El 3 de junio de 1924 murió Franz Kafka y hoy, después de un siglo, todavía cuesta entender el artefacto de su obra. Es decir, de qué manera logró construir algo tan complejo y perdurable de una manera tan sencilla. Dotado de un estilo único y prodigioso que se lo permitió, el autor nacido en Praga en 1883 revolucionó la literatura universal para siempre.
Kafka tenía apenas 40 años al momento de morir en Klosterneuburg, Austria, de una tuberculosis concentrada en la laringe que le habían diagnosticado inicialmente en 1917. Sin embargo, alcanzó a consolidar una obra sólida y fascinante que lo convirtió en uno de los primeros grandes escritores modernos.
Muy adelantado a su tiempo, Kafka contó con la capacidad creativa de poner a conversar elementos realistas y fantásticos en una época en que nadie más lo hacía. Del mismo modo, tuvo la lucidez necesaria para expresar las angustias existenciales dominantes en las sociedades occidentales del Siglo XX. Emociones y temores muy representativos, aún en nuestro tiempo. «Mi miedo es mi sustancia, y probablemente lo mejor de mí mismo», reveló en uno de sus aforismos.
Sin embargo, el creador de La Metamorfosis (1915) nunca fue consciente de su genialidad y murió pidiendo ser olvidado. Por fortuna, su mejor amigo Max Brod, a quien conoció estudiando Derecho en la Universidad Alemana de Praga, tuvo planes diferentes.
Brod entendió la profundidad que había en las letras de Kafka y desobedeció el deseo del autor de quemar su obra inédita, pues estaba convencido de que sus libros harían historia. Por eso, preservó, editó y publicó los manuscritos que correspondían a la mayoría de su obra. En definitiva, gracias a Max Brod el mundo conoció a Franz Kafka.
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Vida y obra de Franz Kafka
Franz Kafka (1883-1924) fue el mayor de seis hermanos de una familia judía de clase media. Nació en Praga, cuando todavía hacía parte del Imperio Austrohúngaro, y recibió su nombre precisamente en tributo al Emperador Francisco José I.
Su padre Hermann fue un comerciante textil proveniente de una familia rural de carniceros, con problemas económicos. De carácter autoritario, le transmitió a Kafka el rigor de la disciplina y el trabajo duro. Su madre Julie, en cambio, pertenecía a una familia de burgueses cerveceros, cercanos a entornos intelectuales.
Dos hermanos de Kafka (Georg y Heinrich) murieron cuando todavía eran bebés. Y las otras tres, Valli, Elli y Ottla (con quien tenía la relación más cercana), fueron asesinadas durante el Holocausto Nazi, 19 años después de la muerte del escritor.
Desde muy joven, Kafka leía a Nietzsche, Flaubert, Dickens, Cervantes y Goethe. Se percibía ateo y sentía interés por el socialismo y el anarquismo, lo cual explica el hastío burocrático que se deja ver en su obra, sobre todo, en las novelas póstumas El Proceso (1925) y El Castillo (1926). Al respecto, una de las frases más célebres de Kafka refleja su espíritu anti-estatal: «Toda revolución se evapora y deja atrás sólo el limo de una nueva burocracia».
Kafka terminó estudiando Derecho por presión de su papá y obtuvo un Doctorado en Leyes en 1906. Rápidamente, consiguió un empleo como asesor de riesgos laborales en una empresa de seguros: labor que desempeñó hasta que fue jubilado por enfermedad en 1922, dos años antes de su muerte. Enamorado de la creación literaria, se dice que trabajaba de día y escribía de noche. En este contexto, escribió en 1908 su primera obra: la novela ensayística Descripción de una lucha.
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Kafka publicó en vida libros de cuentos como Contemplación (1912), Un médico rural (1919) y Un artista del hambre (1924). También, decenas de relatos sueltos, como La condena (1913), Ante la ley (1915) y En la colonia penitenciaria (1919).
El Proceso
En 1912, Kafka escribió El Proceso, novela de ficción especulativa que, en vida, no terminó ni publicó y sólo vio la luz en 1925, gracias a la labor de edición y publicación de Max Brod.
Alguien debió de haber calumniado a Josef K., porque sin haber hecho nada malo, una mañana fue detenido
Desde su célebre punto de partida, El Proceso anticipa una pesadilla burocrática interminable en contra de un empleado bancario que jamás logra enterarse de qué lo acusan y por qué lo llevan preso. La aparición de elementos absurdos y surrealistas elevan a El Proceso al pedestal de obra pionera para la literatura moderna, al nivel de clásicos de la época, como Ulises de James Joyce (1922) o La montaña mágica (1924) de Thomas Mann.
De El Proceso, obra más representativa del término «kafkiano», el autor tomó un fragmento que adaptó y convirtió en Ante la ley (1915), uno de sus relatos más importantes. Se trata de un hombre que espera toda su vida para acceder a la ley a través de una puerta que jamás se le permite atravesar.
Una frase muy recordada de Kafka reflexiona sobre una de las premisas de El Proceso. «Muchas veces es más seguro estar encadenado que ser libre».
Las interpretaciones que se desprenden de El Proceso, como sucede con toda su obra, son incalculables. Una nos llevaría a hablar de lo que conocemos hoy como «sistema»: un ente omnipotente e inmaterial, imposible de enfrentar y que, en un plano tecnológico, permanece caído para perjudicarnos.
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El Proceso también hace una aproximación a lo que décadas después se concibió como distopía. Si bien la historia no está ubicada en futuros cercanos, sí nos habla de un poder autoritario y absoluto, que somete y deshumaniza al personaje.
La Metamorfosis
La Metamorfosis (también conocida como La Transformación) es la obra cumbre de Franz Kafka. Publicada por primera vez en 1915, no tuvo en su momento el impacto que el autor deseaba y pasó injustamente desapercibida, tal vez por lo innovadora que era.
Vista como relato extenso y también como novela corta, La Metamorfosis cuenta la historia de un oficinista llamado Gregorio Samsa quien una mañana, sin mediar explicación, se despierta convertido en un insecto que genera repulsión y rechazo entre su familia.
La Metamorfosis es una fábula monstruosa sobre la condición humana y el sinsentido de la existencia, en un mundo esclavizado por la productividad. También, una metáfora de los laberintos psicológicos de Kafka en la relación con su padre, sus hermanas y la sociedad.
La gran obra de Franz Kafka es un clásico literario de trasfondos complejos, pero concebido con una simpleza y limpieza impresionantes. De esto habla el español Juan José Millás en un prólogo escrito en 2015, cuando se cumplían 100 años de su publicación.
No importa cuántas veces penetre uno en este libro; al final siempre se pregunta lo mismo. ¿Cómo lo ha hecho? Y es que se trata de una novela sin forro. Quiero decir con ello que le das vuelta y es exactamente igual por un lado que por el otro. No hay forma de verle las costuras. Si tratas de abrirla para verle el mecanismo te la cargas, porque la caja que la contiene y la maquinaria son la misma cosa
En La Metamorfosis, la confluencia de géneros aparentemente opuestos es otro elemento transversal y destacable. Del realismo al fantástico y del terror al humor, es una pieza literaria deslumbrante por donde se le mire.
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«Y es que, si no hay duda de que La Metamorfosis puede ser calificada desde algún punto de vista como una novela de humor, también, y simultáneamente, nos parece una novela de terror. Quizá en esta mezcla reside su acierto. A partir de su lectura, uno comprende que el terror sin la risa, o viceversa, es puro género y el género, ya lo sabemos, es una enfermedad que a veces le sale a la literatura», apunta Millás.
Tal como ocurre en el clásico Frankenstein (1818) de Mary Shelley, una poderosa reflexión se deriva de La Metamorfosis. En los dos casos, el monstruo no es el humanoide creado por el científico, ni el hombre descendido a insecto (según interpretaciones, un escarabajo). El monstruo, aquí y allá, es el doctor y la familia. El monstruo es quienes los rodean. Quienes los convirtieron en lo que son. Un paralelo que alude a otra frase inmortal de Kafka. «La desgracia de Don Quijote no fue su fantasía, sino Sancho Panza».
La Metamorfosis también elabora sobre la expresión «kafkiano». En una sociedad autómata y productiva, ni Gregorio ni su familia reparan en buscar una razón lógica o médica de su transformación. En cambio, repudian el hecho de que, convertido en monstruo, el personaje no tenga cómo trabajar ni llevar plata a la casa.
En los análisis múltiples sobre la psicología de Franz Kafka, se ha llegado a considerar que obras como La Metamorfosis y reflexiones tomadas de sus diarios y cartas evidencian en el autor una condición llamada Trastorno Esquizoide de la Personalidad (TEP). Esto es, desinterés en socializar y formar relaciones íntimas y la tendencia a imaginar mundos de fantasía intensos y elaborados.
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El Castillo
Quizá se trate de la tercera novela de Franz Kafka con mayor repercusión (junto con El Desaparecido de 1927, también llamada América). Cuenta la historia de un topógrafo llamado K. que llega a un pueblo habitado por una comunidad extraña. Allí es contratado por las autoridades de un castillo a quienes no logra conocer, ni enterarse para qué quieren contar con él.
Con un trabajo cuidadoso en la construcción de atmósferas claustrofóbicas y atosigantes, El Castillo desarrolla inquietudes típicas de Kafka, como la búsqueda de sentido en la vida y la alienación burocrática.
Cuando K. llegó era noche cerrada. El pueblo estaba cubierto por una espesa capa de nieve. Del castillo no se podía ver nada, la niebla y la oscuridad lo rodeaban, ni siquiera el más débil rayo de luz delataba su presencia. K. permaneció largo tiempo en el puente de madera que conducía desde la carretera principal al pueblo elevando su mirada hacia un vacío aparente
Aunque El Castillo induce a reflexiones religiosas, se cree que dicho dogmatismo fue impuesto por Max Brod durante su proceso de edición. Al parecer, Kafka decidió desechar esta novela al perder interés en ella y, de hecho, el libro en su versión publicada termina con una situación inconclusa.
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El misterio de la muerte de Franz Kafka
Max Brod (1884-1968) fue un abogado, escritor y periodista checo. De origen judío igual que Kafka, coincidieron en la universidad y se convirtieron en mejores amigos. Después, Brod seguiría muy de cerca su producción literaria y tendría la visión de descifrar su valor.
Convertido en su albacea (ejecutor de su herencia), Brod decidió traicionar a Kafka y publicar su obra inédita en lugar de quemarla, como se lo había solicitado el escritor en sus últimos días, en el hospital Dr Hoffmann de Klosterneuburg (Austria). Brod también habría encontrado este pedido por escrito dentro de los papeles que le dejó Kafka después de morir.
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¿Qué motivó a Kafka a desear que se quemara la mayoría de su obra? Múltiples razones fomentaban su resignación personal. Entre otras, la poca repercusión de La Metamorfosis, su enfermedad, la creciente xenofobia sobre la comunidad judía de la que hacía parte, sus habilidades nulas para consolidar una relación sentimental (rompió con su novia, Felice Bauer, cuando estaban comprometidos) y su cosmovisión nihilista y atea, que lo despojaban de cualquier espiritualidad o expectativa de redención.
Asediado por el régimen Nazi, Max Brod huyó en 1939 de Checoslovaquia a Tel Aviv para trabajar como dramaturgo y militar en la causa política sionista. Además de publicar las novelas El Proceso, El Castillo y El Desaparecido, también fue biógrafo de Kafka y compiló sus diarios, aforismos y correspondencias. Gracias a lo anterior, fue posible aproximarse a la complejidad de su psicología para entender mejor las motivaciones de su escritura.
Los manuscritos de Franz Kafka
Max Brod muere en 1968 con los manuscritos y apuntes literarios de Kafka en su poder. Esther Hoffe, su secretaria y presunta amante, los heredó bajo el mandato de enviarlos a la Biblioteca Nacional de Israel.
Sin embargo, ella los conservó, unos en Tel Aviv y otros en bóvedas de seguridad en Suiza, con la excepción de cuando subastó en 1988 el manuscrito de El Proceso, que terminó en poder del Archivo Literario Alemán de Marbach, a cambio de dos millones de dólares.
Después de que Esther Hoffe y sus hijas conservaran los papeles de Kafka (con borradores, apuntes y dibujos) en 2019 fueron finalmente llevados en su totalidad a la Biblioteca Nacional de Israel, luego de una verdadera disputa kafkiana de querellas y fallos judiciales de más de una década.
Para recuperar estos manuscritos, la Corte Suprema de Israel autorizó revisar bóvedas bancarias y el apartamento de Esther Hoffe, donde se encontraron, al interior de una nevera, apuntes humedecidos de Kafka, con señales de mordiscos y arañazos de gatos.
El legado literario de Franz Kafka
El legado que dejó Franz Kafka fue tan definitivo que influenció a escritores gigantes del Siglo XX, como el argentino Jorge Luis Borges, los franceses Jean-Paul Sartre y Albert Camus, el ruso Vladimir Nabókov, el estadounidense Paul Auster, el japonés Haruki Murakami y el colombiano Gabriel García Márquez.
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Para Gabo, leer La Metamorfosis fue toda «una revelación». «¡Carajo! Yo no sabía que eso se podía. Si la vaina es así, yo también puedo. Y al otro día escribí mi primer cuento, Ojos de perro azul», declaró el Nobel de Literatura.
Temáticas como la alienación social, la burocracia, la angustia existencial, la culpa, la ansiedad y el autoritarismo opresivo atraviesan y alimentan la obra de Franz Kafka. Haber muerto a punto de cumplir 41 años evitó que el autor viviera la encarnación de uno de los horrores autoritarios que anticipó en sus letras: el nazismo, que propició que sus tres hermanas murieran asesinadas durante el Holocausto.
Estilos como la ciencia ficción, la ficción especulativa, las distopías, el surrealismo, el expresionismo y la filosofía del absurdo caracterizan el aparato de la obra de Kafka desde un punto de vista estético, fortalecido por convicciones ya mencionadas como el ateísmo, el socialismo y el anarquismo.
Finalmente, el impacto estremecedor de la obra de Kafka originó el ya mencionado término «kafkiano», que quiere decir absurdo o incomprensible. Una expresión universal que también se usa para hablar de trámites burocráticos extremadamente complejos.
Para el escritor argentino Andrés Neuman, Kafka está más de moda que nunca al cumplirse los 100 años de su muerte. «Hoy la vigencia de Kafka sigue propiciando fenómenos inversos. No es tanto que su obra explique el tiempo que nos ha tocado resistir, sino que la realidad misma insiste en volverse cada vez más kafkiana, en una mímesis oscura como una cucaracha. Plagiando sus lógicas, el mundo abusa de Kafka».
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Al menos 14 producciones cinematográficas se han jugado en adaptar la obra de Franz Kafka. Las más célebres, probablemente, fueron El Proceso (1962) dirigida por Orson Welles y El Castillo (1997) dirigida por Michael Haneke.
Homenajes y eventos póstumos sobre Franz Kafka
El mundo no es indiferente a la conmemoración de los cien años de la muerte de Franz Kafka. Por estos días, en Europa se celebran congresos y exposiciones artísticas en las Bodleian Libraries de la Universidad de Oxford (Inglaterra) y en la Asociación Internacional de Críticos de Teatro, en Brno (República Checa).
El peregrinaje por excelencia alrededor de la memoria de Kafka convoca a sus dos monumentos en Praga. La estatua del artista Jaroslav Róna, inaugurada en 2003 y localizada junto a la Sinagoga española, entre el barrio judío y la ciudad vieja. Y su imponente cabeza plateada, presentada en 2014 por el escultor David Černý, con 42 niveles móviles, frente al Centro Comercial Quadrio y sobre la estación de metro Národní Třída.
En Colombia, entre el 27 de mayo y el 27 de junio de 2024, se celebra un ciclo de exposiciones en el Goethe-Institut de Bogotá (en la carrera 11-A con calle 93), llamadas «Kafka total» y «Franz Kafka: un hombre de su tiempo y del nuestro», que exhiben ilustraciones de artistas checos y austriacos, alrededor de la imagen del escritor y su eterna huella literaria.
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