Es sencillo confundirla con un niño. El casco negro de su hermano, una camiseta amarilla con la palabra juez en la parte de atrás, un tablero de 60X35 centímetros, unos cuantos marcadores y un radio hacen parte de su indumentaria. Unas gafas de sol esconden sus ojos como si quisiera que nadie identificara su mirada. Cual profesora de jardín anota con letra grande y clara. Es amiga de los números y la exactitud. Sus ceros son tan redondos que se pueden ver hasta el final del pelotón. Su estilo de escribir hace dudar de inmediato que se trata de un hombre. En la llegada esa duda se dispersa. Apenas se retira el casco brota una cabellera oscura como la noche. Sus ojos brillan con luz propia, protegidos de todo peligro por unas pestañas infinitas.
Es una belleza poco habitual en el mundo del ciclismo en el que modelos exuberantes, de medidas perfectas, atraen los lentes de las cámaras. Sin embargo, ella pasa desapercibida. No le gusta llamar la atención pero su dulzura la delata. “Hey chismosa”, le dice un pedalista. Ella voltea y lo saluda. El pelotón la quiere; sin su ayuda la carrera no sería igual. Pero, ¿qué hace realmente esta mujer para que se haya ganado el cariño de la caravana? Primero que todo hay que definirla como una kamikaze. Va en una moto a altas velocidades. Sus piernas se convierten en el centro de apoyo para maniobrar y escribir rápidamente. Hace varias cosas a la vez. En un medio machista sobresale; es la mejor en lo que hace porque lo hace con el corazón. “Yo me encargo de contarles la diferencia entre el lote y la fuga, en caso de haber una”, le dice a Señal Deportes Jackeline Ocampo Marulanda. Muy pocos saben su nombre por lo que siempre la saludan con un apodo, que en otro contexto, sería muy despectivo.
El pedalismo corre por sus venas. Su padre Diego es juez nacional y su madre, Martha, trabajó en la liga antioqueña durante muchos años. Puede que de pequeña no haya jugado con muchas muñecas y si con una que otra biela. Su amor por el ciclismo parece no tener techo. “Me subo a la moto y voy directo a la fuga. Si hay un ataque tomo un lugar de referencia y empiezo a mirar los tiempos para después mostrarle a los ciclistas. Así se enteran de lo que va sucediendo”, comenta. Disfruta la adrenalina, el frenesí de la carrera y todo lo que envuelve estar allí tan cerca de los protagonistas. Si hay alguien para contar la historia de una etapa es ella. La vive a pocos metros, sufre con los incidentes y se alegra con las travesías. Esta diseñadora de modas, dueña de una marca de dulces y estudiante de mercadeo desafía al tiempo. Le alcanza el día para todo. Su vida parece andar a un ritmo brutal. Aún así saca un instante para hablar con quien quiera compartir una simple charla, una asesoría o un consejo.
Jackeline sufre cual otro ciclista. La lluvia, el calor y el cansancio también la tocan así no de un solo pedalazo. Es una labor diseñada por hombres perfeccionada por una mujer. Y qué mejor trabajo que hacer lo que más le gusta. De seguro lo haría gratis pero si hay remuneración pues mucho mejor. El nombre de su cargo es oficial de carrera pero todos la conocen como la ‘Chismosa’, una chismosa que va por ahí avisando sin pronunciar una sola palabra.