Matachines danzando en la Semana Santa de Yurumanguí
Imagen del documental Matachindé (2014).
10 / 07 / 2018

Las culturas que hibridaron para la celebración del Matachindé


Por David Jáuregui Sarmiento
David Jáuregui Sarmiento
10 / 07 / 2018
Matachines danzando en la Semana Santa de Yurumanguí
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'Matachindé'
Martes 25 de junio, 7:00 p. m.
Jueves 27 de junio, 8:30 p. m.

Una de las grandes características de la diversidad es que, precisamente, las culturas no son impermeables al contacto con otras tradiciones y, con el tiempo, algo se terminan llevando para sí mismas de las demás. El documental 'Matachindé', que estará en la pantalla de Señal Colombia, muestra cómo en una comunidad afro del Pacífico colombiano se presenta este fenómeno cultural.

'Matachindé', dirigido por el realizador caleño Víctor Palacio, narra cómo en la vereda de Juntas de Yurumanguí -que cuenta con autonomía religiosa- durante la celebración de la Semana Santa los habitantes de la vereda realizan una variación propia de la celebración de la semana mayor. En sus celebraciones cobran vida los matachines, que luego de un proceso de apropiación y arraigo se convirtieron en los representantes de las celebraciones espirituales de la comunidad.

La celebración de la semana santa, autogestionada por los habitantes de Yurumanguí, hace una representación de los soldados fariseos que colaboraron con la muerte de Jesucristo, como Tiberio, Julio César o el apóstol Judas. Los matachines son hombres y mujeres que se visten con hojas de colino y, una vez se hace la celebración, empuñan el látigo y arman su tienda frente a la iglesia para reivindicar con el ritual su identidad palenquera.

El documental, que narra desde cómo se vive la semana santa en la Junta de Yurumanguí, con las similitudes de la tradición católica como el reposo obligatorio en días santos o el mito de que bañarse desencadena una inevitable transformación en pescado o sirena, hasta sus diferencias en el orden de los rezos y la gestión de quien dirige la celebración pero lo hace por fe y porque tiene la palabra para su comunidad y no un sacerdote en el sentido tradicional de la palabra, permiten ver el sincretismo de la comunidad, una forma de mantener vivas sus raíces y, a la vez, de reafirmarse en una fe que se comparte con casi el 95% de la población colombiana: el catolicismo y el cristianismo.

 

 

En el caso particular de esta población vemos su sincretismo religioso, un proceso de hibridación de distintas doctrinas como consecuencia de un intercambio cultural. El purismo, el dogmatismo y la ortodoxia, cuando se trata de estas hibridaciones, pierden brillo frente a estos encuentros de culturas, dando más fuerza a conceptos como "pluriétnico", "multicultural" o "hetereogeneidad".

Pero, ¿qué significan las hibridaciones culturales y qué tienen que ver con nosotros?

El argentino Néstor García Canclini, uno de los antropólogos y críticos de la cultura más destacados de Latinoamérica, ha señalado en numerosos textos que la hibridación sociocultural no es una simple mezcla de estructuras o prácticas sociales puras que existían en forma separada y que, al combinarse, generan nuevas estructuras y nuevas prácticas. De acuerdo con el estudioso, a veces esto ocurre de modo no planeado, o es el resultado imprevisto de procesos migratorios, turísticos o de intercambio económico, por ejemplo.

“A veces los grupos subalternos recurren a técnicas o procedimientos políticos tradicionales, incorporan de un modo híbrido o atípico lo moderno, como estrategias de sobrevivencia frente a las políticas económicas y culturales que los perjudican. Pero las fórmulas mixtas surgen también de protestas y negociaciones, por lo cual la modernización, la actual globalización —y en general toda política hegemónica- no pueden ser entendidas solo como imposición de los fuertes sobre los débiles”, explicó Canclini en el texto Culturas Híbridas y Estrategias Comunicacionales.

Este proceso, continúa el estudioso, normalmente se entiende como una suerte de resistencia de parte de una comunidad a hacer a un lado sus raíces producto de la imposición cultural durante el proceso de colonización; pero, afirma el autor, en la actualidad no podría verse de esta manera, pues nuestros países no son colonias desde poco más de dos siglos.

Contrario a esto, para Canclini se trata de una negociación, una escena de disputa frente a la modernidad. “En el contexto de la modernidad-mundo actual aun los amplios sectores perjudicados por la reciente reestructuración neoconservadora interactúan hibridando lo hegemónico y lo popular, lo local, lo nacional y lo transnacional”, explicó Canclini.

 

En otras palabras, para este momento la resistencia de la que dan cuenta los personajes del documental a partir del sincretismo religioso no sería tanto resistencia sino un desafío al antagonismo entre lo privado y lo público, entre el pasado y el presente, así como un reconocimiento de los complejos entrelazamientos que ocurren cuando una comunidad como la de la Junta de Yurumanguí se sitúa en el medio, en las fronteras porosas de los cruces.

De esta manera, al menos para la antropología latinoamericana, el rito de los matachines en la comunidad retratada en el documental no será tanto una resistencia sino una reafirmación de sus raíces, pero en forma de una fe híbrida, con elementos palenqueros, del cristianismo occidental e incluso propio, porque como se puede ver en la película, la población tiene independencia de la iglesia católica oficial, aunque conserva muchas de sus características.

Los matachines de Yurumanguí

El Matachín o Manacillo son aires musicales ancestrales (clic para escuchar) de las poblaciones asentadas en la ribera del río Yurumanguí, en Buenaventura, y en su canto y celebración con baile y vestimenta particulares hacen parte de la interpretación de la semana santa que hacen los habitantes de Yurumanguí.

 

Sin embargo, no sobra recordar que los matachines también se ven en otras culturas, como en México o incluso Colombia, y responden a un baile de guerreros con atavíos de plumas para representar diferentes sucesos de la historia.

Esta práctica, en el país, es una danza guerrera practicada por los pijaos, una etnia caribe colombiana, como preparativo previo a una acción de guerra en el que se organizaban con atavíos de plumas, escudo y armas. En Cauca, por ejemplo, se celebra la fiesta de los Matachines de Guapi y también se celebra en una fecha religiosa: el 28 de diciembre, día de los santos inocentes.

También se sabe que esta forma baile se daba en algunas culturas amerindias (aborígenes de Estados Unidos).

Así, la presencia de la percusión africana, los atavíos con hojas de Colino y armados con látigo, sumada a la fiesta de la semana mayor del cristianismo hacen de esta particular celebración un rito único que rastrea no solamente sus raíces africanas, sino también otras de la época colonial y las civilizaciones precoloniales que habitaron el territorio sumadas a su profunda fe por el dios cristiano.

A los ojos del antropólogo Canclini, esto sería el resultado de una negociación entre muchas influencias y una reapropiación que es única y que a menos que un colombiano vaya a pasar semana santa en la Junta a orillas del río Yurumanguí, solamente podrá conocerla a profundidad viendo el documental Matachindé (2014).