Irma Córdoba llega con un montón de bolsas. Parece que acabara de ir al supermercado. No se puede ver exactamente qué lleva en éstas, pero a juzgar por el cuidado con el que las ubica en el piso, parecen ser importantes. Antes de comenzar la historia pide un jugo natural. Nunca lo termina. Si acaso toma unos sorbos para hidratarse y seguir narrando. Es necesario para que las palabras salgan con fluidez y para que la nostalgia no haga que se pierdan. “Ando corriendo de un lado para otro. Viajamos mañana para México al Panamericano de Taekwondo y, como siempre, estoy consiguiendo los recursos para que Jhormary pueda ir”, la frase que abre la charla con Señal Deportes. Su hija acaba de cumplir 33 años luchados y la vida le ha deparado una de esas casualidades que muchos ven como desgracia.
“Ella tiene una discapacidad absoluta y permanente. Es una deficiencia genética. Le falta un cromosoma X lo que conlleva a que sus órganos no funcionen bien”, comenta Irma. Habla con bastante propiedad de la enfermedad de su hija. Con la seguridad que dan cientos de visitas a las clínicas, miles de intentos fallidos en tratamientos que ilusionan y desaniman a la vez. De seguro ya es una experta en cada una de las dificultades que ha tenido que enfrentar. Utiliza la terminología médica. Lleva a cuestas una enfermedad que no es suya pero que sí le pertenece. Los síntomas, aunque nos los vive, los padece. Porque a eso conlleva el amor de madre. A soportar y vivir lo que hace daño a un hijo.
Según cifras de la Organización Mundial de la Salud, la osteoporosis se presenta en las mujeres cuando llegan a los 50 años. Esa estadística no aplica a Jhormary, una niña que desde su nacimiento tuvo que lidiar con un cuerpo mucho mayor que ella. La lista de dificultades físicas es larga (epilepsia, problemas de la vista, problemas en la piel, dificultades de crecimiento, entre otras). Parece interminable. Es como reunir todas las enfermedades en un sólo organismo. Cuando no son los dolores en la espalda, es la vista o los problemas en la dentadura. Y por supuesto, cuando el cuerpo está golpeado, la mente también. El daño en uno se ve reflejado en el otro. “Ella le tenía terror a salir sola. Siempre quería estar en la casa”, cuenta Irma.
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Jhormary toma su tiempo. No tiene afán. Realiza cada uno de los movimientos de manera milimétrica. No falla. Su memoria es prodigiosa. Combina de manera perfecta las técnicas de defensa y ataque. Lo hace con tal naturalidad que pareciera que su cuerpo, ese que ha sido golpeado por varias enfermedades, estuviera diseñado para los pumses (modalidad del taekwondo). Durante su rutina, el tiempo se detiene. Las dificultades físicas desaparecen. Por ese instante, ella se libera de sus problemas, sus angustias y sus miedos. No existe nada más. Es como si estuviera en una pequeña burbuja protegida de todo mal. Su cuerpo hace todo de manera sistemática. “Recuerdo que un sobrino entró a un curso vacacional en una academia cerca a la casa y le dije a mi mamá y a mi hermano que si podían llevarla para que no se quedara encerrada en la casa. Por mi trabajo, era imposible acompañarlos por lo que me encargué de recogerlos a la salida”, dice Irma.
Un día, de esos en los que Jhormary era una espectadora más, el dueño de la academia le preguntó si quería practicar taekwondo. La idea, en el momento descabellada, quedó dando vueltas en su mente. “Se animó después de un mes. Recuerdo que un 29 de febrero empezó a practicar. Le había dicho varias veces y siempre me decía que no. Hasta que por fin”, dice Irma. Así como el agua vence al fuego, el deporte empezó a apaciguar lo que ningún medicamento había hecho. A los 23 años, Jhormary empezó a sonreír más. Amarrarse los cordones de los zapatos ya no le dolía. Ya era algo elemental y básico como para los demás. “La expresión de su rostro cambió. Se tranquilizó bastante”. Una cuadra, distancia de su casa a la tienda, ya no fue ese largo y temeroso recorrido que quería evitar. Empezó a ir con regularidad, sin el temor de que algo sucediera. Sin embargo, cuando todo iba por buena mar, un repentino ataque de epilepsia devolvió a la familia Rojas Córdoba al punto de partida. “Perdimos mucho de lo que se había logrado. Tuvimos, prácticamente, que empezar de cero”. Ese nuevo comienzo sería el último en una carrera en la que de una u otra manera se había retornado en más de una ocasión a la salida. Irma golpeó las puertas de la Liga de Bogotá. Matriculó a su hija allí y empezó un nuevo recorrido. A pesar de las adversidades, el talento no se perdió. Se quedó allí, oculto, esperando para salir de nuevo. Incluso ese amor por la música floreció tras haberse marchitado. Porque si hay algo que tiene el violín es que genera afinidad incluso con quien no sabe jugar con las cuerdas. “A medida que entrenaba, mostraba nuevas habilidades. Siempre le gustó ese instrumento pero nunca pudo tocarlo. Pero desde allí empezó a hacerlo, con dedicación y carisma. Era una persona nueva. Y en el caso de mi hija, uno nota y valora mucho esos cambios”.
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Jhormary se levanta a las cinco y media de la mañana. Lo primero que hace es prepararle el desayuno a su mamá y a su hermano. Después de su éxito en el taekwondo, tiene unas ganas inmensas de hacer de todo. “Cocina muy rico”, dice Irma. Arepas, huevos revueltos, chocolate y fruta, el menú de todas las mañanas. Luego, lava el garaje, tiende las camas y cuando su madre se ha ido al trabajo empieza a entrenar. Son dos horas de un ritual que ya es sagrado. De cientos de repeticiones que perfeccionan los movimientos. No hay afán. Entre más lento mucho mejor. En la tarde, visita a su abuela, estudia inglés, teje, fabrica una que otra artesanía para sus viajes y, para cerrar su día, vuelve a entrenar.
Su disciplina la ha llevado a representar a Colombia en países como México, El Salvador, Estados Unidos y recientemente Rusia, donde obtuvo la medalla de oro en los Mundiales de para- taekwondo. En todos los escenarios donde ha competido recibe un sentido homenaje. La gente avala su trabajo, admira su dedicación y celebra sus victorias. “Amor, mira a dónde me has llevado. Gracias”, le repite Irma, quien más que su madre es la compañera de travesía, manager, patrocinadora y, de vez en cuando, entrenadora auxiliar.
Ella termina su relato después de casi una hora de conversación. Se levanta y toma la botella de jugo a la que todavía le queda suficiente líquido como para contar la vida de su hija una vez más. Antes de despedirse dice: “Mi Dios la puso ahí por algo. Hay que mostrarle a otros papás que sí se puede. Uno nunca está preparado para esto, va aprendiendo por el camino. Lo importante es saber que siempre hay otra opción”. Después se retira rápidamente. Hay que alistar la maleta, cuadrar detalles y prepararse para el viaje.
#ElDato
En el panamericano de Para-Taekwondo celebrado en Aguascalientes, México, Jhormary se quedó con el primer lugar tras sumar una calificación de 5.88 en sus dos salidas.
Foto: Mundotaekwondo.com