Que no nos vengan a hablar de esa tal garra charrúa como si fuera exclusiva, como si sólo la historia en muchos mundiales se las otorgara, como si nadie más la tuviera. Que no me vengan a hablar de garra esos poquitos que se sentaron en el Maracaná a aturdirse con las arengas colombianas. Que no nos vengan a hablar de lo que a nosotros nos sobra: porque si algo tiene esta Selección Colombia es berraquera.
Los tiene porque sin ellos Pablo Armero no habría salido de la zona de palafitos de Tumaco, ni Teófilo Gutiérrez habría huido de la pobreza del barrio La Chinita, ni Carlos Sánchez hubiera aguantado que un entrenador lo hiciera correr descalzo en el cemento, ni Juan Guillermo Cuadrado habría superado el asesinato de su papá que él mismo presenció, ni Jackson Martínez se habría sobrepuesto a que la afición del Medellín lo criticaba cuando apenas debutaba. Si tener garra no es avanzar a los cuartos de final de un Mundial después de doblegar angustias en el pasado, entonces que redefinan la palabra.
Garra es triunfar desde la adversidad, pero también desde la opulencia. Garra es lastimar con el balón y no a mordiscos. Garra es no dejarse meter ni un gol de un campeón del mundo y ganarle 2-0. Garra es bajarla de pecho (o con el corazón, mejor) y patear como si nada más importara en la vida, como si los centrales salvajes que se acercaban a molerlo a patadas, no existieran. Eso, amigos, es la garra colombiana. Eso, mundo entero, es el equipo que mejor conjuga las palabras estética y eficiencia en el Mundial.
Esta es, en palabras mundanas, la selección colombiana que mejor representa al país: no se esconde en su propia área, sino que busca, no se asusta con muecas del destino ni rivales con un montón de medallas en su pechero. Y en Colombia son más los que no se rinden, los que se la ingenian sin mucho para ser mejores que un gobierno cómodo, los que son más ágiles para esquivar balas e injusticias. Son más los que se ríen de las angustias y bailan por los aciertos. Esos son mayoría, por eso todos festejamos como nunca antes, porque jamás nos habíamos sentido tan representados.
Unos se ven reflejados en James porque son tenaces a pesar de la juventud, otros en Yepes porque sus corazones nunca envejecerán, otros en Ospina porque enmiendan los errores de sus amigos, otros en Carlos Sánchez porque se sacrifican para que sus compañeros brillen, otros más en Abel porque son eficientes en silencio y otros en Pékerman porque trata a todos como si fueran sus hijos. Por eso el triunfo del 28 de junio de 2014 fue de millones.
Tal vez ni James ni ninguno pudo leer el mensaje que salió en una valla publicitaria en el microsegundo en que pitó el árbitro. Los despistados que ignoramos por momentos el balón, vimos ese “Ahora o nunca” como un mensaje del destino. Y James y todos lo interpretaron con la rigurosidad de un comprador de diamantes. James y todos jugaron sin la posibilidad de una segunda oportunidad. Un poco por ambiciosos, un poco porque entienden que será difícil reunir en un futuro una cantidad de cracks como esta.
FOTO: EFE
Texto por: Juan Diego Ramírez, enviado especial Río de Janeiro, Brasil