El capital domina el mundo y eso quiere decir que para todo se necesita el dinero. Transacciones de cualquier tipo, como comprar o vender un producto o un servicio, lo requieren. Es por eso que, cuando alguien tiene ideas, necesita algo con urgencia o sencillamente tiene algo que ofrecer pero no hay nadie que ofrezca dinero a cambio, el sistema falla y empiezan a verse limitaciones.
Precisamente, este mes en Señal Colombia estará Capital C, un documental que analiza y explora las posibilidades del crowdfunding o financiación colectiva, una forma de financiación mancomunada para todo tipo de iniciativas que normalmente se hacen a través de internet.
Este modelo se realiza a través de donaciones económicas o de insumos con el fin de reunir los medios para llevar a cabo un proyecto a cambio de recompensas o por simple altruismo.
Los realizadores de la película están tan convencidos de ese modelo que Capital C fue totalmente financiada colectivamente a través de una campaña en la página Kickstarter.com, una de tantas páginas que ayudan a quienes quieren hacer un proyecto con financiación colectiva.
Para la realización de este documental los directores Jørg Kundinger y Timon Birkhofer convencieron a 586 personas que, en total, donaron US$84.298 con los que grabaron de principio a fin el largometraje.
Eso significa que, al menos en principio, ninguno de los dos tuvo que sacar un solo centavo de sus bolsillos para hacer Capital C, sino que fueron casi 600 donantes los que de forma desinteresada –o por lo menos no a cambio de dinero– financiaron el proyecto.
Desde luego, para llevar a cabo Capital C se necesitó dinero, por cuenta de todo lo que cuesta hacer una película: contratar personal para las grabaciones y pagar los gastos de transportes, alimentación, etc., pero normalmente para conseguir ese capital alguien pone el dinero a cambio de más dinero; es decir, el dinero siempre aparece como una inversión de la que se espera alguna rentabilidad.
Sorprendentemente el crowdfunding no es la única forma de moverse y ejecutar proyectos con poco o nada de dinero.
En la última década los ciudadanos que no cuentan con fondos para realizar sus proyectos o para conseguir bienes y servicios han empezado a darse cuenta de que, tal vez, si se hacen las cosas bien, se puede vivir –al menos parcialmente– sin dinero, o con mucho menos de lo que pensamos.
El poder de este movimiento es tal que, según afirmó la Revista Semana en el artículo La economía colaborativa, a pasos agigantados, para 2025 estas colaboraciones moverán 235.000 millones de dólares en el mundo.
¿Qué son las economías colaborativas?
“Internet y las nuevas tecnologías han impulsado modelos de consumo alternativo en los últimos años. La relación entre quien ofrece un producto y quien tiene una necesidad concreta está cambiando de manera significativa. Uno de los modelos que más adeptos gana día tras día es la economía colaborativa, el cual se basa en prestar, alquilar, comprar o vender productos en función de necesidades específicas y no tanto en beneficios económicos. De hecho, en este sistema es posible que el dinero no sea el único valor de cambio para las transacciones”, explicó en su blog Marc Barà, director de la maestría en administración de proyectos de la EAE Business School.
Las economías colaborativas, como su nombre lo indican, son un modelo centrado en la colaboración y la ayuda mutua, de forma tal que el intercambio de valor no sea necesariamente el dinero.
De acuerdo con Barà, en la actualidad casi todos los sectores de la economía ya cuentan con negocios colaborativos pese a su reciente popularización en 2010, aunque todavía es temprano para decir si este sistema tendrá un alcance global o sólo parcial.
Lo que sí sabemos es que, ante el despiadado capitalismo salvaje en el que parece que vivimos, los ciudadanos han comprendido que la plata es tan útil como innecesaria en algunos casos, y se puede aprender a vivir al menos parcialmente sin ella.
¿Qué ejemplos encontramos en las economías colaborativas?
Ejemplos hay bastantes en la actualidad, unos más famosos que otros y unos con mejor fama dependiendo de cómo se han desarrollado.
Uno de ellos es el CouchSurfing, en el que una persona ofrece alojamiento a turistas o personas que lo necesitan por una determinada cantidad de tiempo a cambio de algún servicio, como por ejemplo clases de algún idioma, de realización audiovisual o de manejos financieros.
También podemos citar a Meedley, plataforma digital en la que los usuarios pueden enlistar artículos que no utilicen para que los miembros de la comunidad puedan probarlos y, si tuvieron una experiencia satisfactoria, comprarlos.
De la misma forma ofrece un espacio para que sus usuarios intercambien bienes directamente sin la necesidad de una transacción monetaria.
Video: La youtuber Sara explica las ventajas y desventajas de Couchsurfing.
También podemos recordar Camp in my garden (Acampa en mi jardín), que provee servicio de alquiler de patios traseros privados para que gente de todo el mundo pueda acampar cuando viajan. Desde luego, no se trata de cualquier patio trasero; en su gran mayoría se trata de propiedades extensas en áreas alejadas de la ciudad.
Otro ejemplo, esta vez relacionado con la gastronomía es Bonappetour, una comunidad con anfitriones y comensales interesados en llegar a la buena comida sin necesidad de montar un restaurante o tener que hacer reservas con meses de anticipación.
Los primeros son personas con experticia en la cocina (aunque no necesariamente profesionales) que ofrecen sus comedores a personas que quieren experimentar comida casera de primera mano. Los segundos sólo deben escoger el lugar en dónde quieren comer, una fecha y hacer hacer el pago en línea.
Otro ejemplo famoso es la aplicación Airbnb que provee servicios de alojamiento en casas familiares o incluso de propiedades enteras sin intermediarios entre quien quiere tomar el alojamiento y los dueños.
¿Qué implica entrar en las economías colaborativas?
Como se puede ver en los ejemplos, la mayoría de las iniciativas buscan eliminar los intermediarios que, entre impuestos y cobro de servicios especializados, hacen todo bastante más costoso, especialmente cuando se trata de ofrecer servicios.
La relación entre quien ofrece un producto y quien tiene una necesidad concreta está cambiando de manera significativa. Uno de los modelos que más adeptos gana día tras día es la economía colaborativa, el cual se basa en prestar, alquilar, comprar o vender productos en función de necesidades específicas y no tanto en beneficios económicos.
Marc Barà, director de la maestría en administración de proyectos de la EAE Business School
Por ejemplo, mientras hace 20 años era casi imposible llegar a un lugar desconocido como turista con poco dinero por el coste de los hoteles, hoy a través de aplicaciones como Airbnb o CouchSurfing no se necesita ahorrar tanto tiempo para darse un paseo.
Todo eso siempre y cuando exista algún tipo de colaboración o intercambio entre quienes se relacionan a través de las economías colaborativas.
Video: Youtuber del canal Video Marketing Viral explica qué es y cómo funciona Airbnb.
De la misma forma, Bonappetour, por ejemplo, permite que quienes saben cocinar y les interesa hacer algo de dinero adicional o conseguir alguna cosa en particular no tengan que montar un restaurante con todo lo que eso conlleva: desde el alquiler de un local, la contratación de personal, los controles del estado etc., sino que pueden usar su cocina para invitar a otros comelones con el mismo interés por la gastronomía.
Así, según explicó Barà, se obtienen beneficios como mejores precios (ahorro) o incluso valores simbólicos como desarrollo sostenible por la reutilización de productos que aún tienen tiempo de vida y mayor oferta de bienes y servicios en el mercado pues ya no depende de los grandes comerciantes.
Además, surgen beneficios medioambientales de menores consumos que normalmente están relacionados con las formas de mercado tradicionales, como el gasto del agua, la huella de carbono, etc.
Esto no significa eliminar el uso de los servicios tradicionales, sino que son una mano amiga para reducir costos en caso de que no sea posible acceder a los más tradicionales, como las grandes tiendas, los hoteles o los restaurantes.
La diferencia de la calidad de los servicios, por tanto, es un factor importante porque se trata de iniciativas colaborativas y no de servicios ofrecidos por grandes capitales que cobran a cambio de calidad.
Como su propio nombre lo indica, es un modelo centrado en la colaboración y la ayuda mutua.
Marc Barà, director de la maestría en administración de proyectos de la EAE Business School.
Tipos de economías colaborativas
Pero no todo se reduce a servicios más baratos o por intercambios sin intermediación del dinero y, como bien explica el experto del EAE Business School, hay varios tipos de economías colaborativas:
- Consumo colaborativo: este tipo de consumo depende de plataformas digitales a través de las cuales los usuarios se ponen en contacto para intercambiar bienes o artículos, muchas veces de forma gratuita y altruista.
- Conocimiento abierto: son redes de interacción digital que promueven la difusión de proyectos o servicios de todo tipo, pero con la diferencia de que lo que se promueve también surgió bajo este modelo.
- Finanzas colaborativas: Se trata de microcréditos, préstamos, ahorros, donaciones o vías de financiación en el que los usuarios se ponen en contacto para satisfacer necesidades en cualquiera de estos aspectos. El mejor ejemplo es el tema del que trata Capital C: la financiación colectiva.