Moisés Fuentes, deportista paralímpico / Comité Paralímpico Colombiano
Moisés Fuentes, deportista paralímpico / Comité Paralímpico Colombiano
24 / 11 / 2015

A Moisés Fuentes el deporte le ha dado lo que la violencia le quitó


Por Señal Colombia
Señal Colombia
24 / 11 / 2015
Moisés Fuentes, deportista paralímpico / Comité Paralímpico Colombiano
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Dicen por ahí que caer es común a muchos pero que levantarse y triunfar es honor de pocos. Moisés Fuentes García pertenece a ese segundo grupo, porque con su tesón se recuperó de dos muy duras pruebas que la vida le puso. Hoy puede decir con una sonrisa –esa que lo caracteriza al hablar- que las superó y es un hombre feliz y triunfador.

Nació en el Valle de San José, -“El pueblito más bello de Colombia”, asegura- al suroriente de San Gil, Santander, el 22 de septiembre de 1974 (tiene 41 años). Es un lugar turístico porque muy cerca está el llamado paáramo de la Salud, donde hay una fuente con una estatua de la virgen que lleva el mismo nombre y a donde acuden muchas personas de toda Colombia a buscar curarse de sus dolencias.

 

 

“Y la gastronomía es sabrosa, sobre todo los chorizos de doña Eulalia. ¡Ufff! Son lo máximo”, dice Moisés.

Estuvo allá hasta los cinco años, cuando sus padres se mudaron para una finca cercana al municipio de Betulia, por San Vicente de Chucurí, donde estudió en la Escuela Rural Antonia Santos. Eso es en la vía Bucaramanga-Barranca, desviando hacia San Vicente, por la Hidroeléctrica de Sogamoso.

Sólo hizo hasta quinto de primaria por la situación económica. Como ayudaba a su papá en los quehaceres de la finca, el viejo le dijo que su bachillerato, la universidad y las maestrías serían en el manejo de machete, pala, guadaña y azadón porque así tocaba para asegurar el futuro. Se dedicó a ello y a los 16 años ya tenía una parcela propia y la cultivaba. Pero su deseo era ir a la Marina. Se veía enfundado en su traje blanco y viajando en un buque de la Armada por el mundo.

Fue a Santa Marta para encontrarse con su hermano Rodrigo, quien le iba a ayudar, pero le dijo que para qué la Marina, que mejor invirtiera lo que tenía, que trabajaran juntos, se dedicaran al comercio y así tendrían un mejor futuro. Moisés le dijo que sí.

 

 

Fue duro cambiar de rutina porque estaba acostumbrado a otras cosas. Pero como no se amilana ante nada, lo hizo y le fue  bien. Estando con su hermano, este empezó a ser molestado por bandas de extorsionistas, pero no les hizo caso.

“No entiendo por qué esa gente al margen de la ley ataca a las personas de bien. Nosotros solo queríamos trabajar”, dice. El 13 de octubre de 1992 fue un día oscuro para la familia Fuentes García. La delincuencia cumplió su amenaza y atentó contra los dos hermanos. Rodrigo fue asesinado y Moisés (de apenas 17 años) recibió un balazo en la médula, a la altura de las vértebras 9 y 10, lo que le ocasionó paraplejia de por vida.

“Yo quedé inconsciente. Cuando desperté creí que era una pesadilla. Todo me daba vueltas, no comprendía por qué había gente así tan mala. Fue muy duro aceptar lo de mi hermano. Y luego muy bravo asumir mi realidad. Pensé que era algo temporal, que se me pasaría. Pero poco a poco me di cuenta de que esa era la nueva realidad de mi vida (suspiros). Y supe que tendría que aprender a vivir con eso”.

Lo llevaron al seno familiar de nuevo, en Betulia. Estuvo deprimido un tiempo, pensativo. Un día les dijo a sus familiares que lo llevaran a la quebrada La Putana, que queda cerca a la casa, en la vía a San Gil. Le preguntaron para qué y él les dijo que quería sentir la naturaleza y ver de qué era capaz.

“Se han dicho muchas cosas de este episodio, que dizque yo quería nadar y no sé qué más. No es cierto. Quiero que lo cuente como es. La única verdad es que yo andaba muy deprimido, me quería suicidar, quitarme la vida, lanzarme al agua y dejarme hundir y listo, se acabó todo. Eso pensaba”.

Y continuó su relato. “Así fue. Me eché al agua y efectivamente me hundí. Cuando empecé a ver todo oscuro y sentía que me iba, vi un destello y una turbulencia me hizo dar un montón de vueltas allá abajo, tragué agua como loco. La corriente me llevó hacia la luz que vi. Perdí la noción de todo, y cuando desperté estaba en la orilla, estaba vivo. Y entendí que Dios me envió un mensaje claro. Que podría salir adelante, ser alguien y que no debía rendirme ante las adversidades. Mejor dicho, que no fuera bobo, que tenía una vida por delante para disfrutarla”.

Analizado y entendido el mensaje, Moisés pensó en que pudo nadar. Se preguntó entonces, ¿por qué no puede dedicarse a la natación y lograr grandes cosas? “Así lo hice y mire. Gracias al deporte acabé de aceptarme a mí mismo y me di cuenta que si bien hay obstáculos físicos, las únicas limitaciones de uno están en la mente, en la cabeza, en creer que no se es capaz de conseguir lo que se quiere”.

Decidido a triunfar, se fue para Bucaramanga y allí logró terminar el bachillerato en el colegio Salesiano, al tiempo que empezó sus clases de baloncesto, de la mano de Orlando Duarte, quien una vez lo vio nadar y notó que le gustaba. Le propuso hacerlo y lo llevó a un campeonato nacional, en el que su pupilo logró dos medallas de plata y un bronce. Viendo su potencial, le presentó entonces a William David Jiménez, profesor de natación, con quien hizo un gran equipo.

Moisés entrenaba en el complejo Recrear de Las Américas, al nororiente de Bucaramanga. Cuando tenía para el transporte, iba en taxi. Cuando no, debía rodar en la silla de ruedas por las calles de la ciudad, desde su casa en el barrio Campohermoso hasta las piscinas y viceversa. Su entrenamiento lo alternaba con sus estudios de contaduría en la Universidad Cooperativa de Colombia, donde se graduó. Hizo luego Tecnología en Deportes en las Unidades Tecnológicas de Santander UTS y está en noveno semestre de Licenciatura en Educación Física en la Universidad de Pamplona.

Ya trabajando, conoció hacia finales de los 90’s a Anabel Tarazona, entonces ejecutiva de Seguros La Equidad, quien le ofreció unos cursos de informática. Hicieron una buena amistad y en 1998 oficializaron su relación de noviazgo, gracias a la persistencia y buena palabra de Moisés.

“Nunca sentí temor de que me rechazara porque ella me lo dejó ver así. Era y es tan natural conmigo. ¿Cómo la conquisté? Dicen que los santandereanos somos tremendos, pero qué va… Yo soy muy serio. Le fui hablando porque para eso soy bueno, se fueron dando las cosas y gracias a Dios a ella le pasó igual, hubo mucha química y hoy tenemos un hermoso hogar, bendecido con dos hermosos hijos, Isabela de siete años y Moisés David de tres, quienes son mi motor de vida”.

Ha sido campeón nacional, suramericano y panamericano en más de una oportunidad. Pero sus grandes logros han sido las medallas de bronce en los Juegos Paralímpicos de Beijing 2008 y de Río 2016 en los 100 metros pecho clase SB4, y la de plata en la misma prueba en Londres 2012. “Todos los triunfos son especiales, pero una medalla olímpica tiene un sabor especial. Es demostrarse que el que quiere puede, que las barreras se las coloca uno mismo”.

Este padre amoroso, dedicado y exigente se siente pletórico cuando sus hijos lo acompañan a entrenar. Trata de aprovechar sus ratos libres con ellos y su esposa, salir a pasear, a comer helado y departir en familia, aunque ahora es algo más difícil porque la gente ya lo reconoce mucho. “Eso es bonito, la gente apoya y esos saludos me animan a dar mucho más”.

Aunque ha estado empleado en varios oficios, ahora tomó la decisión de independizarse. “Hoy ya no hay seguridad económica para los empleados. Todo es inestable y es difícil vivir con un sueldo. Por eso es mejor tener lo propio. Yo me decidí, soñé con ser empresario y hoy lo estoy logrando. Estoy comenzando pero voy bien con el proyecto Network”.

Moisés sabe qué quiere y para dónde va. Es un hombre sencillo. No guarda rencor hacia aquellos de los clubes privados de Bucaramanga que muchas veces no lo dejaron participar en torneos de natación por ser parapléjico. Y menos con sus amigos de juventud, que estuvieron a su lado cuando la tragedia, pero que después se olvidaron.

“Yo no me muero por eso. Simplemente es la vida. Yo volví a ser el mismo de siempre, buena gente, alegre y dicharachero”. Se ve en un par de años con su empresa rodando muy bien, siendo feliz, agradeciendo al deporte las alegrías que le ha dado, con lo que pudo superar lo que la violencia le arrebató.