Colombia también es un pueblo gitano
31 / 03 / 2017

Colombia también es un pueblo gitano


Por Señal Colombia
Señal Colombia
31 / 03 / 2017

Se puede relacionar en muchos aspectos a Colombia con Andalucía, donde se disputa la Ruta Ciclística del Sol. La religiosidad, las catedrales, las plazas, los malecones, la pasión por el fútbol. Y también la tradición gitana: más de un tercio de esta población española reside en 301 municipios andaluces y en Colombia viven cerca de 5.000, ya no como los que dormían en carpas y se vestían como 'Esmeralda', la joven de 'El jorobado de Notre Dame', pero sí con la misma ideología.

Es difícil encontrarlos, pues es una población muy segregada. Además, algunos dejaron a un lado las vestimentas tradicionales, sobre todo los hombres. No es el caso de Lupe Gómez, quien tiene 80 años, nació y se crió en una carpa a las afueras de Bogotá. Sus padres, gitanos también, eran de ascendencia rusa y francesa y llegaron a Colombia después de la primera Guerra Mundial. Huyeron de la violencia y de las discriminaciones en sus países.

Y también de los estigmas: algunos los han tildado de astutos y ladrones, por lo que han sido perseguidos a través de la historia. En 1749, por ejemplo, el Rey de España Fernando VI ordenó arrestar y extinguir a todos los gitanos del reino. El mundo conoció ese hecho como La Gran Redada.

¿Un té o un veneno?

Lupe vive en el barrio Marsella, en el occidente de Bogotá, con su esposo. Su casa tiene rejas blancas y es de dos pisos. Las paredes, en su interior, están llenas de fotos de sus antepasados, que para ella son los únicos recuerdos de las tres o cuatro generaciones de gitanos que han vivido en Colombia.

La tarde fría acusa una bebida caliente para la visita. La señora vierte un té de frutas en un vaso de vidrio mientras habla con su sobrino en romaní, la propia lengua de su etnia. Viste falda larga, un saco tejido a mano y su largo cabello totalmente poblado de canas luce recogido en una trenza. Su acento parece una mezcla entre francés, ruso y español.

Hasta 1914, los gitanos todavía vivían en carpas y temían por vivir en ciudades grandes. Numerosos grupos buscaban pueblos que los aceptaran y en donde sus negocios prosperaran. “Mi papá vendía bestias. A veces las intercambiaba por otros animales. Mi mamá, por el contrario, leía la mano”, afirma Lupe. Las carpas no desaparecieron por el capitalismo, sino por inseguridad, por eso hace más de 60 años vive bajo un techo.

Pero el nomadismo nunca acabó. En eso también se parecen los ciclistas: pueden recorrer muchas ciudades en una sola semana. Las valijas deben estar siempre a la vista. “Viví en Argentina, Ecuador, Venezuela, México e incluso estuve en Estados Unidos. Pero decidí regresar a Colombia porque este es mi pueblo, esta es mi patria y es un país libre”. Según la Constitución de 1991 son reconocidos como un grupo étnico con identidad cultural propia.

De los más de 600 gitanos que habitan en Bogotá, 320 son familiares de Lupe. Gitanos de todas las edades y de todas las características físicas. Sus rasgos son diferentes pero no se ven igual al resto de las personas. Los hombres se confunden entre las multitudes porque visten de jean y camiseta. Las mujeres y niñas, por el contrario, siguen aferradas a las raíces. Además, siguen bailando y adivinando el futuro.

“¿Quiere que le lea la mano?”, pregunta Lupe, muy interesada. Dice que no desea cobrar, que es un obsequio, que cuesta 50 mil pesos, que tranquilo, que no hay problema. Luego observa, analiza las líneas de la mano. “Mire la de la vida. Está laaaarga”, afirma. Da consejos, pregunta, acaricia la mano, la siente. Trata de vaticinar sobre sentimientos y advierte.

La sesión concluye. Las manos se sienten pegajosas. Anochece y es momento de marcharse. Antes de eso, de cruzar la puerta metálica que hace ruido al salir, la señora interrumpe: “Oiga”, alza una mano y toma impulso para hablar. Tal vez olvidó decir algo. “Le agradecería cualquier peso que me pueda dar por leerle la mano”.