Esteban Chaves: la rudeza detrás de una sonrisa
Esteban Chaves: la rudeza detrás de una sonrisa
05 / 06 / 2017

Esteban Chaves: la rudeza detrás de una sonrisa


Por Julián David Bernal Pulido
Julián David Bernal Pulido
05 / 06 / 2017
Esteban Chaves: la rudeza detrás de una sonrisa
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Esteban Chaves por fin aceptó nacer y una cesárea en la clínica San Pedro Claver de Bogotá puso fin a 10 meses de embarazo de Carolina Rubio. Pero los médicos se llevaron al bebé de la sala para tratar de revivirlo al notar que le faltaba peso y oxígeno. Aunque Carolina y Jairo Chaves llegaron a pensar con pesimismo sobre su primer hijo, celebraron felices las buenas noticias a pesar de que habían estado esperando una niña.

Ese mismo día, el 17 de enero de 1990, se enteraron de que el primer hijo del matrimonio sería varón y prescindieron del nombre Estefany que habían escogido unos meses atrás. Lo transformaron en Esteban y decidieron añadirle un nombre más con jota como los del padre, abuelo y bisabuelo. Descartaron el Juan de un familiar y se pusieron de acuerdo en bautizarlo: Johan Esteban Chaves Rubio.

Los ojos claros y la sonrisa de su madre. El carácter y la mirada tierna de su padre. La baja estatura, la humildad y la nobleza de ambos. Esteban Chaves demostró virtudes de cada uno desde niño gracias a la genética y, en especial, a una crianza basada en la perseverancia y la disciplina.

Cuando se caía de niño, le insistían en que se levantara solo y eso radicó en que no permitió nunca que lo ayudaran a pararse ni que lo consintieran después del dolor. “¡Yo puedo solo!”, gritaba entre sollozos. Su papá sentía orgullo de ese carácter. “Siempre tienes que levantarte, por muchas veces que caigas”. Jairo lo repetía a menudo, mientras que Carolina enfatizaba sobre el juicio.   

“Hacer un resumen de La María”, respondió un día Esteban sobre una tarea para el colegio. Su madre comenzó a leer el único párrafo escrito, tachó varios errores de ortografía y al final arrancó la hoja. “Uno no puede ser mediocre. Si vas a hacer algo, lo haces bien. Así que lee todo el libro y escribes algo que sí lo resuma”. Las letras de Jorge Isaacs se le quedaron grabadas.

 Esteban Chaves, ciclista colombiano / Instagram Esteban Chaves

Esteban absorbió las lecciones con rapidez y no cuestionó ninguna. Su rebeldía se basaba en el malgenio que le producía disfrazarse en Halloween, en que le cantaran el cumpleaños, en que le organizaran piñatas y en que le dieran comida que no le gustara. Solo se disfrazó en dos ocasiones: de hippie a la edad de seis meses, cuando aún no era disidente, y de payaso cuando estaba en el colegio. “Esa vez se puso muy bravo porque lo obligaron. Pero nunca más lo volvió a hacer”, recuerda Carolina.

Esa dosis de convencimiento era muy genuina. Venía en su sangre al igual que, contradictoriamente, la paciencia y la calma. Esteban no se aburría en paseos de adultos, como visitar la represa del Prado, en el Tolima, o caminar por dos horas en el desierto de la Tatacoa. No se desesperaba nunca. Su papá lo llevaba a una fábrica familiar de muebles para mantenerlo ocupado o para que se ganara sus caprichos con tareas de oficina.

Tenía cinco años cuando pidió unos tenis nuevos y su papá le dio otra lección: “Las cosas te las tienes que ganar”. Lo llevó a la fábrica, le entregó un bote lleno de tornillos tan grande como él y le pidió que los clasificara por tamaños. No se levantó, no se desesperó, no se afanó. “Estuvo ocho horas trabajando y yo quedé sorprendido porque era muy niño”, dice Jairo, que esa mezcla de paciencia y perseverancia ya la había visto en alguien. En él mismo.

Jairo quería convertirse en Alfonso Flórez Ortiz, José Patrocinio Jiménez u otro de esos que mencionaban en la radio durante las Vueltas a Colombia, pero en casa asociaron el deporte con vagancia, nunca lo apoyaron y al principio le tocó resignarse con dar vueltas en el patio sobre un triciclo. Solo a los 20 años, con el primer sueldo que recibió ayudándole a su padre carpintero, se compró una bicicleta y empezó su historia en el mundo aficionado.

Conoce más de este pedalista bogotano:

Esa perseverancia de Jairo también la conoció prematuramente Carolina al tratar de conquistarla. Se vieron por primera vez en febrero de 1988 en un bus: ella iba para el colegio y él para la Universidad Javeriana. Le dijo hola, le preguntó el nombre, le sonrió, se fijó dónde se bajó, calculó en qué parte se montó y días después volvió a encontrársela en otra buseta. En mayo se ennoviaron y en octubre se casaron.

Esteban nació con capacidades similares: perseverar hasta conseguir y tener paciencia en cualquier circunstancia. “A él le daba mucho amigdalitis, pero él no se desesperaba a pesar de la fiebre y el vómito. No se quejaba tampoco por tener que tomar jarabes malucos. También le dio apendicitis y los médicos se sorprendieron por su tolerancia al dolor”. Carolina todavía alaba la calma imperturbable del primero de sus dos hijos.

Lo único que no le sorprende son las actitudes que Jairo y ella alimentaron. No solo le insistieron en ser el mejor en lo que hiciera, en levantarse después de cada caída y en esforzarse por conseguir algo. Le hablaron de dos leyes más: practica algún deporte y nunca dejes de soñar.

Todo lo obedeció. El ciclismo, como es bien sabido, se impuso sobre el atletismo cuando tenía 13 años. Y el sueño más ambicioso lo confesó tiempo después de esa decisión: “Algún día quiero ganar un Tour de Francia”. A partir de entonces comenzó a leerse las revistas de ciclismo que su papá compraba y a cortar las siluetas de los corredores como Alejandro Valverde, Fabian Cancellara y Vicenzo Níbali.

Esteban Chaves, ciclista colombiano / Instagram Esteban Chaves

Los pegó en un corcho y para que no se arrugaran, puso cinta sobre ellos, pero no con papel cóntac para ahorrarse tiempo: cortó muchísimas tiras delgadas y largas de cinta transparente y pegó una por una en todo el rectángulo enmarcado. Paciencia y pasión, justamente, lo llevarían a cumplir el sueño de competir al lado de esos ídolos de infancia que recortaba en las revistas.

Ganar el Tour de Francia sigue anotado en su lista de deseos. “Y hasta que él no cumple algo que se le metió en la cabeza, no queda tranquilo”. A su papá se le iluminan los ojos y no puede disimular que ese también es su sueño.