El cine argentino que vemos con más frecuencia está ambientado en la majestuosa ciudad de Buenos Aires, furiosa, cosmopolita y repleta de historias por contar. Pero en este caso, la película ‘Choele’ (2013) nos lleva a pasar un verano en la Patagonia junto a sus protagonistas.
Coco (Lautaro Murray), el protagonista, está de visita en casa de su padre (Leonardo Sbaraglia) durante el verano, en una isla ubicada en la profunda Patagonia argentina llamada Choele. Allí vivirá unas vacaciones fuera de la ciudad, en las que se pasa el tiempo jugando en la naturaleza, conociendo nuevas personas con diferentes costumbres y, como si fuera un guion de la vida, descubriendo el amor y sus vicisitudes.
Con una narración pausada y una musicalización que encaja perfecto en los momentos de juego de Coco, este largometraje dirigido por Juan Sasiaín emula la simpleza de la vida en el campo, donde Coco caerá irremediablemente enamorado por la novia de su padre.
Su viejo, un hombre humilde de las provincias argentinas, está enfrentado con su madre, una “flaca complicada”, con la que está en proceso de divorcio y, aunque no es el foco de la película, para Coco la situación es algo que tendrá que digerir antes de regresar a casa en unos días frenéticos guiados por la libertad de la juventud.
La banda sonora y la fotografía de la película se concentran en recoger el curso de la vida en Choele, donde la amistad desinteresada y sincera, el amor juvenil y las confusiones de la adolescencia se mezclan para transportarnos a lo largo de una breve temporada en la que pasará de todo a Coco: engañará para alcanzar sus objetivos, rechazará el amor de una chica perdidamente enamorada de él, aprenderá a “chamullar” (conquistar con la palabra), tendrá su primera resaca y terminará con su corazón roto.
Al final, en los 87 minutos de la cinta, los espectadores se encuentran con la simpleza de la vida, con la belleza de la Patagonia en planos largos y contemplativos, casi naturalistas para apoyar con ellos la narración, así como con una historia sin mayores complicaciones y en situaciones con las que muchos se pueden identificar sin necesidad de apelar a dramatismos innecesarios, a las persecuciones o paranoias, y sí más en contacto con el curso natural de la vida, que muchas veces es menos frenético y en cambio más significativo en los pequeños detalles.