Cuando uno le pregunta a Miguel Ángel López cómo es la ciudad donde nació, se incomoda y se da la razón al pensar que los periodistas siempre preguntan sandeces. “Pues, ¿cómo va a ser? Un pueblo normal”, responde con un acento boyacense y un tono regañón que conserva hasta el final de esta entrevista. La importancia de esta pregunta radica en que su ciudad de origen explica muchos comportamientos de este ciclista que ganó el Tour de l’Avenir 2014.
Pesca, a 108 kilómetros de Tunja, ha sido habitada históricamente por personas temperamentales: por los indígenas que se opusieron varias veces a la invasión española y mucho después por guerreros que pelearon por la independencia en escenarios como la batalla del puente de Boyacá. Felipe Pérez, Agustín Urbina, Santiago Tamayo, Ramón Vásquez y Joaquín Zerda fueron capitanes nacidos en este pueblo y dados de baja en diferentes luchas.
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Miguel Ángel López es otro valiente pescano que un día, mientras entrenaba, no se dejó atracar por dos ladrones que le pidieron la bicicleta si no quería salir lastimado. Él se opuso, repartió golpes, recibió dos puñaladas en la pierna derecha, desarmó a los asaltantes, conservó su bicicleta y un narrador de ciclismo en su departamento lo acuñó ‘Supermán’ al conocer su historia. “Pues, cualquiera se hubiera defendido, ¿no?”, asegura sobre este episodio.
Pesca no solo le heredó el carácter a través de sus antepasados. La disciplina la aprendió en el campo y la encontró reflejada en sus coterráneos. En las hilanderas de la plaza, en los pelavisguas que esquilan a las ovejas en las colinas para producir lana y en los campesinos como su papá Santiago que cuidan cada día sus cultivos de papa, trigo, maíz, cebada, arvejas, fríjoles, rubas, nabos y hortalizas.
Su pueblo le enseñó que el trabajo dignifica al hombre y también, con sus montañas, lo fue convirtiendo poco a poco en ciclista. El alto del Calvario, de rampas hasta del 16% de inclinación, y El Humilladero, con inclinaciones de 10% a través de 3.8 kilómetros, fortalecieron sus piernas. Su ascenso más frecuentado era uno de cuatro kilómetros entre el colegio y su casa. A pesar de que Miguel Ángel López diga que Pesca es normal en lugar de aceptar que es el pueblo al que le debe su carácter, Señal Colombia Deportes no se rindió en el objetivo de sacarle frases más largas y así poder entenderlo.
¿Cómo aprendió a montar en bicicleta?
Tenía como ocho años. Mis compañeros se iban en bici al colegio y yo les rogaba para que me dejaran. ‘Venga deme una vueltica’, les decía. Luego, a escondidas, cogía la bicicleta de mi papá, porque no la prestaba. Después tuve una para irme al colegio en ella.
¿El ciclismo fue el primer deporte que le interesó?
No. Yo era juicioso pero a veces me escapaba de clases o no entraba después de las horas libres, por quedarme en la cancha jugando balón y microfútbol. No éramos hinchas de ningún equipo, solo de nosotros mismos porque nos gustaba solo jugar y no ver. La bicicleta empezó siendo un medio de transporte, no de diversión. Yo solo pensaba que me tocaba irme al colegio en bici y ya.
¿Mientras iba al colegio no se le ocurría que esa podría ser su profesión?
¡Mire! Yo no veía eso como un futuro. Lo hacía porque me tocaba. Mi rutina era cuatro kilómetros bajando en la mañana y cuatro subiendo en la tarde. Yo lo hacía porque era inquieto y porque me gustaba mucho ir al colegio. Mi deseo era acabar el bachillerato y seguir en la universidad.
¿Usted era aplicado en el colegio?
Sí. Yo era juicioso y no perdía casi materias. Me encantaba la educación física. Mi comportamiento en clase era normal: no era callado pero tampoco fastidioso. Eso sí: siempre me ha gustado decir las cosas cuando no me gustan. El caso es que me gradué a los 16 años y me dieron ganas de trabajar y seguir estudiando.
¿Por eso hizo un curso de sistemas en el Sena?
Sí. Era un curso gratis. Tal vez en algún momento me puede servir, pero ahora no recuerdo nada de lo que vi.
¿El ciclismo competitivo, cuándo llegó a su vida entonces?
Tenía como 17 años. Escuché que estaban organizando una carrera en las fiestas de la vereda donde yo vivía. Por muy dormido que uno fuera, no había posibilidad de no darse cuenta. Entonces pensé que sería como irme al colegio en bicicleta. Fácil. ‘¿Por qué no me meto?’, pensé. No tenía nada qué perder, entonces decidí inscribirme.
¿Y qué pasó?
Cobraban como 10.000 de inscripción, pero un político en campaña me los pagó y me anotó. No recuerdo quién fue. Mi papá se dio cuenta y fue a hacerme barra. Él me persiguió en la moto. Al final gané. Me dieron unos implementos para la bicicleta y algo de plata.
Seguimos nuestra preparación para @giroditalia en hermosas montañas de nuestra tierra @proteamastana pic.twitter.com/UKAswZQkUp
— Miguel Angel Lopez M (@SupermanlopezN) 27 de marzo de 2018
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La bicicleta de la casa era una todoterreno, pesada y con repuestos de baja gama. Decidió dedicarse al ciclomontañismo y se destacó en algunas carreras locales. Su destreza pedaleando llamó la atención de Alexánder Sánchez, el propietario de la bicicletería El Sol y quien le cerró el paso para aconsejarlo sin que se lo pidieran: “Si usted quiere triunfar en la vida, tiene que meterse a la ruta”. Se llenó de argumentos y hasta le prestó su bicicleta para que intentara.
El domingo 26 de septiembre de 2010 disputó una contrarreloj con final en alto en El Crucero, Boyacá, con inclinaciones del 15%. Miguel Ángel López superó a los alumnos experimentados del entrenador Rafael Acevedo, que en sus tiempos de deportista corrió junto a Lucho Herrera y Fabio Parra en los ochentas. Quedó impresionado con la forma de escalar de Miguel Ángel y a los tres días lo buscó para pedirle que se dejara entrenar.
¿Qué le propuso Rafael Acevedo?
Me dio una bicicleta para entrenar, una que era del hijo, marca Mérida, ensamblada de aluminio y con partes de carbón. ‘Tome esta que está mejor, para que corra y se vaya acomodando’. Luego me dijo: '¿Por qué no se viene a mi finca. Yo le doy todo, le queda más fácil, va a descansar mejor’. Yo le vi sentido. Entonces me fui para su finca en Firavitoba (Boyacá).
¿Cómo lo recibieron los otros alumnos?
No fueron duros, pero uno entra de novato y eso se nota. Ellos ya estaban bien armados, ya llevaban su tiempo en el ciclismo, tenían sus buenos cascos, zapatillas y bicicletas. Entonces uno entra como si nada, como muy pobre. Me miraban como pensando: ‘Este man es un patacón, mire el perro de cicla que tiene, mire esas zapatillas’. Yo no conocía a ninguno, no podía responder porque de entrada no se puede. No tenía confianza. Pero luego me gané el respeto.
¿No podía entrenar con Rafael Acevedo y seguir viviendo en su casa?
No porque quedaba lejos. Era como una hora más de pedaleo después del entrenamiento. Además, me tocaba llegar a hacer oficios en la casa, entonces uno no se quedaba quieto y no podía descansar bien.
¿Qué labores tenía que hacer?
¡Lo normal! Puro campo. Preparar el terreno, abonar la tierra, regar la semilla, tapar y esperar. Cosas que aprendí mirando a mi papá.
¿Le gustaba hacerlo?
Pues no era que me gustara. Era obligación hacerlo. Mis hermanos y yo debíamos ayudarles a mis padres así no nos gustara. Teníamos que ordeñar, sembrar y talar árboles porque mi papá también era aserrador.
¿Quiénes integran su familia?
Mis papás Santiago y Marlén. Yo soy el cuarto de siete hijos: John Alexánder, Leonardo, Mónica Johana, Luis Alfredo, Diego Andrés y Juan Carlos. Luis Alfredo está intentando ser ciclista también. Apenas está cogiendo confianza.
¿No le dio duro dejarlos para irse a vivir con un desconocido?
No le puse mucho misterio a eso. Yo igual quería irme rápido porque no me iba a quedar toda la vida allá. Además, no iba a estar muy lejos. A 40 minutos en carro y a una hora en bicicleta.
¿A sus papás no les daba duro dejarlo ir por un deporte en el que se caía mucho?
¡Pues claro! ¿Cómo no iban a estar tristes? ¿Cómo no iban a estar bravos si me veían raspado, vuelto nada? ‘Tiene que retirarse de eso porque un día de estos se va a pegar más duro’, me decían. Pero uno tiene que ser realista: en algún momento se va a caer. Es como cuando usted toma mucha cerveza: en cualquier momento se emborracha. Son gajes del oficio. La cuestión es que a mí no me da miedo y sé que el ciclismo es el deporte más duro del mundo. Así usted no se haya caído, lleva un dolor de piernas que no soporta.
¿Qué piensa cuando siente ese dolor?
En llegar y cumplir. Pero también en esos momentos de crisis uno piensa cosas como: ‘Carajo, ¿quién me mandó aquí a sufrir?’. A veces recuerdo a mis papás, a mis hermanos, pero me sacudo porque si usted piensa en la familia se arruga más y hasta se puede estar bajando de la bicicleta.
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