Cuatro razones por las que Bogotá no tiene fiesta patronal
14 / 10 / 2015

Cuatro razones por las que Bogotá no tiene fiesta patronal


Por Sherly Montaguth Gonzalez
Sherly Montaguth Gonzalez
14 / 10 / 2015

Por: Santiago Rivas

Bogotá, a diferencia del resto del país, carece de una feria, fiesta principal, celebración de algún santo, carnaval o cualquiera de las muchas celebraciones que, en cambio, dominan el calendario cultural colombiano. Claro, existe el Festival de Verano, así como los festivales al parque, las muestras documentales, los eventos de literatura, el mes del arte (cada vez más corto y más caro) y un sinnúmero de eventos que hacen de Bogotá una ciudad muy interesante a nivel cultural; pero no es lo mismo, ni estamos hablando de eso.

Cuando se posesionó como alcalde, Lucho Garzón quiso crear el carnaval de Bogotá como una manera de -a través de la fiesta- unirnos a los bogotanos, que vivimos siempre tan fragmentados. La idea no prosperó en una festividad de la cual nos hayamos apropiado ni nos sintamos parte, y tal parece que eso no va a pasar. Incluso valdría preguntarse en términos muy bogotanos: “¿ya pa’ qué?”. Sin embargo, vale la pena también encontrar las razones por las cuales en Bogotá nunca cuajó una fiesta central del calendario, a ver si de esa manera entendemos un poco más a nuestra querida capital, agobiada y doliente.

 

1. Arribismo, clasismo y racismo

La primera es la de siempre porque este país, lastimosamente, está configurado en torno a unos imaginarios completamente ajenos a la realidad. Bogotá fue durante muchos años la reina del arribismo nacional, gracias en parte a ese delirio de los capitalinos de creerse europeos; a veces Atenas, a veces Londres, a veces París, pero nunca Bogotá. Si le sumamos a ese arribismo sus dos defectos tutelares, el racismo y el clasismo, tenemos una razón gigantesca para no tener una fiesta patronal, muchos menos un carnaval, pues se trata de celebraciones en las que todos somos iguales y salimos a la calle juntos, libres de disfraces. Ese pudor, tan clásico de los cachacos, esconde un clasismo y un racismo que solo ha sido posible eliminar gracias a la llegada de tanta gente de otras regiones. Bogotá no es la ciudad más racista o clasista del país, pero sí es el punto de origen de esos males que hoy nos definen, aunque se hayan reducido con el tiempo.

 

2. Crecimiento desordenado de la ciudad

Bogotá es una ciudad demasiado grande, pero no es solo eso, porque ciudades más grandes tienen carnavales y fiestas famosas, con desfiles y baile y toda la parafernalia. El problema de Bogotá es que está surcada por fronteras invisibles, que se derivan del mismo clasismo del que hablaba antes. La percepción de que estamos cruzando permanentemente fronteras que separan lo que es seguro de lo que no es, el sitio en donde nos roban del sitio en el que no, hace muy difícil configurar una identidad ciudadana que nos permita celebrar el uno al lado del otro.

3. Estrés general

La forma en que Bogotá ha ido creciendo hasta convertirse en una ciudad moderna, posmoderna e hipermoderna, ha convertido a nuestra capital, mi ciudad, en el núcleo de estrés más grande que tiene Colombia. Si desde hace años se nos acusa a los rolos de ser fríos, antipáticos y distantes, ahora más que nunca nos ganamos ese título, porque a pesar de ser esta una ciudad hospitalaria, diseñada en su naturaleza para recibir a los visitantes de toda Colombia y el resto del mundo, también es cierto que vivimos ahora en un estado de permanente alerta y neurosis que nos hace muy difícil la idea de salir a la calle a descualquierarnos con los mismos orates que, asumimos, mañana estarán colándose de nuevo en Transmilenio.

 

4. Falta de una figura que convoque

Pese a que tenemos muy claras las devociones principales y las figuras dominantes del santoral cachaco, como lo son la Virgen de Chiquinquirá, el Sagrado Corazón (un poco godo para mi gusto, pero qué le hacemos), nuestra patrona Santa Isabel de Hungría (y dele con Europa) y nuestro siempre bienquerido Divino Niño del 20 de Julio, no existe una sola que nos invite a ponernos la ciudad de ruana. Son figuras que todos reconocemos y por las cuales celebramos, pero una fiesta patronal requiere de una costumbre bien arraigada, que ya no existe, ni existirá. Ahora que somos un estado laico, en el que el número de cristianos evangélicos, ateos y muchas otras manifestaciones religiosas empiezan a proliferar libremente, proponer la imposición de una celebración de origen católica para toda la ciudad, por sincrética que esta sea, sería un error rechazado por la gran mayoría.

De manera que ese barco ya zarpó, y Bogotá tal vez no tenga nunca una fiesta patronal, ni un carnaval. Valdría la pena, sin embargo, ahondar en estos defectos endémicos de nuestra vida como bogotanos para que -aunque no vayamos a tener una celebración de todos los bogotanos- podamos sí derribar los muros invisibles que nos dividen y ser menos clasistas, arribistas y racistas.

Si pudiéramos lograr superar estos defectos inútiles y en cambio hacer de Bogotá una ciudad menos neurótica, ya tendríamos bastantes motivos para celebrar, cada uno en su barrio.