Escribir con la mano izquierda era un sacrilegio. Era dejar libre la derecha para cometer cualquier clase de pecado. La tradición primaba sobre la novedad. No es necesario ir tan lejos para encontrar un ejemplo de que el hemisferio derecho del cerebro fue sometido por la terquedad del hombre.
Cuando Jorge VI, soberano de Inglaterra, era niño, su mano predilecta era la izquierda. Sin embargo, consejeros de su padre, Jorge V, obligaron al pequeño a hacerlo con la derecha. Incluso, le amarraron la mano para evitar que cayera en la tentación. Durante muchos siglos la Iglesia Católica vio en los pequeños zurdos un reflejo del demonio. Muchos fueron víctimas de fuertes latigazos que sólo se detuvieron al ver las laceraciones en la piel. Quién sabe cuántos talentos quedaron enterrados por el temor al dolor y la sangre.
La mano izquierda atada a la espalda se convirtió en algo habitual en las escuelas inglesas del siglo XVI. Hasta se llegó a decir que la izquierda era el lado malo de la vida. De allí la tergiversación del concepto siniestro que, según la RAE, hace alusión a que algo está a la izquierda. Pero hace mucho tiempo la gente utilizó esta palabra como sinónimo de tragedia. Ser zurdo fue tan dramático que la iglesia desperdició cientos de años buscando cómo detener lo que consideraba una epidemia. Por eso desde siempre el saludo sólo ha demandado la mano derecha.
¿Se imagina si la iglesia antigua hubiera tenido alguna influencia en las raíces del fútbol? ¿Qué tal que ser zurdo hubiera sido considerado un motivo para ser excomulgado? No podríamos leer viejas crónicas describiendo los rápidos movimientos de Alfredo Di Stefano en el Santiago Bernabéu. El partido entre Brasil y Perú en el mundial de México 70 (considerado uno de los mejores encuentros de la historia) habría quedado en los anales como uno más sin el talento goleador de Rivelino y Tostao. El gol de Diego Armando Maradona contra Inglaterra en la Copa del Mundo del 86 seguiría siendo una epifanía y no una realidad. Y ni hablar del poderío de Hugo Sánchez, que sin el ingenio de su pie hábil hubiera sido uno más del montón.
Actualmente, el 13% de la población es zurda. Una minoría con un talento gigante, de la cual muchos quisiéramos hacer parte porque el futbolista zurdo rompe esquemas. Es como el comodín que todo entrenador quisiera tener para salir de apuros. No responde a sistemas sino a la genialidad de una pierna que parece pensar por sí sola. Además, en caso de encarar a un zurdo, el defensa debe cambiar el perfil y el arquero tiene que posicionar diferente su barrera.
Justamente eso le sobra a la Selección Colombia. Los zurdos representan el elemento sorpresa de este equipo: James Rodríguez puede cambiar de ritmo en milésimas de segundos y Juan Fernando Quintero es capaz de patear sin tomar impulso y su remate será igual de certero. Camilo Vargas tiene tanta habilidad con los pies, que a veces cobra tiros libres en su club y Pablo Armero suele tener mucha precisión para centrar, por algo fue el líder de asistencias de la Selección en el camino al Mundial (cinco pases gol). Mario Alberto Yepes y Éder Álvarez Balanta son especialmente técnicos dentro del mundo de los centrales, porque en sus inicios como futbolistas, fueron delantero y volante de creación, respectivamente.
José Pékerman tiene su pequeño gran batallón de zurdos. Cada uno, en un sector diferente de la cancha, dispuestos a obedecer al pie de la letra cuando de defender se trate y de romper los esquemas ortodoxos cuando se escuche la trompeta de ataque. Porque ser zurdo está de moda o sino que lo diga Lionel Messi, el mejor del planeta.
#DatoDeportivo
Mientras en la Selección Colombia de Francia 98 había sólo tres zurdos (Luis Antonio Moreno, Miguel Calero y Andrés Estrada), la actual dirigida por Pékerman cuenta con seis de gran calidad (James, Quintero, Balanta, Vargas, Yepes y Armero).
Texto: Camilo González Amaya
Foto EFE