Cuando Ramón Hoyos tenía 14 años trabajaba en un almacén de víveres en Medellín empacando helados. Siempre admiró al repartidor de la tienda no porque montara en bicicleta sino porque ganaba un peso y 20 centavos diarios. Para alcanzar ese puesto estudió durante varios meses la complicada y enredada numeración de las calles en la capital antioqueña. Que camine por aquí, que camine por allá. También alquiló una bicicleta por 40 centavos para practicar todas las tardes. Al poco tiempo ya podía soltar el manubrio y hacer toda clase de maromas.
Siete años después, el joven que aprendió a montar en una galápago de hierro, ganó su primera Vuelta a Colombia. Ese talento para subir como pocos fue reconocido por el narrador Carlos Arturo Rueda, quien en un acto espontáneo bautizó a Hoyos con un sobrenombre que aún hoy es utilizado como sinónimo de los ciclistas colombianos: escarabajo.
Ese apodo es una de la connotaciones más ‘criollas’ de nuestro país. Y por eso, Santiago Rivas se tomó el trabajo de investigar, de ir a fondo, y descubrir en qué momento un escarabajo dejó de ser un simple coleoptera para convertirse en un pedalista surgido de la tierra, proveniente de la nada, con una meta fija: correr en Europa.
A propósito del estreno de una nueva temporada de Los Puros Criollos, este martes por la pantalla de Señal Colombia, hoy recordamos ese capítulo en el que se le hace un homenaje a esos hombres que aparentan tener un cuerpo débil, pero que con su espíritu rudo se vuelven más fuertes que cualquiera.