Por herencia, Manuel Otálora encontró el bolo. Sus abuelos maternos tenían un grupo con el cual jugaban la Liga Americana, por ese entonces un evento entre jugadores senior. Así llegaron sus padres y por ende él. En cambio, el fútbol lo descubrió por vocación, cuando se dio cuenta en el colegio que era más hábil que otros niños con la pelota. Intercaló ambas actividades hasta los 16 años. En la pista sus manos evocaban una puntería sin igual, mientras que en la cancha eran sus pies los que hacían fácilmente lo que la mente ordenaba.
“Era un delantero efectivo. Hacía muchos goles y no me dejaba marcar con facilidad”, apunta. Una lesión en la rodilla, que más adelante se convirtió en una simple molestia, inclinó la balanza hacia el deporte que no implicaba ningún tipo de contacto; uno en el que el primer rival a vencer era él mismo y en el que la victoria sólo dependía de su desempeño. Manuel no recuerda cómo eran sus primeros guayos pero sí cómo tuvo su primera bola de bolo. “Tenía seis años y me la dieron de navidad. Era muy grande y pesaba mucho”.
Tenía seis años y me dieron una bola de bolos de navidad. Era muy grande y pesaba mucho.
Manuel Otálora
Los títulos juveniles en el boliche fueron apareciendo mientras que el onceno de la Caja Agraria, en el que era la cuota goleadora, sumaba una que otra victoria sufriendo hasta el final del partido. Aunque no creía en el destino (aún no lo hace), era imposible no tener en cuenta los indicios que se inclinaban más por las pistas aceitadas, los pines y las moñonas que por las redes contrarias. “Creo que estaba en once cuando dije no más: el fútbol ahora sólo en Play. Tenía que tomar un camino y ahora ratifico que fue el indicado”.
Especular resulta una tarea fácil, entretiene y pone a volar la imaginación. ¿Adónde hubiera llegado en el fútbol? ¿Habría podido ser un profesional reconocido? “Creo que para conocer la respuesta tocaría devolver el tiempo y arrancar por el otro sendero”, dice con mesura. Conoce medio mundo gracias al bolo. Pudo conseguir una beca en una de las mejores universidades de los Estados Unidos (Universidad de Nebraska) y hoy es uno de los bolicheros más importantes del país.
Sin embargo, este administrador de empresas no puede renunciar del todo a su otra pasión. Está pendiente de la selección Colombia, sufre en cada partido como un hincha más y manotea cual entrenador de ser necesario. Es la descarga de emociones que le hace falta antes de poder llamar a la calma y tranquilidad, indispensables en el bolo, ese deporte que hace mucho tiempo le mostró el que sería el camino indicado.