El tiempo pasa, la vida sigue, y las personas cambian. A veces, inesperadamente. Por eso, hay que estar preparado para todo como lo afirma la antioqueña Maritza Buitrago, quien hace 13 años tuvo que adaptarse a un nuevo estilo de vida. Una retinitis pigmentosa estaba afectando su salud.
Esta es una enfermedad que todavía presenta un reto mayúsculo para los oftalmólogos. Se trata de un hibrido de desórdenes hereditarios, crónicos y progresivos, que tejen poco a poco una capa oscura sobre las retinas. “Es como si uno cerrara poco a poco una cortina hasta quedar en una completa oscuridad”, explica Maritza.
Asimilar algo así no es fácil para nadie. Cuando supo de su enfermedad, intentó negar su estado y trató de ocultárselo a su familia, pero cada vez su visión disminuía mucho más. Trabajaba como maestra de guardería y había tenido a su hijo, Juan Esteban. Ella no quería ver sufrir a nadie por su culpa por eso escondía su verdadero estado. “Fue muy duro todo el proceso. Para no preocuparlos yo les decía que veía, pero en realidad era muy poco lo que mis ojos podían divisar. Tuve mucha tristeza, me dio depresión, no quería salir de la casa”, recuerda con nostalgia quien es hoy por hoy una de las mejores fondistas de nuestro país.
Tras superar sus miedos se inscribió en un centro de rehabilitación. Cuando ingresó se dio cuenta de la realidad, vio que ella no era la única con ese problema y entendió que para salir adelante debía fortalecer su mente y su cuerpo. Entró en el mundo del deporte gracias a un amigo que también tenía la misma deficiencia visual. Aunque al principio no era algo que le llamara verdaderamente la atención, poco a poco se fue involucrando más. “Empecé hace siete años. Dudé muchísimo, me dio un poco de temor pero a lo último me decidí, y ahora soy una privilegiada porque el atletismo se ha convertido en algo muy importante en mi vida. He podido salir adelante, he hecho cosas que antes ni se me pasaban por la cabeza”, afirma esta antioqueña de 37 años.
Maritza entrena como cualquier otro deportista de alto rendimiento. Para ella no hay obstáculo, más allá de su discapacidad visual. Se exige a fondo siempre quiere dar el cien por ciento. Cuando está en competencia busca la excelencia. Junto a su guía, Jonathan Sánchez, hacen una dupla ganadora. Él se encarga de motivarla, de protegerla, de acompañarla hasta la línea final. “Desde el 2012 estoy con él y la relación es muy buena. En el momento de la carrera tiene que haber muy buena coordinación. Se necesita mucha técnica, él tiene que estar motivando al deportista. Las ganas y el empuje emocional son fundamentales”, concluyó.
Aunque por fuera su mirada haya cambiado, su esencia es la misma. Sus costumbres variaron, pero su personalidad se fortaleció mucho más. A pesar de haber perdido el brillo natural de sus ojos, ella supo salir adelante. Su lucha dejó de ser contra ella misma y ahora, mucho más experimentada, quiere dejar huella en lo que le falta por recorrer.