Migración, utopía y política pública: entre la realidad colombiana y la ficción de Hot Sur
Migración, utopía y política pública: entre la realidad colombiana y la ficción de Hot Sur
11 / 11 / 2025

Migración, utopía y política pública: entre la realidad colombiana y la ficción de Hot Sur


Por Linda Cárdenas
Linda Cárdenas
11 / 11 / 2025
Migración, utopía y política pública: entre la realidad colombiana y la ficción de Hot Sur
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La migración es tan humana como respirar. Aún después de la revolución de la agricultura, y el tránsito de las comunidades cazadoras y recolectoras nómadas, a las comunidades sedentarias que se asentaron en lugares específicos, moverse, cambiar de territorio, de espacio, de ambiente, individual y colectivamente, ha sido una constante. 

Migración, una decisión de vida

El territorio colombiano se ha poblado por cuenta de múltiples migraciones; quiénes hemos nacido en este territorio hemos migrado hacia otras tierras, y hoy sigue siendo así. Millones de colombianos en Estados Unidos, España, Chile, etc.; y millones de venezolanos, pero además haitianos en el Darién, visitan temporal o más permanentemente, nuestro territorio.  

Laura Restrepo, a través de sus historias nos recuerda que detrás de cada flujo hay una historia. En Hot Sur, cuenta la travesía de María Paz, una mujer latinoamericana que emigra a Estados Unidos persiguiendo sueños que termina en pesadillas. Su historia es la metáfora de miles de vidas suspendidas entre el deseo y la supervivencia.

Según Migración Colombia, más de 2,8 millones de venezolanos residen actualmente en el país, de los cuales cerca de 500 mil permanecen en situación irregular. Pero Colombia no solo recibe migrantes: también es un país de salida. En Estados Unidos viven aproximadamente 1,6 millones de colombianos, y en Venezuela —según el último censo oficial— hay al menos 720 mil residentes colombianos, aunque estimaciones no oficiales elevan esa cifra a más de 4,5 millones de personas con arraigo familiar o laboral. 

Esta doble condición —de origen y destino migratorio— revela la complejidad del fenómeno: Colombia es hoy un territorio en constante movimiento humano, con desafíos tanto para acoger como para proteger a quienes migran. 

La migración es, ante todo, una condición humana: desde siempre, los pueblos se han movido buscando refugio, alimento o esperanza. En el mundo actual —atravesado por crisis climáticas, desigualdades y conflictos— migrar no es excepción sino norma. Sin embargo, las políticas públicas de forma mayoritaria siguen tratándola como amenaza o anomalía, levantando muros en lugar de tender puentes; persiguiendo a quien migra, en lugar de preocuparse en garantizarle sus derechos.

Migración en Colombia

En Colombia, asumir la migración como un fenómeno natural y estructural implica abandonar la mirada defensiva y reconocer que ninguna sociedad se fortalece negando el derecho a moverse. Criminalizar al migrante es desconocer lo que somos: una nación hecha de desplazamientos, mezclas y retornos. 

Migración en Colombia

El gobierno de Gustavo Petro heredó un modelo de atención fragmentado. A pesar del avance que supuso el Estatuto Temporal de Protección para Migrantes Venezolanos, miles de personas siguen sin regularizarse y sin acceso pleno a servicios básicos. A esto se suma un nuevo frente de presión: las políticas migratorias restrictivas de Estados Unidos, reinstauradas o endurecidas durante la administración Trump y parcialmente mantenidas después.

El aumento de deportaciones y controles fronterizos en la ruta hacia el norte ha convertido a Colombia en un país de tránsito bloqueado, donde miles de migrantes —haitianos, venezolanos, ecuatorianos y también colombianos— quedan varados en el Darién o en las fronteras terrestres. En la práctica, estas decisiones externas trasladan a Colombia una responsabilidad humanitaria y logística que supera su capacidad institucional. La política migratoria estadounidense condiciona, así, la agenda nacional: obliga al gobierno Petro a responder no solo por quienes llegan, sino también por quienes ya no pueden seguir su camino.

Hot Sur no trata de llegar, sino de sobrevivir luego de llegar. María Paz, su protagonista, encarna la ilusión de un enlodado sueño americano. La novela de Laura Restrepo muestra cómo el viaje exterior se transforma en un viaje interior de pérdida, adaptación y resistencia. La autora lo dijo en una entrevista: “Intenté hacer un homenaje a la palabra, a quienes migran sin mapa ni regreso”. 

En el trayecto, Restrepo introduce a una comunidad de eslovenos que vive en el desierto californiano: antiguos migrantes europeos que, tras escapar de la guerra, se establecen en Estados Unidos y ahora repiten los gestos de exclusión hacia los nuevos llegados. Su presencia es una metáfora poderosa: los migrantes de ayer se convierten en guardianes del muro de hoy. Los eslovenos encarnan esa memoria borrada de la migración, ese olvido que transforma la experiencia del exilio en intolerancia. 

Estados Unidos, país fundado por migrantes, se presenta en la novela como un espacio contradictorio: una tierra que promete libertad, pero castiga la movilidad. Las políticas antimigratorias de Donald Trump —muros, detenciones masivas, deportaciones— son la versión contemporánea de esa paradoja. Resulta absurdo que una nación construida por desplazados levante barreras contra quienes hacen hoy el mismo viaje que sus abuelos. Hot Sur revela esa hipocresía: el país que nació de la migración ha convertido el movimiento humano en delito. 

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En ese espejo, la obra de Restrepo interpela a América Latina y a Colombia. Nos recuerda que migrar no es excepción sino destino, y que toda política que criminalice al migrante se opone a la historia misma de la humanidad. Los muros —sean de cemento o de prejuicio— no detienen a quien huye del hambre o la guerra; solo agravan el sufrimiento y desfiguran la ética de los pueblos que los levantan. 

Migrar es sinónimo de humanidad. Es el movimiento más antiguo de la especie y, sin embargo, el más temido por las políticas actuales. En cada frontera se libra hoy una batalla entre la memoria y el miedo: los pueblos que alguna vez fueron migrantes ahora levantan muros para olvidar su origen. Pero la historia —esa que Laura Restrepo vuelve cuerpo en Hot Sur— no olvida. Tarde o temprano, los muros caen, y la humanidad se reconoce en su propio reflejo: el de quienes caminan, cargando una vida entera en los hombros, convencidos de que otro lugar todavía es posible. 

Colombia, como América Latina, está llamada a romper ese ciclo. No solo a resistir la inercia de las políticas de exclusión, sino a inaugurar una ética del movimiento: una política que reconozca al migrante como portador de dignidad, no como amenaza. Porque ningún muro puede contener el impulso de vivir, ni ningún decreto puede domesticar la necesidad de buscar futuro. Asumir la migración como derecho humano y fuerza transformadora es el verdadero desafío de nuestro tiempo. Solo así —cuando comprendamos que la patria es la humanidad y que es más grande que sus fronteras— podremos decir que hemos aprendido algo del viaje.