Cada 13 de agosto, Colombia recuerda con una mezcla de dolor, admiración y nostalgia a uno de los hombres más lúcidos, valientes y entrañables de su historia reciente: Jaime Garzón. Han pasado ya 26 años desde su asesinato impune y, sin embargo, su voz sigue resonando. Sigue educando. Sigue incomodando. Porque Garzón, más allá del humorista, del imitador, del periodista o del gestor de paz, fue un soñador radical en un país acostumbrado a la desesperanza.
Un soñador que creyó, de verdad, que la risa podía desarmar el odio, que la educación podía abrirle los ojos al pueblo, y que la verdad debía decirse así doliera, porque no hay libertad sin verdad.

Jaime Garzón y el humor como forma de resistencia
Jaime Garzón nació en Bogotá en 1960 y, desde muy joven, entendió que Colombia era un país fracturado. Su genialidad encontró en el humor una forma de análisis social. No se burlaba del pueblo: se burlaba con el pueblo, de sus verdugos, de las élites indiferentes, del poder deshumanizado.
En personajes como Heriberto de la Calle, un lustrabotas que entrevistaba a las figuras más poderosas del país desde la ironía, o Emiro Aristizábal, el burócrata corrupto e inútil, Garzón retrató como nadie las grietas estructurales de la nación. Cada risa que provocaba era también una denuncia. Y cada chiste, una reflexión.
Pero Garzón nunca se quedó solo en la sátira. Su compromiso iba más allá de la pantalla.
#SeñalInvestigativa | Jaime Garzón tenía una cita con Carlos Castaño, quien le entregaría los nombres de los militares que trabajaban con los paramilitares. Jaime fue asesinado días antes del encuentro.
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El mediador, el pedagogo, el pacifista
Durante los años más crudos del conflicto armado, Garzón se convirtió en un puente entre mundos que parecían irreconciliables. Sirvió como mediador en la liberación de secuestrados, ayudó a tender canales de diálogo con las guerrillas, y fue cercano a líderes sociales, defensores de derechos humanos y víctimas que veían en él una esperanza.
Pero también fue pedagogo, convencido de que Colombia solo podría sanar si sus ciudadanos aprendían a pensar, a cuestionar, a comprender su historia. Como vicerrector de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD) y como orador constante en escuelas y plazas públicas, educó desde el humor, desde el amor al conocimiento, desde la empatía.
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Un periodista incómodo, profundamente ético
En una época donde el periodismo estaba marcado por silencios cómplices o miedos justificables, Jaime Garzón representó una nueva forma de comunicar: la del periodismo ético, valiente y profundamente humano. No le temía a nadie. Y por eso lo temían todos.
Sus denuncias sobre el paramilitarismo, la corrupción, las alianzas criminales dentro del Estado, y su persistencia en darle voz a las víctimas y a los olvidados, hicieron de él un blanco. El 13 de agosto de 1999 fue asesinado en Bogotá. Tenía solo 38 años. Su crimen, a pesar de las múltiples investigaciones y presiones sociales, sigue en la impunidad.
Un legado que no muere
A 26 años de su partida, Jaime Garzón sigue presente. En las nuevas generaciones que lo descubren en YouTube. En los periodistas que se niegan a ceder ante el miedo. En los activistas que apuestan por la educación y la cultura como armas para la transformación. En cada persona que, como él, sueña con una Colombia diferente.

Porque Garzón no solo hizo reír: hizo pensar, hizo sentir, hizo actuar. Su vida fue una obra de arte, construida con palabras, gestos y actos de profunda humanidad. Y su muerte, una herida abierta en el alma de un país que aún busca justicia.
Hoy, más que nunca, en un país que sigue enfrentando retos de violencia, desigualdad y corrupción, la memoria de Jaime Garzón es un faro. Una invitación a no callar, a no olvidar, y a seguir soñando con una Colombia más justa, más sensible, más verdadera.
Si ustedes los jóvenes no asumen la dirección de su propio país, nadie va a venir a salvárselos. ¡Nadie!