Para salir por primera vez de Isla Fuerte, Muriel Coneo se demoró mucho más de un día de sol hasta llegar a Medellín, su destino final. A la edad de 14 años, habiendo conocido apenas los tres kilómetros cuadrados de su islote recóndito, se embarcó en una lancha por 45 minutos en el Caribe hasta Paso Nuevo, luego se demoró 20 minutos en carro a San Bernardo y después se tardó 15 minutos en otro vehículo colectivo hasta Lorica, también en el departamento de Córdoba. Sin embargo, aún le faltaban más de diez horas en bus.
Se encontró con un aire más denso, mucho menos puro que el de su pueblo, con una ciudad más ruidosa, más intimidante. Su vida había transcurrido con más tranquilidad: rodeada de un mar multicolor en el sur del Golfo de Morrosquillo, considerando normal que sus coterráneos murieran con más de 100 años y acostumbrada a divertirse artesanalmente ante la falta de electricidad.
El cambio de ciudad lo propició el atletismo a pesar de la falta de pista en la Isla. Bastaba con correr descalza por la playa. Luego un profesor de educación física le notó la agilidad y finalmente en unos juegos de recreación que organizó Coldeportes en 2001 en la isla, le propusieron vincularse con un programa de alto rendimiento. Bogotá y Medellín eran las opciones para radicarse. Y la segunda se impuso.
Pero el cambio fue impactante. A pesar de la cordialidad en la Villa Deportiva en Medellín, extrañaba a su hermano y cinco hermanas, a su padre Carlos Coneo y a su madre Alicia Paredes. Echaba de menos su casa con techo de palma y a 50 metros del mar turquesa. A pesar de las nuevas comodidades en la Villa Antonio Roldán Betancur, lloraba su Isla agreste porque todo había sido más feliz y fantástico en su infancia. Más mítico, tal vez.
La gripa se atacaba con infusiones de anamú, guají y almácigo. Las picaduras de raya cicatrizaban a las dos horas después de mascar matarratón. Y esa misma planta la usaban para quemarla con cáscara de coco con el fin de ahuyentar los zancudos salvajes. Muriel Coneo creció respetando a la tierra y sacándole provecho a que está detenida en el tiempo y a que sus tradiciones se conservan en todas las edades.
“Peregrina” le llamaban a la rayuela y “Delirio” al ejercicio de saltar cuerda. Y el “escondite” se mezclaba con lleva: el escondido no perdía solo por ser descubierto, sino también por ser atrapado. Muriel Coneo agarraba a varios gracias a su velocidad que cada vez sorprendía más. Su recreación en las calles, justamente, terminó preparándola para el atletismo.
Correr descalza en la arena, además, incentivó su fuerza, jugar lleva con sus amigos en el mar perfeccionó su resistencia y la alimentación potenció sus fibras. Al desayuno comía arepa de huevo o pescado frito con plátano. Y entre el almuerzo y la cena se nutría con más pescado, arroz de coco, plátano cosido, yuca, langosta, caracol y todo lo que su padre pescara.
De él aprendió la viveza para soltar la red desde las 5:00 p.m. y la paciencia para aprender empíricamente el oficio de carpintero. Las pruebas de fondo no tenían por qué desesperarla si vio que una vez su padre ayudó a construir un barco de 40 toneladas y otro día añadió un espacio junto a la casa para montar en el primero piso la tienda “La perla del mar” y en el segundo unas habitaciones para turistas.
Todo el contexto, insospechadamente, la preparó para convertirse en campeona panamericana, bolivariana y centroamericana. “Isla Fuerte influyó en mi personalidad, tuve una infancia muy linda y esto me ayudó para llegar a Medellín y meterle todas las ganas para salir adelante porque era una oportunidad para mejorar en todos los sentidos”, asegura Muriel, nacida el 15 de marzo de 1987.
Imposible olvidar su pueblo de origen, por eso siempre vuelve a mencionarlo, a visitarlo, a recomendarlo como sitio turístico, a recordar a su gente. Lo único que se le ocurrió cuando ganó tres millones de pesos por ser campeona en los Juegos Nacionales de 2008, fue invitar a toda a su familia a tomar merecidas vacaciones. Y aunque piensa explotar en Medellín todo lo que aprendió en su carrera de Costos y Auditoría en el Politécnico Jaime Isaza Cadavid, no descarta regresar a Isla Fuerte para volver a la vida contemplativa y a los sueños fantásticos.