaquillo, La Merced o Chapinero, aún pueden encontrarse rastros visibles de lo que alguna vez fue la identidad visual predominante de la capital: una Bogotá de estilo inglés, sobria pero elegante, que nació del deseo de proyectar una ciudad moderna, europea, culta. A finales del siglo XIX y comienzos del XX, Bogotá vivía un proceso de apertura cultural y económica que coincidió con la llegada de arquitectos extranjeros y locales formados en escuelas del Reino Unido y Francia.

Barrio Teusaquillo, 1927.

Influencias como la del británico Robert M. Farrington, los alemanes Leopoldo Rother y Ernesto Blumenthal, el italiano Bruno Violi o Erich Lange dejaron una huella conceptual en la arquitectura institucional bogotana, ayudaron a consolidar una estética en la primera mitad del siglo XX que recordaba al Londres victoriano: fachadas de ladrillo oscuro, techos altos, aleros prolongados, vitrales, torres y buhardillas. Esta Bogotá se pensaba para caminar, para convivir con el frío, con patios internos y jardines.

Durante la primera mitad del siglo XX, ese lenguaje se consolidó en sectores como el barrio La Magdalena (hoy Teusaquillo), donde el urbanismo dialogaba con el entorno y el tiempo parecía moverse más despacio. La arquitectura era un vehículo de identidad, y quienes habitaban estos espacios tenían claro que vivían dentro de una historia construida a fuego lento.

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Modernismo y ruptura: la llegada del concreto

Sin embargo, la segunda mitad del siglo XX marcó una ruptura. Con la Guerra Fría como telón de fondo, nuevas influencias comenzaron a permear la arquitectura colombiana. El estilo modernista, influido por las corrientes soviéticas y los principios del racionalismo arquitectónico, fue ganando terreno. El ladrillo dio paso al concreto; la ornamentación, a la funcionalidad. Las ciudades ya no se pensaban como espacios estéticos, sino como estructuras eficientes, prácticas, de rápida edificación y bajo costo.

Foto en el barrio Chapinero, donde se puede percibir el contraste arquitectónico de las edificaciones.

Esta Bogotá moderna fue tomando forma entre los años 60 y 80, cuando edificios institucionales, conjuntos residenciales y espacios públicos comenzaron a replicar patrones arquitectónicos más estandarizados, influenciados en parte por modelos urbanísticos socialistas y de reconstrucción europea del posguerra. El cambio respondía tanto a una necesidad de crecimiento rápido, como a un giro ideológico y político en el diseño urbano.

Aunque muchos de estos nuevos desarrollos fueron necesarios, lo cierto es que en el camino se perdió parte de la estética que hacía única a la capital. Bogotá comenzó a parecerse menos a sí misma y más a cualquier metrópoli genérica del mundo moderno.

 

Foto comparativa de Unilago, localidad de Chapinero, antes y ahora.

Las joyas que resisten el tiempo

Pese al crecimiento acelerado y la transformación urbana, Bogotá conserva aún reliquias arquitectónicas que dan testimonio de ese pasado elegante, íntimo y meticuloso. Algunos ejemplos notables incluyen:

  • El barrio La Merced, donde aún se mantienen casas de estilo Tudor con tejados a dos aguas, en calles empedradas que invitan a la pausa.
  • La Candelaria, con sus casonas coloniales y republicanas, restauradas con cuidado, que hoy acogen museos, universidades y centros culturales.
  • El Palacio de San Francisco, el Edificio Liévano y otras joyas del centro histórico, que aún resisten entre rascacielos de vidrio y torres de apartamentos.

Además, lugares como el Cementerio Central o el Parque Nacional Enrique Olaya Herrera guardan entre sus construcciones antiguas y monumentos una historia urbana que no se puede borrar, ni mucho menos subestimar.

Una ciudad entre la nostalgia y la necesidad

Hoy, Bogotá es una ciudad que dialoga entre su pasado y su futuro. Hay una creciente valoración por la memoria arquitectónica y los planes de restauración han comenzado a visibilizar la importancia de conservar lo que queda. Pero también hay urgencias urbanas que demandan vivienda, servicios e infraestructura. En ese cruce de caminos, está el reto: ¿cómo crecer sin borrar la identidad?

Reconocer la historia de su arquitectura no es un ejercicio romántico, sino una forma de entender cómo se ha tejido la vida en esta ciudad. Bogotá no solo se ha construido con ladrillo o concreto: se ha construido con las ideas, los sueños y las tensiones de quienes la han habitado durante más de cien años.

Conservar es abrazar. Y en cada casa antigua que se mantiene en pie, Bogotá recuerda que aún tiene muchas historias por contar.