Así pedalea Rigoberto Urán cuando no lo enfoca una cámara / EF Education First-Drapac
Así pedalea Rigoberto Urán cuando no lo enfoca una cámara / EF Education First-Drapac
31 / 03 / 2017

Así pedalea Rigoberto Urán cuando no lo enfoca una cámara


Por Señal Colombia
Señal Colombia
31 / 03 / 2017
Así pedalea Rigoberto Urán cuando no lo enfoca una cámara / EF Education First-Drapac
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Cuando a David Benítez le perforaron un pulmón en 2012, Rigoberto no lo desamparó. Se conocieron como vecinos a finales del siglo pasado en el barrio la Plazuela de Urrao y se volvieron inseparables en el 2000, cuando Rigoberto repitió sexto grado en el colegio J. Iván Cadavid. El chuzón casi agarra el corazón de David y no era momento para que Rigoberto se desentendiera del asunto por más de que estuviera triunfando en carreteras de Europa con el Sky.

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Se preocupó, preguntó y animó a la distancia. Por chat, por teléfono, por intermedio del que fuera. Y le tendió una mano al ver que David, o Wicho, como lo apodaron en la época de niños, se quedó sin trabajo.

–Acompañáme a entrenar en moto.

–Yo te pago bien.

–Hacéle, hermano, mientras te reubicás.

–Dale que conmigo vas a pasear mucho.

Las palabras de Rigoberto eran sinceras. En diciembre de 2012, le entregó una moto negra de placas MLM44b y desde entonces, Rigoberto ganó un escolta, un guardaespaldas y una compañía para los entrenamientos que realiza todos los días. Al año, alcanza 28.000 kilómetros entre competencias y salidas por Antioquia.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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El domingo, el supuesto día de descanso, entrena unos 60 kilómetros y no los 180 que frecuenta en cada jornada. Y junto a él siempre está David, llevándole dos uniformes, un casco, gorras, bufandas, camisetas de algodón, zapatillas, herramientas, inflador, ruedas extra, 10 paquetes de galletas festival, bocadillos, frutas e hidratación en caramañolas. En siete horas de entrenamiento, que es en promedio lo que pedalea a diario, se presentan contingencias que David resuelve.

David lo ha acompañado a lugares que ya son suficientemente lejanos en vehículo desde Medellín: Jardín, Ciudad Bolívar, Santa Fe de Antioquia, La Ceja, Concordia, Salgar, Hispania, Jericó, Caicedo y hasta Manizales. De cualquier manera, la lista es más larga. Él ha visto cómo lo saludan desde camionetas blindadas y también desde aceras llenas de vendedores y peatones. Recuerda cuando una señora lloró mientras lo abrazaba en un alto de Llanogrande y cuando un joven lo alcanzó en un entrenamiento y en la primera parada se le arrodilló para felicitarlo por su grandeza sobre la bicicleta.

Lo ha motivado para que Rigoberto pase de los 35 kilómetros por hora en ascensos muy inclinados. Y también lo ha tratado de alcanzar en las bajadas desde Rionegro a Medellín, por las que Rigoberto supera los 93 kilómetros por hora en su bicicleta aerodinámica para contrarrelojes. Rigoberto ha triunfado en Europa, pero jamás ha dejado de entrenarse en la diversa geografía de Antioquia. A veces lo acompañan en bicicleta Mauricio Ardila, Luis Felipe Laverde o Carlos Betancur. Pero David en su moto se volvió imprescindible.

Ya conoce su ritmo y su apetito que satisface en puntos específicos: en restaurantes de San Antonio de Pereira y Albania, en panaderías como Calichepan, en donde lo abordan para retratarlo y pedirle un abrazo mientras come parva. “Rigo, una foto”, le dicen. Y para todos los lentes posa con espontaneidad.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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–Le sonrío, pero usted paga la cuenta, mijo.

Entre multitudes se come una arepa grande con quesito antioqueño, hecho con cuajo y leche de bovino, y más salado y arenoso que el queso. Luego del café y los saludos, continúa pedaleando. Puede bajar por Carrizales, escalar el Tequendamita, subir a La Unión y bajar a La Ceja en dos ocasiones, emprender viaje hasta San Antonio de Pereira, pasar por Llanogrande, el aeropuerto de Rionegro, el hipódromo Los Comuneros de Guarne, subir por Topos, atravesarse por Pantanillo, llegar a La Reina para luego encerrarse en casa a descansar.

O puede ir a Urrao, que queda a casi 180 kilómetros de Medellín, y a cuatro horas y media en carro por una carretera que serpentea un sinnúmero de montañas. La travesía del 13 de febrero de 2015 a su tierra natal no la realizó con David sino con Fader Ardila, que se retiró del ciclismo profesional a finales del 2014. Con él coincidió en el equipo Orgullo Paisa y en Europa cuando integraban diferentes escuadras. Fader nunca olvidará cuando Rigoberto lo llamó en esos días de invierno europeo a reproducirle guascas y música de Darío Gómez por el teléfono. "Qué aburrimiento tan 'berraco', parce", le dijo entonces. 

La voz de ese joven que le dijo sentirse solo en sus primeros días en Europa, ahora es más gruesa y le pide que lo escolte en un recorrido hasta Urrao porque David debe estudiar para la universidad. Los ciclistas Carlos Betancur y Luis Felipe Laverde también se apuntan al plan. Fader acepta y a las 8:00 a.m. llega en su propia moto a Palmas, donde reside Rigoberto en Colombia.   

–¿Y usted qué, mijo? ¿Vino a hacerme el desayuno?

Rigoberto le seguirá bromeando a Fader y no se demorará demasiado en salir de su casa sobre la bicicleta. Comerá algo para aguantar hasta la primera parada y no se bañará para no perder calorías. Bajará desde Palmas, atravesará Medellín y emprenderá una travesía de seis horas y media por unos paisajes de todos los verdes posibles. Durante el transcurso pasará por las quebradas Maní, Sabaletica, Sinfania, La Popala y El Cardal, bordeará Amagá, llegará hasta Bolombolo y cruzará el Río Cauca para luego comenzar a subir por unas montañas con tantos cafetales que parecen el afro de un rapero. 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Se encontrará con guaduas, pinos, eucaliptos y árboles de flores blancas, naranjas, amarillas, moradas, violetas, rojas y vinotintas. Cualquiera se inspira con semejante paisaje. Verá casas de una planta agarradas a tierras empinadas, esquivará granos de café que los campesinos ponen a secar en las orillas de la vía, apretará más fuerte el manubrio en los 15 tramos de carretera destapada y polvorienta, parará a comer en una panadería de Concordia y seguirá su rumbo hacia las faldas de Betulia. Se encontrará con señores de mostachos gruesos arriando mulas y muchos costales de café.   

Cinco avisos tímidos desde Medellín le avisarán que está cerca de Urrao. Apenas cinco letreros en un tramo de 180 kilómetros le demostrarán que su tierra está escondida entre cerros y montañas. Se encontrará con 79 ciclistas que, como él, saben que ese recorrido es perfecto para mejorar la resistencia en ascensos. Pasará por La Raya, donde un retén militar suele detener buses y donde hace dos décadas se apostaban paramilitares para silenciar con bala.

Cuando llegue al alto del Brechón, entre Betulia y Urrao, recordará la tarde de 2010 en que trató de esquivar a unos niños jugando fútbol en la carretera y terminó de frente contra el barranco. "Platina" y "clavícula", las palabras que horas después escuchó en la clínica. El sopor del Río Cauca desaparecerá del todo y el frío de la cordillera con el sol radiante lo animará a seguir escalando junto con Laverde y Betancur. Su pueblo lo espera antes del anochecer.  

–Esta vuelta se está calentando, parcero.

Rigoberto le habla a la cámara que sostiene Fader y se refiere a la dificultad de las faldas, no a la temperatura. Los recuerdos aumentarán conforme disminuya la distancia a Urrao. Las curvas dejarán de ser de 180 grados y empezará a acercarse al Valle del Penderisco para ver reses, cultivos de tomate y granadilla. Pasará por el kilómetro 20, donde aún está enclavado el calvario de su padre: una cruz metálica con la inscripción “Rigoberto Urán. Urrao, 4 de agosto de 2001. Su familia". Gracias a la motivación y luego al recuerdo de su padre y tocayo fue que derrotó la pobreza a pedalazos.  

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Llegará al kilómetro 17, donde partían los entrenamientos sabatinos en su primera escuela de ciclismo. Pasará junto a un santuario del Corazón de Jesús que servía como meta volante de las carreras improvisadas por su entrenador Jota Ele Laverde. Volverá a ver la entrada a la vereda Pabón, donde aún vive su abuela paterna y por donde recogía leche en la chiva de su tío Jesús. Verá la planicie del valle que lo vio crecer y el río Penderisco donde nadaba cuando se escapaba del colegio. Y mirará de reojo los mensajes de vallas como “Bienvenidos a Urrao, paraíso escondido”. 

Llegará a su casa del barrio la Plazuela, estirará el cuerpo después de 1.184 curvas desde Medellín y buscará una arepa con quesito que le devuelva las calorías perdidas. Al día siguiente tendrá que realizar otros 180 kilómetros. Mejor se acuesta temprano para descansar de semejante recorrido.