Con la llegada de Víctor Hugo Silva a la alcaldía de Arcabuco en 2004, Rusbel Achagua fue la persona designada para manejar el área de deportes del municipio. Sabiendo que en Boyacá era mucho más fácil producir un ciclista que un futbolista, se fue por los colegios de los alrededores para invitar a los niños del pueblo y de las veredas a hacer parte del primer equipo de la población.
Él ya conocía algunos que utilizaban la bicicleta para ir de sus casas hasta la escuela, por lo que la búsqueda de la camada inicial no fue complicada. También había visto a un niño chiquitico que bajaba a toda velocidad desde la vereda Concepción de Cómbita todas las mañanas. Le llamó la atención que la cicla todoterreno era más grande que él, y que a pesar de la diferencia de talla, el pequeño la dominaba con tal destreza que esquivar los huecos de la vía y sobrepasar las mulas era un simple juego.
“Nairo se emocionó cuando le conté lo que tenía en mente. Su padre no tanto, al principio, pues no le gustaba que él montara por una carretera tan peligrosa y sola. Incluso lo regañaba cuando metía piedras en la maleta para sumar peso y así alcanzar mayor velocidad en la bajaba. ¡Ay! donde se las pillara. Eso era pela segura”, cuenta Rusbel.
Sin saber mucho de ciclismo, Achagua empezó a organizar chequeos cada fin de semana para medir la evolución de sus dirigidos. La contrarreloj iba de la plaza de Arcabuco hasta un lugar conocido como Las Delicias, por la vía a Moniquirá, allí daban la vuelta, pasaban de nuevo por la periferia del pueblo y seguían hasta el Alto de Sote, una ruta habitual para Quintana. Se sabía de memoria cada curva del recorrido, cada desnivel y cada repecho. A medida que fueron mejorando, y que Nairo empezó a vencer con facilidad a corredores mayores, el entrenador tuvo que buscar un ascenso más exigente para los entusiasmados niños.
–Mañana nos vamos para el Alto de Cucaita a entrenar. Nos vemos en Sote a las 7 de la mañana.
La fuerte subida, con rampas cercanas al 14% de inclinación y donde las nubes se pueden tocar casi con las manos, recibió desde entonces al grupo. Nairo siguió venciendo a corredores mayores que él, como Camilo Moyano y Cayetano Sarmiento y la escuadra se volvió popular y de a poco fueron llegando las invitaciones de todos los rincones de Boyacá. “Adonde fuera, allá llegábamos. A veces nos prestaban un carro de la alcaldía pero cuando no se podía, don Luis y yo pagábamos el transporte. Era bastante dinero porque tocaba tener para la inscripción de cada ‘chino’ más el carro acompañante. Quedábamos sin un peso”.
Las jornadas comenzaban muy temprano. Rusbel llegaba hasta el hogar de los Quintana para salir rumbo al destino que fuera. A las cuatro de la mañana el Renault 4 de don Luis ya tenía puesto en la parte de atrás el portabicicletas con la cicla de su hijo. Doña Eloísa empacaba pasta, avena y sándwiches de jamón y queso para que desayunaran por el camino y no perdieran tiempo. “Comíamos frío y nadie se quejaba. Don Luis se metió tanto en el cuento que cuando íbamos detrás de su muchacho lloraba de la emoción y de paso lo ponía a berrear a uno. El viejo es bien sentimental aunque luzca como una persona dura. Y sufre por sus chinos de una manera…”, recuerda Achagua.
Las pruebas de un día ya no eran un reto para Nairo. Con unos cuantos meses de entrenamiento, sumados al recorrido diario de su hogar al colegio, llegó la primera carrera oficial de Quintana: Competencia Club Deportivo Boyacá, una ronda tradicional que aún hoy se realiza cada año con el mismo recorrido. Sin un verdadero respaldo en la montaña, pues sus gregarios no eran buenos subiendo, Nairo tuvo que pelear solo contra el equipo boyacense ‘Chocolate Sol’ y contra los antioqueños del ‘Orgullo Paisa’. Después de las tres etapas, el más chiquito y flaquito de todos terminó de segundo, por detrás del nariñense Darwin Pantoja, campeón por unos cuantos segundos.
Al siguiente año la invitación llegó de nuevo. Otra vez, el afán de recoger el dinero para costear los gastos. Que pida plata en el comercio, que hable con el alcalde, que vaya a la plaza, que apúrele pues. Algunas veces don Luis y Rusbel recibían monedas prestadas, pero en otras los sacaban a patadas de las tiendas. Las rifas fueron la salvación en muchas ocasiones.
“Gánese un uniforme de ciclista pagando solo cinco mil pesos”, decía la boleta que jugaba con la lotería de Cundinamarca y, a veces, con la de Boyacá. Fracasando y volviendo a empezar, improvisando la capacidad de persuasión y hasta gastando unos cuantos ahorros, Achagua y los Quintana reunieron lo mínimo para asistir y consiguieron que la alcaldía les diera unos uniformes rojos, con unas franjas blancas en el torso y un pedazo azul en las mangas y a los costados. En este se leía la misma frase por delante y por detrás: “Alcaldía de Arcabuco 2004-2007. Por el municipio que todos queremos”.
Rusbel, que oficiaba de entrenador, masajista, mecánico, consejero y psicólogo del grupo, le advirtió a Nairo que la única jornada que lo podría perjudicar era la contrarreloj individual en Tunja. Ese día, Quintana terminó 15 entre 130 participantes. Ya en la segunda etapa apareció la montaña y todos se aliaron en contra de la estrella de Arcabuco.
–Don Rusbel, yo voy a atacar apenas pueda. Si no lo hago me ganan.
–Tranquilo. No se deje llevar por la emoción. Aguante y cuando yo le dé la señal sale.
Y así fue. Un gesto y una mirada causaron que Nairo atacara en la mitad del recorrido entre Tunja y Sutamarchán. Todos quedaron regados menos dos: los Darwin, Pantoja y Atapuma. Ambos se le pegaron a la rueda y no lo dejaron solo. En el embalaje antes de la meta, Pantoja logró la victoria. Otra vez el nariñense a la cabeza de la general y Quintana detrás a 37 segundos. En la última jornada, entre Moniquirá y Tunja, Nairo no se aguantó las ganas y atacó apenas pasó por su pueblo. No esperó señas ni nada.
La gente, apiñada a ambos lados de la vía, generó algarabía cuando vio al pequeño gladiador en su ‘bici’ de acero, bastante pesada (14 kilos), con un marco azul en el que resaltaba la palabra Giant, de letras amarillas, posiblemente pintada por el vendedor y no por la marca. Las horquillas negras con un pequeño círculo a cada lado, con el tricolor nacional, reiteraron que se trataba de Nairo. Muchos ya conocían esa cicla, hasta el más mínimo detalle, incluso los cambios que se activaban desde la parte inferior del marco, lejos del manillar, como la bicicleta de Lucho Herrera en la Vuelta a España de 1987. O las ruedas con corazas más gruesas que lo hacían ver como un tractor en comparación a los otros niños.
En medio de los aplausos, Nairo se paró sobre el sillín rumbo a Sote, con la seguridad de alguien que no hace algo por primera vez y dejó a todo el mundo botado. Cuando pasó por su casa, dos curvas antes de llegar a la cima, ya le llevaba a sus perseguidores más de tres minutos y pudo bajar con tranquilidad hasta la capital boyacense. Cruzó la meta en solitario, le sacó a Pantoja más de dos minutos y se puso su primera camiseta rosada.
“No habló mucho, soltó una sonrisa tímida y levantó los brazos. Él no necesita decir nada; sus piernas hablan por él”, apunta Rusbel, un hombre sencillo que sin decirlo se puede dar el lujo de haber sido el primer entrenador de Nairo Quintana.
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Texto: Camilo G. Amaya, enviado especial Arcabuco, Boyacá.