Foto: AFP
La caída del Muro de Berlín y la necesidad de pensar nuevos mundos posibles
16 / 11 / 2025

La caída del Muro de Berlín y la necesidad de pensar nuevos mundos posibles


Por Linda Cárdenas
Linda Cárdenas
16 / 11 / 2025
Foto: AFP
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El 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín. No fue solo la caída de una pared: fue la clausura simbólica de una disputa por el sentido del mundo; el momento propicio para que el filósofo norteamericano de origen japonés Francis Fukuyama anunciara que, en el estado liberal y la economía de mercado, la Historia había encontrado el fin de sus días, llegado a su fin. Para los países del Sur Global, la existencia de la Unión Soviética —aún con todas sus contradicciones— representaba una posibilidad histórica o, al menos, un contrapeso a la hegemonía de la potencia imperialista por excelencia, los EE.UU. ; La URSS encarnó durante sus primeras décadas, en el imaginario global, la idea de que la humanidad podía organizarse bajo otras lógicas. Su caída dejó al planeta sin contrapeso y al Sur sin alternativa. Dejó la brújula descompuesta. Se perdió el horizonte estratégico del cambio.  

Good Bye, Lenin! retrata con ironía esa transformación. En la película, una madre que cree que el socialismo sigue en pie simboliza el intento desesperado de conservar una utopía que el mundo decidió enterrar. Su hijo reconstruye para ella una Alemania que ya no existe, mientras afuera avanza la invasión de los supermercados, la publicidad y la lógica del consumo. Aquella historia resume lo que le ocurrió al mundo entero: el capitalismo no solo ganó una guerra política, ganó la batalla cultural. Convirtió su forma de vida en la medida de todas las cosas. 

Desde entonces, los países del Sur fueron disciplinados bajo un único lenguaje: el del mercado. Los organismos internacionales impusieron recetas, los tratados de libre comercio se volvieron dogma, y la palabra “desarrollo” pasó a significar obediencia. En América Latina hubo resistencias: el alzamiento de las comunidades zapatistas en el sur de méxico, fuertes rebeliones de los pueblos a lo largo de todo el continente, incluso experiencias de gobiernos nacionalistas o progresistas que buscaron poner en pie un nuevo paradigma. Sin embargo, la “modernización” neoliberal avanzó, se tradujo en privatización, deuda y extractivismo. Se destruyó la diversidad de caminos posibles y se instauró la idea de que solo hay uno. 1989 no fue el fin de la historia, pero para amplios sectores de la humanidad fue el inicio de la resignación. 

Boicot, la banda española, en “Korsakov” denuncia, con furia punk, lo que quedó tras el derrumbe: 

“Ya cayó el telón de acero, y derribamos el muro de Berlín… y ahora todos juntos como hermanos vamos de la mano a comer en un Kutre King.”  

Esa imagen satírica traduce lo que Good Bye, Lenin! retrata: no solo la caída física del muro, sino la victoria cultural del mercado y la transformación de la resistencia en consumo. Mientras celebramos la demolición del bloque soviético, la letra señala que lo que se impuso fue otro tipo de dominación —la del capital global—, y que para los pueblos del Sur ese cambio significó menos emancipación que libertad. A la caída del Muro de Berlín, continuó la imposición del neoliberalismo, los ajustes económicos, las crisis para salvar a los bancos a costa de asfixiar a las mayorías.  

El régimen soviético perpetró atrocidades —represión política, gulags, hambrunas, invasiones y censura— y no puede defenderse como bloque, pero su mera existencia funcionó para el Sur global como contrapeso ideológico y horizonte de posibilidad: abrió márgenes de negociación frente a las potencias occidentales, nutrió la imaginación de proyectos anticoloniales y no alineados, y sostuvo la idea —crucial— de que la organización social podía seguir otras reglas que las del capital. Aleccionó también sobre como NO hacer procesos revolucionarios o de cambio, para no resultar en en aquellas derivas indeseadas.  

Más de treinta años después, Gustavo Petro se atreve a recuperar la pregunta que el neoliberalismo declaró imposible: ¿Podemos volver a imaginar otro orden mundial? Sus discursos —tan criticados por quienes confunden audacia con delirio— retoman la senda “nuestroamericana” y reabren un debate que el Norte pretendió cerrar hace tres décadas. Cuando denuncia que la crisis climática no se resolverá bajo las reglas del capital, o cuando propone una alianza latinoamericana para disputar el poder global, no está apelando a la nostalgia: está recuperando la capacidad de pensar políticamente el mundo. 

Petro no habla solo del presente; habla de futuro. Plantea que la humanidad no puede salvarse dentro de las mismas estructuras que la están destruyendo. Su voz, en un escenario internacional saturado de tecnócratas, incomoda porque recuerda que el Sur también puede nombrar el destino. 

Pero imaginar otro orden no basta. Hay que construirlo: con soberanía intelectual, con educación crítica, con instituciones que piensen más allá de la rentabilidad. El nuevo muro que hay que derribar no es de concreto: es el de la obediencia, el que nos hace creer que no hay alternativa. 

1989 derribó un muro, pero levantó otro: el del capitalismo sin oposición. Good Bye, Lenin! mostró el fin de una utopía; Petro intenta abrir el comienzo de otra. Porque el Sur global no busca revancha, busca voz. Y en esa voz —todavía débil, pero insistente— puede volver a comenzar la historia. 

Hoy, el mundo unipolar de “amor y paz” prometido por los economistas neoliberales está lejos de ser tal: asistimos a un nuevo genocidio en Palestina cometido por el Estado de Israel y avalado por el silencio cómplice de las principales potencias; vemos cómo un presidente ultraderechista en Estados Unidos se comporta como un niño malo de escuela, aplastando según su capricho y parecer. Urge profundizar la construcción de horizontes estratégicos de humanidad que inspiren y orienten la acción política colectiva. El Plan de Gobierno Potencial Mundial de la Vida así lo ha sido. Y debe concurrir con la permanente generación de ideas.  

Que recordar la Caída del Muro de Berlín sea oportunidad siempre para retomar y reimpulsar la tarea de construir mundos nuevos. Aún en los tiempos de las peores crisis.