Su cuerpo rompe los paradigmas establecidos durante muchos años en la gimnasia artística. La fuerza y la potencia reemplazan a la delicadeza. La elegancia se conserva, pero de otra manera, una forma que igual deleita y mucho. El caso de Simone Biles en esta disciplina se podría asemejar al de las hermanas Venus y Serena Williams en el tenis. Las tres llegaron para quebrantar los esquemas y darle una nueva visión al deporte de alto rendimiento.
La estadounidense de 19 años tiene piernas musculosas como una atleta de los 100 metros, una espalda similar a la de una nadadora y unos brazos más gruesos que los de sus competidoras. De haber nacido en Rusia o cualquier otro país de la antigua Unión Soviética, su fisionomía la hubiera condenado a otra actividad física. Sin embargo, con tan solo 1.45 metros de estatura, esta adolescente nacida en Ohio, ha descrestado por la habilidad que tiene de manejarse tan bien en cada uno de los diferentes aparatos con una flexibilidad que diera la impresión de no tener huesos.
En el Mundial de Amberes, Bélgica, en 2013, consiguió dos oros, una plata y un bronce con apenas 16 años, superando a competidoras de mayor trayectoria como la italiana Vanessa Farrari y la rusa Aliyá Mustáfina. “Con ella quedó demostrado que las gimnastas no tiene que ser como bailarinas. Que la portenticidad también es efectiva en este deporte”, dijo en su momento Marta Karolyi, entrenadora de la selección femenina de los Estados Unidos.
Su hiperactividad a la hora de entrenar se vio reflejada en sus resultados. Esa imposibilidad de quedarse quieta, de acostarse temprano, incluso de permanecer callada durante un buen rato, la llevó a mejorar mucho en las barras asimétricas, aparato que siempre odió desde que comenzó en la gimnasia. Ahora en cada uno de los aparatos brilla con sus ejecuciones y fue una de las deportistas que más se destacó en los Juegos Olímpicos Río 2016.
Foto: EFE