Retratos de caballos por todos lados. Eso es lo primero que se ve cuando se ingresa a la finca El Edén. Todos estos llevan una misma firma. La de un hombre que al parecer se desvive por estos animales. Por la calidad de los trazos, se podría decir que es un artista consagrado, de esos que andan con el lápiz de arriba a abajo. A las afueras de la gigantesca casa, un paisaje digno de una postal. Verde por todo lado, montañas por doquier, de diferentes tamaños y tonalidades, y uno que otro cultivo que adorna las laderas. El lugar perfecto para quien sueña con ser un ermitaño, lejos de la sociedad y del bullicio de la ciudad.
Ese pedacito de tierra ha sido la inspiración para un antioqueño que además de tener gran resistencia con las piernas, tiene una sensibilidad exquisita con las manos. Weimar Roldán pasa sus días entre la bicicleta y el carboncillo, o a veces el pincel si el trabajo lo amerita. “Cuando estoy estresado me pongo a pintar. Se me olvida todo. Con decirle que me siento y me dan las 12 de la noche sin darme cuenta. Recuerdo que al otro día madrugo a entrenar y me toca acostarme”, le dice a Señal Deportes el ganador de la medalla de oro en la prueba de pista por puntos en los Juegos Centroamericanos.
Roldán se siente libre. Vuela y no precisamente despegando sus pies de la tierra. Lo hace cuando va a más de 60km por las carreteras del oriente antioqueño, y cuando se sienta con una hoja en blanco a imaginar. Mientras otros pedalistas prefieren ir a cine, salir a comer, incluso ir de rumba, él dibuja. “Por esos instantes soy feliz. No pienso en nada. Es como si estuviera en otra dimensión”, apunta.
El amor al arte viene acompañado de lo más importante: el talento. Ese que descubrió un profesor de pintura del colegio Calasanz de Medellín cuando Weimar apenas cursaba quinto de primaria. El maestro convenció a Janeth de que metiera a su hijo a clases de artes plásticas. “Así me fui encarretando. Iba todos los sábados a la Fundación de Bellas Artes a practicar hasta que terminé el bachillerato”.
Simultáneamente, su condición de ciclista mejoraba. El joven mostraba gran capacidad para la pista y la ruta a la vez. Procuraba combinar ambas actividades sin que una pisara la otra. Sin embargo, a medida que la habilidad fue aumentando el ciclismo y la pintura demandaron más tiempo. Hacer las dos cosas con la misma intensidad era imposible y llegó el momento de mirar prioridades. “Cuando me gradué tomé la decisión de estudiar Artes Plásticas. Tenía en mente ser un gran artista y era necesario seguir formándome. Obvio no dejé de lado la bicicleta pero sí entrenaba menos”. Pero dicen por ahí que quien prueba el ciclismo nunca lo abandona; que tarde que temprano este regresa a cambiarlo todo.
Cuando Weimar cursaba cuarto semestre, una oferta de un equipo español hizo que dejara sus estudios. “Para el deporte de alto rendimiento es necesario ser joven. En eso basé mi decisión. Para correr los años son contados, para pintar tengo toda la vida”. Roldán empacó maletas y partió rumbo a Europa para hacer parte de las filas de la escuadra Islas Baleares.
Sólo fueron tres meses en el ‘Viejo Continente’. El frío lo espantó. Y aunque procuró pintar cada vez que pudo, la inspiración no era la misma. “Menos mal me salió una oferta del GW Shimano y pude regresar a mi tierra. Quería pertenecer a las selecciones Colombia y estando tan lejos era más difícil. Además me hacia falta mi casa y mi familia”.
***
Cada vez que Weimar sale a entrenar o a una competencia, lleva consigo una cámara. No confía de a mucho en su memoria, por lo que prefiere retratar cualquier cosa que le llame la atención para después dibujarla. Es un especialista en tomar la realidad y reproducirla en sus pinturas. No le interesan los bodegones, las frutas y mucho menos las flores. Él se remite a enaltecer lo más lindo de la cultura paisa. Ancianos, arrieros, entre otras cosas, hacen parte de su repertorio 100% tradicional.
Aún conserva su primera obra. La que hizo cuando tenía 12 años con colores. Está colgada en una pared de El Edén donde comienza el recorrido de su trabajo. “Es una familia campesina. Está compuesta por el papá, la mamá, los dos hijos y hasta el perro. Es algo muy sencillo pero me trae lindos recuerdos”.
De vez en cuando lo llaman de un bar artístico llamado The Blues, en el municipio Girardota, para que exponga sus obras. Saben de su calidad y de la acogida que tiene su trabajo en la gente de la región. “Es el único lugar donde he llevado mis cuadros pero espero algún día hacerlo en una gran galería”, apunta. Asimismo, le hace retratos a amigos y conocidos, aunque como él mismo dice “le he quedado mal a los ciclistas”.
Por un trabajo de estos, de 50X35 centímetros, Roldán cobra en promedio 200 mil pesos. Ya cuando utiliza oleo, el precio sube un poco más. “Siempre procuro utilizar los mejores materiales para que la pintura le dure a la gente toda la vida. La idea es que se vayan contentos con un trabajo de primera. Es el objetivo de todo artista ¿no? Que su público admire y se sienta identificado con lo que uno hace”.
Alguna vez Fernando Botero dijo que “cuando uno comienza una pintura es algo que está fuera de ti. Al terminarla, parece que te hubieras instalado dentro de ella”. Eso es lo que precisamente siente Weimar, un hombre que combina la tenacidad y la fuerza, necesarias en el ciclismo, y la delicadeza y sencillez, dignas de todo un artista.