En Señal Colombia Deportes te contamos cómo Esteban Chaves pasó de odiar el ciclismo a amarlo.
La historia del gran Esteban Chaves
“¡Párate que tienes que seguir!”, le escuchó decir a su padre Jairo, mientras se descubrió en el piso con media cara raspada. En la pista de bicicrós del Salitre, en Bogotá, no alcanzó a rectificar en la última curva y ante las palabras de su padre, frunció el ceño, se llenó de orgullo, terminó la prueba y decidió que era el fin. Volvió herido a la tribuna, con los ojos llorosos y entregó la bicicleta: “No quiero saber nunca más de esto”. Esteban Chaves tenía siete años.
Había crecido viendo correr a su papá en circuitos de la Universidad Nacional y en competencias aficionadas. Era Esteban quien le pasaba la bomba, el inflador, las ruedas, la hidratación. Fue él quien lo animó en una subida en el Alto La Cuchilla en un frío que no pudo resistir. “Papá, esto del ciclismo es muy duro”, le dijo al ver que se retiró, se cubrió con una cobija y trató de tomarse un tinto mientras castañeaba.
El retiro prematuro de Esteban del ciclismo frustró a Jairo, quien se arrepintió de gritarle tras la caída; y entristeció a Carolina, quien regañó a Jairo por su rudeza. Ambos sabían que tenía talento, que al año de nacido el niño mantuvo el equilibrio en una bicicleta sin ruedas auxiliares. Pero los dos tuvieron que apoyarlo en la decisión. Le insistieron, eso sí, en que eligiera otro deporte.
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La natación, después de unas clases, no lo persuadió, y se inclinó por el atletismo. Su flacura le favoreció en las pruebas de fondo y se destacó en carreras distritales. En una de ellas, disputada en Soacha, lideraba una competencia de 300 niños a falta de unos metros, pero giró su cabeza para calcular la distancia de sus perseguidores, se le enredaron los pies, resbaló y quedó de séptimo.
Las caídas no volvieron a ser tema de conversación. Esteban ya tenía interiorizada la idea de perseverancia y Jairo se dejó convencer de Carolina de que insistir en la frase de caer y levantarse podría convertirse en presión. Esteban corría para divertirse y todos lo apoyaban.
El regreso a la bicicleta fue incluso gracias al atletismo. Su padre le habló de una prueba que estaban organizando los integrantes de su club aficionado de ciclismo en Guatavita. Era una carrera que mezclaba ambos deportes: tres kilómetros corriendo y 10 pedaleando.
-Mijo, es un duatlón. Como usted corre y yo monto, nos acompañamos.
Feliz porque Esteban aceptó, Jairo Chaves buscó la bicicleta para la prueba y le ofrecieron una que el mismo Oliverio Cárdenas (entrenador de Esteban en Colombia) había fabricado años atrás para su hijo. Era pequeña, personalizada, auténtica y prestada con el compromiso de una posible compra. Todo dependía de Esteban. Y él arrasó en atletismo, como se esperaba, y sorprendió a todos sobre la bicicleta.
Papá e hijo se encontraron después de la competencia, se abrazaron sonrientes y hablaron del destino aún sin aire para decir una frase larga.
-Esto es lo mío, papá.
-¿Qué cosa?
-El ciclismo. Quiero ser ciclista.
-¿En serio?
-Sí, estoy seguro. Esto es lo mío.
-¡Qué felicidad! Yo lo apoyo, así tenga que sacar la plata de donde no haya.
Jairo Chaves se comprometió a pagar el 1’200.000 de la bicicleta prestada y se entusiasmó porque su hijo podría cumplir el sueño que a él le prohibieron. En su casa, donde el estudio y el trabajo eran la única alternativa, no le permitieron ser ciclista. Él no iba a cometer los mismos errores, así que lo comenzó a entrenar y le habló por primera vez de estrategias. “Usted tiene que ser inteligente, tiene que saber leer las carreras…”. Y así.
Salían a pedalear por los límites de Bogotá cuando podían: al alto el Vino (vía La Vega), Patios (vía La Calera), Mondoñedo (vía La Mesa) y alto de Rosas (vía Silvania). Se retaban en algunos tramos y casi siempre ganaba Jairo, pero Esteban se fue imponiendo poco a poco. Mucho tiempo después le confesaría que lo empezó a dejar ganar. “Lo hizo para demostrarme que si podía vencerlo a él, a mi héroe, podía ganarle a cualquiera”. Y lo logró.
Lo curioso es que ahora Esteban es el héroe de Jairo por una sencilla razón: a través de él cumplió su sueño de ser un campeón del ciclismo.