El narcotráfico y la guerra contra las drogas han servido de argumento y de hilo narrativo para la producción de películas y de series televisivas de todos los talantes. Scarface; Escobar: Paradise Lost; Loving Pablo; Breaking Bad y otras. Algunas exponen la crudeza del tráfico de drogas, otras exaltan al ‘gran héroe norteamericano’ y están también las que sencillamente son reconocidas por su agudeza y calidad cinematográfica.
A propósito del contundente discurso pronunciado por el Presidente Gustavo Petro en la octogésima Asamblea General de las Naciones Unidas, evidenciamos la forma en que el cine y la producción de series para TV se convierten en dispositivos de exposición del fracaso de la guerra contra las drogas. En concreto, sobre los contextos de emergencia social que esta produce: la epidemia de consumo de fentanilo en los EE.UU. y la guerra declarada contra los lancheros en América Latina.
El fentanilo como premisa audiovisual de la realidad estadounidense
Agentes de la DEA que intentan detener el tráfico de fentanilo, madres consumidoras, profesores involucrados en la producción de opioides y una epidemia que aumentó progresivamente (Crisis, 2021). Una empresa (Purdue Pharma) involucrada en la comercialización de opioides recetados y el efecto de adicción crítica que esto creó en los EEUU (Dopesick, 2021). El auge del OxyContin y su lugar como puerta de entrada para el abuso de opioides más potentes como el fentanilo (Painkiller, 2023).
Estas son algunas de las producciones audiovisuales que sumergen a la audiencia en las dinámicas de circulación y de consumo de fentanilo en EEUU: reflejo de una sociedad en crisis y de una política antidrogas doméstica que no tiene la capacidad ni la disposición para someter a los principales responsables.

Cuando los narcotraficantes viven en Nueva York, aquí mismo, a unas cuantas cuadras, y en Miami. Y hacen acuerdos con la DEA, donde les permiten traficar en África, en Europa, Rusia o China pero no en los Estados Unidos. País que detiene el crecimiento del consumo de cocaína sin rebajarlo, solo porque sus enfermos drogadictos […] pasaron a consumir la droga mortal de la contracultura de la humanidad en tiempos de la extinción por la crisis climática: el fentanilo (Gustavo Petro en la ONU, 2025).
Euphoria o el reflejo de una epidemia
La calidad visual y estética de la serie creada por Sam Levinson (2016), que se caracteriza por sus colores intensos que, en todo caso, evocan lo sombrío de la trama, no es suficiente para trivializar la que puede ser la peor crisis de consumo de opioides en la historia de EEUU.
La presencia constante del fentanilo en la vida de Rue Bennett (Zendaya), una joven enferma adicta a los opioides, envuelve a su círculo social inmediato en una lucha constante por la sobriedad: pretensión frágil de un entorno expuesto a un mercado cada vez más creciente. La otra parte, los proveedores de fentanilo -Laurie (Martha Kelly), la narcotraficante- y el sector farmacéutico que pone en circulación medicamentos recetados legalmente.
Este fentanilo se produce en el aparato industrial de los Estados Unidos (Gustavo Petro en la ONU, 2025).
Las escenas son crudas: una joven Rue con fuertes síntomas de abstinencia en la casa de la narcotraficante (Laurie) consumiendo fentanilo intravenoso. Evoca con una crudeza psicológica la situación actual de consumo en los EEUU. El espectador se envuelve en una situación de pánico y agonía mientras Rue cada vez más se acerca al borde del abismo.
Euphoria nos envuelve en las imágenes de una epidemia que ha contaminado el suministro legal e ilegal de opioides en EEUU. No trivializa ni caricaturiza. Presenta a una juventud expuesta al fentanilo que es hoy la principal causa de muerte por sobredosis en el país norteamericano.
Hace 10 años la cocaína mataba por venenos que le mezclaban a 3.000 personas al año en este país. Hoy el fentanilo mata a 100.000: 33 veces más. ¿Mejoró Estados Unidos con 50 años de una política absurda? ¿O empeoró? Y está conduciendo a su sociedad a la muerte dantesca de la droga que mata el cerebro y el pulmón en esa mortandad de la humanidad (Gustavo Petro en la ONU, 2025).
Paradójica realidad, el actor Angus Cloud, que interpreta a Fezco, amigo de Rue (Zendaya) murió por una combinación letal de fentanilo, cocaína, metanfetamina: una “sobredosis accidental” fue el dictamen de su muerte.
Manos Sucias y la utopía de salir de la pobreza
La escena de la película es paradisiaca: dos jóvenes negros en una lancha por el Pacífico colombiano cantan a dos voces la mítica canción del Grupo Niche, ‘Buenaventura y Caney’:
A Nueva York hoy mi canto, perdonen que no les dedico.
A Panamá, Venezuela, a todos todos hermanitos
[…]
Que en la costa del Pacífico hay un pueblo que lo llevamos
[…]
Allá hay cariño, ternura, ambiente de sabrosura
[…]
Son niches como nosotros, de alegría siempre en el rostro
A ti mi Buenaventura con amor te lo dedicamos.
Pero no están pescando. Llevan atada a su lancha un narcotorpedo con 100 kg de cocaína.
En una entrevista su director, Spike Lee Fellowship, es contundente en afirmar que su película, Manos Sucias, no trata de una historia acostumbrada del narcotráfico. No es ni de Pablo Escobar, ni de los carteles mexicanos. Es la historia de dos jóvenes del Pacífico colombiano que tienen una única pretensión: salir de la pobreza. Spike Lee la define como una historia “bastante simple”.

La película retrata las relaciones de violencia y vulnerabilidad que se entretejen en las zonas empobrecidas de Buenaventura, urbanas y rurales. Jóvenes expuestos a una espiral de violencia y a los circuitos de las economías ilegales, que son las formas de subsistencia de gran parte de la población.
No ven que han caído asesinados un millón de latinoamericanos entre sí mismos, el mayor porcentaje de ellos compuesto por colombianos (Gustavo Petro en la ONU, 2025).
Dos jóvenes negros, pescadores y empobrecidos se ven envueltos en una trama de relaciones de poder y de racismo con los paramilitares de la zona. Su misión: llevar un cargamento de cocaína hasta las costas de Panamá.
Jóvenes en una lancha si tuvieran un cargamento ilícito no eran narcotraficantes eran simples jóvenes pobres de la América Latina que no tienen otra opción (Gustavo Petro en la ONU, 2025).
Dice el director, Spike Lee, que el origen de esta historia surgió de un viaje al Pacífico en el que conoció a lancheros y pescadores, trabajadores que le hicieron saber el drama que viven estas comunidades: “gente común, habitante de una tierra maravillosa, contratada por los barones de la droga para hacer por poca paga la parte más riesgosa del negocio”
La historia de Delio (Cristian Abvincula) y Jacobo (Jarlin Martínez) es la de miles de jóvenes pobres de América Latina vinculados como los últimos eslabones de la cadena del narcotráfico. Los que hoy se exponen a los misiles estadounidenses... otros jóvenes, una vez más, expuestos a los misiles.