Advertencia:
Esta historia de amor apela en repetidas ocasiones a los caprichos del destino y otros clichés, pero cuenta con un alto sentido de literalidad. Deben creer que se conocieron sólo 22 años después de que ambos nacieron el mismo año en un pueblo de 42 mil habitantes, en la misma clínica y asistidos por el mismo doctor. “Tal vez fuimos cortados por la misma tijera”, dice ella. No es adagio, aunque se parezcan en el carácter y en el sentido del humor. Es una literalidad que pudo haber ocurrido en el municipio antioqueño de Urrao, entre esos dos risueños de Rigoberto Urán y Michelle Durango.
Se vieron por primera vez en 2009 en la planta de producción de la heladería Tonny, donde ella realizaba sus prácticas como ingeniera y donde trabajaba un primo suyo que le había prometido presentarle a un escarabajo del Caisse d'Epargne. Ella sabía nada de ciclismo, pero igual ocurrió. Él llegó en una bicicleta vieja, de manubrio rojo y en la que años atrás solía vender el chance para sostener a su familia. “Tenía una sudadera casi rota, estaba todo desarreglado. Pero me impactó esa buena energía y esa personalidad tan arrolladora”, admite Michelle.
No se enamoraron al instante, como en un romance macondiano. El interés mutuo comenzó, tiempo después, en la explosión deportiva de Rigoberto Urán. Él la acompañó dos de los nueve meses que ella vivió en Vancouver, Canadá: unos días antes de los Juegos Olímpicos y otros después del Giro de Italia de 2012. Unas horas antes de que compitiera en la ruta de Londres conversaron particularmente:
-Tengo un presentimiento de que te va a ir bien.
-Es que vos no sabés de ciclismo.
-Pero es una sensación extraña que tengo.
-Eso no está diseñado para nosotros sino para los británicos.
Ese fue el primer y hasta entonces último presagio de Michelle, que no olvidará nunca ese 28 de julio. Ella celebró sola, en un sótano de Vancouver, la presea de plata en la ruta y él la llamó antes de subirse al podio para darle la razón. Después de eso, se convirtió en el mayor apoyo. “A veces voy en los carros del equipo, otras con los masajeadores que se ubican en sectores estratégicos de los recorridos. Me preocupo mucho cuando no lo veo pasar en los pelotones, porque este es un deporte de alto riesgo, pero ahora disfruto y conozco más del ciclismo”.
Se convirtió en animadora mental y cómplice de sus bromas y sus carcajadas. Y no sólo eso. Lo acompaña a los entrenamientos, le toma muchas fotografías que él mismo sube en redes sociales para compartir con sus seguidores. Y también está detrás de la tienda 'Rigo Store', cuya imagen es una calavera. Camisetas, caramañolas, guantes, llaveros, gorras, balaclavas y muchos más productos de su tienda, llevan un esqueleto. ¿Por qué? Si Urán es burla, honestidad, desprendimiento y altruismo.
“Justamente por eso yo misma lo diseñé así”, cuenta Michelle. “Todos somos calaveras; lo único que nos diferencia es la piel. Lo que vale realmente es lo interior y así es Rigo: transparente. Y muchos se han conectado con esos valores que encierran este deporte tan bonito”. Sólo una sugerencia de quien suscribe: la calavera debería dibujar una sonrisa, porque ese gesto es lo que representa a esta pareja de cómplices.