Una delicada historia de amor adolescente contada al estilo del prestigioso Studio Ghibli es La colina de las amapolas, del director Goro Miyazaki.
Después de la inquietante Cuentos de Terramar, Goro Miyazaki dirigió esta película, producida por Toshio Suzuki, escrita por Tetsuro Sayama y dibujada por Chizuru Takahashi.
Con un ritmo sosegado, un relato sencillo e incluso un tinte de telenovela, esta cinta narra dos historias en paralelo.
La primera de ellas es la construcción de la relación entre los personaje principales, Umi y Shun, dos adolescentes que desarrollan una amistad que se complica con el inesperado descubrimiento de un secreto del pasado.
La segunda historia es la lucha de un grupo de estudiantes para que no demuelan el edificio donde ellos tienen su club en una época de transformaciones para la sociedad japonesa.
La colina de las amapolas se desarrolla en 1963, en los meses previos a los Juegos Olímpicos de Tokio 1964, cuando Japón veía un esperanzador futuro mientras dejaba atrás la tragedia de la Segunda Guerra Mundial.
Ghibli y el estilo de Goro
Goro Miyazaki demuestra en esta cinta madurez narrativa mientras desarrolla un estilo propio que le aporta nuevas perspectivas al ya impresionante catálogo de Studio Ghibli, casa de animación cofundada por su padre, el mítico Hayao Miyazaki.
A diferencia de la costumbre de Studio Ghibli de construir mundos ficticios con elementos de fantasía, esta película se apega a la vida real y propone un estilo naturalista para explorar las mieles y los pesares de la juventud y ahondar en la complejidad de sus personajes.
Si eres amante del anime y del cuidado de los detalles en cada escena, este es el tipo de historia que te encantará ver una y otra vez. Cada elemento dibujado tiene un significado, donde se recrea Japón en los años sesentas de manera asombrosa y donde unos dibujos realistas hacen de la animación algo sorprendente.
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