11 de septiembre de 2001, una fecha que quedó grabada en la memoria colectiva de la humanidad. El atentado contra las Torres Gemelas en Nueva York no solo significó la pérdida de casi 3.000 vidas inocentes y el dolor de miles de familias, sino que también desató una ola de transformaciones culturales, políticas y sociales que marcaron el inicio del siglo XXI. Entre esas consecuencias se encuentra la islamofobia, un fenómeno que creció con fuerza en Occidente y que ha afectado profundamente la vida de millones de musulmanes alrededor del mundo.

11 de septiembre: del horror al miedo colectivo
El impacto de los atentados fue inmediato y devastador. Estados Unidos, herido en el corazón de su poder económico y simbólico, respondió con políticas de seguridad extremas y con una narrativa de guerra contra el terrorismo. En este contexto, se instaló en la opinión pública un clima de paranoia que, de manera injusta, terminó por asociar a todo el mundo árabe e islámico con la violencia y el extremismo.
Este miedo se tradujo en restricciones migratorias, estigmatización en aeropuertos, discriminación laboral y agresiones racistas contra personas musulmanas o aquellas que, por su apariencia, fueron identificadas como tales. La vida cotidiana de comunidades enteras se vio marcada por la sospecha y la desconfianza.
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Hollywood y el nacimiento del “villano árabe”
Una de las manifestaciones más claras de esta islamofobia cultural se dio en Hollywood. Tras el 11 de septiembre, las grandes producciones cinematográficas comenzaron a reproducir con mayor fuerza la imagen del árabe o musulmán como “villano”. Películas y series multiplicaron los estereotipos: terroristas despiadados, hombres violentos, mujeres sumisas. El cine de acción estadounidense convirtió al Medio Oriente en el escenario predilecto del enemigo, alimentando la idea de que la cultura islámica representaba una amenaza para Occidente.
Esta tergiversación del imaginario árabe no solo redujo la riqueza cultural, espiritual y humana de millones de personas, sino que también reforzó prejuicios y legitimó prácticas discriminatorias en la vida real.

El costo humano de la islamofobia
El 11 de septiembre significó dolor para las víctimas del atentado, pero también abrió una herida profunda para las comunidades musulmanas. Desde agresiones físicas en Estados Unidos y Europa hasta masacres y persecuciones en distintas partes del mundo, el pueblo islámico ha enfrentado una ola de xenofobia que no distingue entre culpables e inocentes.
Los discursos políticos, reforzados por la cultura popular y los medios de comunicación, terminaron por crear un enemigo imaginario que justificó guerras, invasiones y desplazamientos forzados. Millones de personas inocentes pagaron el precio de una narrativa que confundió religión con terrorismo, cultura con amenaza.
Recordar sin olvidar el respeto
Hablar del 11 de septiembre exige reconocer el horror del atentado y rendir homenaje a las víctimas que perdieron la vida ese día. El terrorismo, en todas sus formas, constituye una afrenta contra la humanidad y contra el derecho fundamental a vivir en paz.
Pero también exige reflexionar sobre cómo, en nombre de la seguridad, se levantaron muros de prejuicio que siguen marcando a generaciones enteras de musulmanes. La memoria del 11-S no puede ser excusa para perpetuar el racismo ni para borrar la riqueza cultural de un pueblo injustamente señalado.
El desafío, 24 años después, es construir un relato más justo: uno que honre a las víctimas, pero que también combata la islamofobia y devuelva dignidad a las comunidades árabes e islámicas que, al igual que el resto de la humanidad, han sufrido las consecuencias de la violencia y el odio.