Formas ridículas de perder en el deporte
13 / 11 / 2015

Formas ridículas de perder en el deporte


Por
13 / 11 / 2015

Por Santiago Rivas

Estamos en Juegos Nacionales y dentro de las muchas cosas que pensamos para comunicarnos con ustedes, con el objetivo (siempre noble, claro) de que conozcan la programación de Señal Colombia, decidimos hablar sobre esos momentos tristes en los que llega la derrota, pero no de cualquier manera. Pensamos en hablarles sobre esos momentos que se hicieron famosos porque, gracias a un error, una falla de cálculo o cualquier ingrediente nimio, ridículo, alguien había perdido una competencia

El deporte no es solo de los ganadores, como todos sabemos. Bueno, al menos los hinchas de Santa Fe, como yo, lo sabemos de memoria. Empiezo por Santa Fe, de hecho, porque a pesar de ser ahora un equipo de tan buenas campañas, hubo un momento en que sufríamos hasta perder, de formas a veces inexplicables, en el último minuto. Ese último minuto también nos ayudó en varias ocasiones, pero jamás en instancias definitivas. Basta recordar la final de la Conmebol contra Lanús en el 96, o ese gol fatídico de Wilder Medina que nos sacó en el minuto ’86 de la final de la liga en el 2010. No somos los únicos, no en vano se habla del “Deportivo Casi” o de su rival, el América, que perdió 5 finales de Copa Libertadores, una de ellas en un tercer partido, siendo que años después habrían ganado por diferencia de goles. Resulta tan triste, tan ridículo, que ellos se lo atribuyen a una maldición, explicación esta que no mejora las cosas.

Podríamos recordar también el estrepitoso 9-0 que nuestra selección se comió en Londrina, en el preolímpico sub-23 del año 2000, y de la narración que hizo historia, en la que todos, confiados en cabina, daban a Colombia por clasificado. Luego nos enteramos de que el DT de esa selección hacía a los muchachos dormir con el uniforme y hasta los guayos puestos “para que sintieran la camiseta”. Perder de maneras ridículas es fácil, si uno se lo propone.

Pero la idea es hablar de otros deportes aparte del fútbol, que ya es un lugar común. Además, existen varios ejemplos. Gracias a Nicolás Samper y Federico Arango, logré reunir algunos de los más significativos. Para empezar, está Mauricio Ardila, que perdió la etapa 13 de la Vuelta a España 2005 por celebrar al cruzar la línea equivocada. Al final, fue Samuel Sánchez quien se llevó la etapa, y nos quedamos viendo un chispero. Podemos hablar también de Álex Cuajavante, que en un mundial de patinaje empezó a celebrar sin haber cruzado la meta, solo para ser sobrepasado por un coreano, que no dio la lucha por perdida.

Podríamos hablar también de derrotas inexplicables, como la de Alejandro Falla, que teniendo a Roger Federer a un golpe de gracia, supo perder uno de los mejores partidos que se ha jugado en la vida. Tal vez el ejemplo que tenemos más fresco en la memoria es el de Rigoberto Urán, que llegó en segundo lugar en Londres 2012, en la prueba de ciclismo de ruta. Esta tal vez no es una derrota ridícula, pero Rigo sabe bien que pudo haber ganado el oro. Su error no fue celebrar antes de tiempo, sino mirar para atrás buscando a su competidor directo, lo que, paradójicamente, le hizo perder su ubicación y el impulso que llevaba.

Pensándolo con detenimiento, existe, salvo en el caso de Rigoberto —yo siempre asumo lo mejor cuando se trata de él—, un patrón en todas estas derrotas. Cuando no se trata de la mala suerte de algunos competidores, suele ser la confianza la que nos mata a un centímetro de la ansiada meta. Puede que sea la de los competidores, o la del ambiente en general. Desde las campañas publicitarias hasta los comentaristas que, llenos de triunfalismo, le vierten toda la sal de Nemocón encima a nuestros deportistas, esperando vender más productos, o ganar rating, o simplemente responder a la ansiedad nacional, porque a final de cuentas es esa ansiedad la que produce al mismo tiempo el triunfalismo y el traspié. 

Una medalla de plata no es necesariamente una derrota, ni lo es un tercer lugar en una etapa, salvo cuando nos damos por ganadores y empezamos a celebrarla sin haber cruzado la línea. Lo que resulta ridículo de estas circunstancias, que por supuesto le pasan a cualquiera y en las cuales vale la pena ahondar solamente para aprender de ellas, es precisamente que se trata del momento en que traicionamos uno de los ideales deportivos, de competir hasta el final. No en vano se dice que cada uno de nosotros es su propio peor enemigo.