Tan cerca y tan lejos
31 / 10 / 2018

"Tan cerca y tan lejos", la serie documental sobre la paz y resiliencia


Por Sebastián Acosta Alzate
Sebastián Acosta Alzate
31 / 10 / 2018
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Tras los peligros que representa la guerra, lugares comunes como escuelas, plazas y bibliotecas quedan habitados por la soledad. Aún así existen personajes revolucionarios que regresan a sus territorios para quedarse e inspirar a otros con sus historias.

Aunque las ciudades también han vivido sus propios conflictos con la inseguridad que llegó a la urbe con el conflicto armado, la realidad para los habitantes de zonas rurales no fue más amable. Ahora, tras el proceso de paz, territorios antes azotados por la guerra en el campo vuelven a cobrar el uso y la vida que alguna vez tuvieron. 

Podrás conocer algunos de estos territorios resilientes en la serie documental Tan cerca y tan lejos, la cual registra las vivencias de distintos campesinos y líderes sociales que apostaron por la paz y hoy en día están sacando la cara por sus municipios, pasando por fin la página de los secuestros, asesinatos y reclutamientos ilegales. 

Fueron dos directores, Andrés Lizarazo y Juan Pablo Pieschacón, los que asumieron el reto de sacar adelante este proyecto audiovisual. Ambos descubrieron lugares, personajes y momentos que argumentaron la importancia de la paz en distintos lugares de la provincia de Rionegro en Cundinamarca.

Lizarazo se encargó de los tres primeros capítulos en La Palma, San Cayetano, Paime y Topaipí, mientras que Pieschacón registró historias en Villagómez y Pacho, convirtiendo años de silencio en relatos.

El conflicto no hizo más que silenciar las voces del campo. Algo muy diferente se vivió en el documental; allí percibí esa necesidad de la gente por hablar y contar sus historias de vida donde no soportaban más estar callados. Solo por ese detalle, este documental vale la pena verlo.

Juan Pablo Pieschacón.

Tan cerca y tan lejos

 

Conoce a continuación de qué se tratan cada uno de los 5 capítulos y cuéntanos tu opinión en nuestras redes sociales.

 

 

La Palma y la paz cítrica

La Palma, Cundinamarca, a 150 kilómetros de Bogotá, es un municipio que fue golpeado fuertemente por el conflicto armado.

Buena parte de su población fue víctima de enfrentamientos entre paramilitares y miembros de las FARC, hecho que generó una ola de desplazamiento aterradora y que dejó secuelas que apenas ahora están luchando por sanar. 

 

 

Plaza central de La Palma

Estos sucesos provocaron en La Palma un problema generacional: “De 11.000 habitantes que viven allí, solo el 17% son jóvenes entre 15 y 24 años. De este porcentaje, la mitad migra a otras ciudades como Bogotá en busca de mejores oportunidades”, asegura la serie documental en su investigación. Aun así, todavía hay jóvenes que siguen creyendo en su territorio.

Entre ellos están Brismark y Jennifer Gómez, quienes quisieron confrontar las ideas de que el futuro está en Bogotá y que los jóvenes deben salirse de estudiar por trabajar en el campo junto a sus padres porque muchas veces no había para los útiles escolares.

Ambos personajes son víctimas del conflicto, quienes de forma revolucionaria y emprendedora decidieron volver a su hogar en el campo para comenzar de cero, aprovechando todos los beneficios que les da su propia tierra con cultivos de naranja, limón y cacao, entre otros frutos.

Así nació la idea de vender sus productos dentro y fuera del municipio a pesar de los retos que implica la producción y transporte de frutos, dificultad que en algún momento había llevado a otros campesinos a dejar perder los cultivos.

En el capítulo podrás descubrir cómo lograron sortear los problemas en el camino para crear su empresa sin dejar de estudiar, convirtiéndose así en líderes que motivan a los demás jóvenes del pueblo a apropiarse de tu territorio a través de la producción agrícola.

Tan cerca y tan lejos

Brismark Gómez y Jennifer Gómez haciendo empanadas

Música y libros al hombro por San Cayetano.

San Cayetano, a 142 kilómetros de Bogotá, es un municipio reubicado en 1999 debido a una falla geológica que, junto al golpe del conflicto armado en Colombia, terminó por fragmentar la identidad de sus habitantes.

 

 

Calles de San Cayetano

Hoy San Cayetano tiene más de 5.000 habitantes. Pese a la adversidad, algunos lugareños encontraron una respuesta para salir adelante.

Uno de los grandes antecedentes que arrastra la memoria del pueblo es la violencia bipartidista entre liberales y conservadores en los años 50, en la que por el color y la ideología se mataban entre sí.

Después, desde la década de los 80, fueron comunes los enfrentamientos entre el ejército, los paramilitares y la guerrilla, así que mientras algunos decidieron tomar un fusil y unirse, otros experimentaron el desplazamiento.

Tanta era la violencia en este lugar, que según relata Ligia Forero, bibliotecóloga de la Biblioteca Pública Municipal de San Cayetano y además una de las víctimas del conflicto, “era difícil salir de casa puesto que habían muertos en las calles, gente armada que podía hacerte daño y no podíamos salir a estudiar”.

Después con la llegada del proceso de paz y la solución al conflicto armado, las personas empezaron a volver, gracias a esta decisión de retornar se fundó la Escuela de Música de San Cayetano dirigida por Fabián Pachón, para quien “es una gran satisfacción ver como niños que antes no tenían nada que hacer y andaban vagando por ahí, ahora le encontraron sentido a la vida con la música y ahora pueden realizarse como personas”.

Otro personaje transformador que podrás conocer en este capítulo es Ligia Forero, una mujer que lleva la literatura a jóvenes del casco urbano y las veredas circundantes, encontrando en este ejercicio una oportunidad para rescatar costumbres culturales del pueblo y compartir lo fundamental que es la lectura.

Paz pasó por aquí, Paime y Topaipí que ya la vi

El abandono estatal en los municipios de Paime y Topaipí, en Cundinamarca, ocasionó su estancamiento económico y el asentamiento de grupos guerrilleros en sus territorios.

Sus pobladores quedaron en el olvido. Tras 50 años de violencia, las comunidades de Paime y Topaipí encontraron un camino hacia el autodescubrimiento.

 

Plaza central de Paime

Paime está a 126 km de Bogotá. Allí, durante los tiempos de álgido conflicto, la guerrilla y los paramilitares perseguían a los pobladores y campesinos, al punto en el que no podían salir en las noches ni llevar una vida tranquila.

Wendy Montaño, líder ambiental de Paime aseguró que en este territorio se vivió “ el epicentro de la violencia debido a la cercanía con otros territorios como Muzo y San Cayetano donde habían constantes enfrentamientos entre la guerrilla y los paramilitares”.

En la actualidad la gente está regresando; los colegios dieron apertura y las familias están retomando labores en las fincas donde en algún momento habían sido desplazados de forma violenta.

Este regreso trajo consigo un redescubrimiento y una luz de desarrollo a través del ecoturismo, la recuperación del arte rupestre de la cultura Muzo y el cuidado del medio ambiente.

 

Calles de Topaipí

Por otro lado en Topaipí, a 127 kilómetros de Bogotá, también se vivió el fenómeno del desplazamiento de forma sistemática. Las viviendas abandonadas y deterioradas por el paso del tiempo se volvieron recurrentes en el paisaje del pueblo.

Personas como Inírida Guerrero relatan las dificultades del conflicto: “En este municipio pudimos ver como los grupos armados tumbaron un helicóptero que traía dinero al banco; también vimos secuestros y asesinatos”.

Aún así, la mejor forma que encontraron los habitantes de este territorio fue la descontaminación, el reciclaje y la reutilización de materiales plásticos para tener un medio ambiente sano.

Esta iniciativa local ha ido de casa en casa enseñando a las personas la importancia de estos conceptos. Es más, con todos estos materiales que recogen, se han hecho parques para que los niños puedan jugar en los colegios de veredas aledañas.

 

 

Moliendo estigmas en el trapiche de Villagómez

Durante años la guerra creó fronteras imaginarias que dividieron y separaron a cientos de familias de la veredas Caipal, Mata de Ramo y Serrezuela en la provincia de Rionegro.

Pero más allá de las armas, el temor de hablar con extraños era común en estos lugares, pues no se sabía quién podía ser de la guerrilla o los paramilitares. Tras muchos muertos y desplazados, hoy estas comunidades decidieron reunirse en un lugar que rompe las fronteras generadas por la guerra.

 

 

Plaza central de Villagómez

Por ejemplo en la entrada a Villagómez, Cundinamarca, a 108 kilómetros de Bogotá, un mural extenso con una ilustración de Bolívar y la iglesia insignia le dan la bienvenida a todos los visitantes en una muestra artística de que la paz está reinando y que tanto las armas como el estigma han desaparecido de forma notable.

La problemática era dura. Cecilia Morales, una campesina que vive de la agricultura al igual que varios habitantes de la vereda El Caipal, donde abunda el cultivo de caña, café y la ganadería, señala que el estigma fue uno de los factores que más incidió en la guerra: “el conflicto fue bastante grave, muchas personas perdieron la vida; por ejemplo, si uno iba caminando y le preguntaban de dónde era, era difícil responder porque aquí todo era zona roja”.

Diana Vega, otra campesina de Villagómez, comentó lo difícil que fue vivir el conflicto: “Todos los grupos ilegales nos invitaban a vincularnos o participar de alguna forma indirecta, por eso nuestros padres siempre nos inculcaron irnos a la ciudad, porque aquí el futuro con estos grupos era para terminar muertos”.

panela

Procesamiento de panela en el trapiche

Entre tantos relatos tan aterradores, estos mismos campesinos vieron la necesidad de unirse y dejar los miedos para trabajar juntos en un trapiche comunitario para procesar la caña. A través de la asociación pudieron hacer mejoras para aumentar la productividad y consolidar el proyecto. De allí sacan numerosas unidades de panela y las venden en los pueblos.

Gracias a esta iniciativa, las personas de distintas veredas encontraron allí un punto de unión que no habían podido tener por culpa del conflicto armado. Es así como el trapiche les va endulzando la paz.

 

En Pacho, la paz a es a pedalazos

El conflicto armado en Colombia ha dejado más de 8 millones de víctimas en todo el país y Pacho, Cundinamarca, es uno de los sitios más afectados por esta ola de violencia.

En este municipio a 78 kilómetros de Bogotá se hace una competencia ciclística que se celebra cada año y que ha servido para curar el dolor sufrido en la época de la violencia.

 

 

Plaza central de Pacho, Cundinamarca.

Todo empezó con una afición de niño. Esneider Fernández, después de muchos golpes por la trocha de su vereda, empezó a encontrar en el ciclismo una oportunidad de recorrer su territorio. El ciclismo también significa todo en la vida para Fabián Fernández, pues para él: “es una de las formas más sanas, hacer amigos, entrenar y lograr una disciplina para evitar las cosas malas que ofrece la sociedad”.

Para este par de hermanos, tan simbólico es el ciclismo en esta región que muchos lo utilizan para desahogarse, olvidarse de las cosas malas y sobre todo dejar atrás las huellas del conflicto armado. El seguir trabajando como campesinos en los cultivos tampoco es un límite para hallar el momento de montarse en el caballito de acero.

Ahora eso es lo único problemático, antes era un reto para la vida misma, teniendo en cuenta que habían grupos al margen de la ley que intimidaban constantemente con reclutamientos forzosos a los residentes de las veredas, algo que en bicicleta era más fácil de hacer.

tan cerca y tan lejos

Esneider Fernández y Fabián Fernández 

Entre estas primeras competencias participó Samuel Cabrera, una gloria del ciclismo colombiano que catapultó su disciplina en las pedregosas carreteras de Pacho, Cundinamarca.

Gracias a su participación, las carreras incrementaron en número de participantes a más de 120 personas en más de 8 categorías. De esta manera, Pacho se transformó a punta de pedalazos y la violencia no es más que un recuerdo que pocos quieren volver a mencionar.